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Para intentar cortar el contagio y tratar de frenar esta epidemia del coronavirus, nos hemos visto obligados a reducir lo que nos hace sentir vivos y algo más humanos: debemos abandonar el trabajo y prescindir de las relaciones familiares, de los besos y los abrazos ... , del contacto con los amigos, de la asistencia a actos culturales, de las tertulias, de la vida en la ciudad, de las relaciones sociales, de tomar un café... Lo que era normal ha dejado de serlo. Todos deseamos y esperamos que más pronto que tarde hayamos controlado esa epidemia y retomemos esos vínculos sociales que hoy mantenemos en cuarentena.
Hasta los liberales de cartón piedra a quienes les salen sarpullidos cuando interviene el Estado, defienden hoy que esa intervención se mantenga y se extienda. Esos liberales de salón quizá aprendan ahora algo tan básico como es que la salud y la seguridad no son mercancías que se puedan comprar y vender, y que solo desde las políticas públicas se puede responder a esta crisis.
En estos tiempos de incertidumbres y temores, debemos responder a lo que se nos pide: ser solidarios entre nosotros como ciudadanos cumpliendo las normas que nos han dictado, porque solamente reduciendo el riesgo será posible la contención de la enfermedad.
Pero cuando podamos restaurar ese vínculo social, recordaremos que ha sido la sociabilidad, esa sociabilidad tan latina, es la que ha propiciado, precisamente, la transmisión de la enfermedad y pensaremos que somos más vulnerables de lo que creíamos. Cuando no hay certezas o experiencias previas a las que acudir, se pueden cometer errores, pero será la gestión honesta de esos errores lo que nos conducirá al acierto. Hoy no son tiempos para los populistas de un lado y de otro, ni para los incompetentes e ineptos. Algunas lecciones deberemos haber aprendido, como por ejemplo habernos confirmado las bondades de nuestra sanidad pública, que financiamos con nuestros impuestos, aunque deberemos reflexionar sobre los cambios y necesidades objetivas que nuestro sistema sanitario necesita, donde se hace imprescindible una mayor inversión en prevención y atención primaria. Seguiremos defendiendo esa sanidad pública porque es parte de nuestro patrimonio colectivo, frente a los intentos, siempre activos, de extender la sanidad privada.
La crisis que vivimos, nos debiera ayudar a reflexionar sobre los riesgos que supone desmantelar o reducir la red de servicios públicos de un estado de bienestar construido después de la II Guerra Mundial, desde las políticas públicas y con el acuerdo entre los partidos políticos, los agentes sociales, los trabajadores y las clases medidas y que hoy forma parte de nuestro modelo de vida. De momento, que se callen los listos que nos dicen que ellos ya sabían que esto iba a ocurrir y que guarden silencio quienes solo levantan la voz para crear más confusión, para extender bulos o para generar falsas alarmas, como si no tuviéramos suficiente con las alarmas ciertas, y que caiga toda la mierda sobre los especuladores instalados en introducir el caos en los mercados bursátiles, porque saben que un caos financiero tendría consecuencias en los sistemas productivos y de ello se beneficiarán los buitres de la especulación. Hoy pensemos en todas esas personas que se están viendo afectadas en sus empleos, en sus trabajos, en sus profesiones. Cuando superemos esta epidemia será el momento de homenajear a todos los profesionales que desde muy diferentes ámbitos nos están protegiendo, especialmente desde el ámbito sanitario, y será entonces cuando podremos conocer el enorme impacto económico, que no será posible superar sino hay una respuesta colectiva, solidaria y ambiciosa.
Estamos viendo los efectos de la epidemia en la producción, en el consumo, en el turismo, en la inversión... en los autónomos, en los profesionales y en las empresas, pequeñas, medianas y grandes. Habrá que estar atentos y denunciar si hay empresas que utilizan el coronavirus para ajustar sus plantillas.
A esta nueva crisis no se puede responder con las mismas recetas del pasado, que terminaron lastrando las economías y destruyendo empleo; ante los problemas de hoy no se pueden cometer los mismos errores; se trata de evitar otra recesión y mutualizar la solución. Las empresas y los bancos están hoy en mejor situación que hace una década, pero necesitan el apoyo de las instituciones europeas, del Banco Central Europeo, del Banco Europeo de Inversiones, que tienen que actuar de forma concertada para evitar los errores de 2008; sumar apoyos a las medidas desplegadas por los Estados miembros como Italia, Alemania, Francia o España; incentivar la inversión movilizando recursos y evitar que las consecuencias económicas de la epidemia se puedan aliviar reflejando el mayor gasto en el endeudamiento de los países y que vuelva el ahogo de la prima de riesgo. Si vivimos en una sociedad global, debemos exigir instrumentos de gobernanza para responder con respuestas globales a los problemas de las personas que forman esa sociedad. Lo urgente hoy es minimizar la paralización de la actividad y la caída del PIB.
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