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El día que descubrió Lola por qué esas mesas del antiguo salón de baile de La Magdalena tenían la tapa de espejo fue feliz. Y mucho más cuando lo relataba a cuantos podía, para que quedara en la memoria colectiva. Eran de espejo para que ... multiplicaran la luz de las velas. Se lo contó la infanta doña María Cristina de Borbón y Battemberg, condesa Marone-Cinzano por matrimonio, cuando ya casi anciana visitó el palacio. Recorrió sus estancias y contó que su madre, la reina Ena, ponía candelabros con velas en esas mesas para multiplicar la luz en ese precioso salón de su 'casuca' de verano. Lola Sainz ha fallecido de manera inesperada. Nos deja treinta años de trabajo en La Magdalena.
Lola sabía tantos hechos auténticos del Palacio Real de Santander que pareciera los hubiese vivido. Pero es que se los habían contado quienes de verdad los vivieron. Y es que Lola conoció a tres de los hijos de Alfonso XIII que pasaron su infancia y adolescencia en La Magdalena: don Juan, conde de Barcelona, y sus hermanas las infantas María Cristina y Beatriz, princesa de Civitella-Cesi por matrimonio con el príncipe Alessandro Torlonia.
Por ellas supo dónde estaban exactamente sus habitaciones infantiles con vistas al mar y cómo era la vida en el Palacio de verano. También atendió Lola a los reyes Juan Carlos y Sofía y a sus hijas, las infantas Cristina y Elena. Y a los reyes Felipe y Letizia. Y a otros infantes de España, como Carlos de Borbón-Dos Sicilias y Borbón-Parma, duque de Calabria, y a la infanta doña Margarita, duquesa de Soria, hermana del rey Juan Carlos. Y de todos ellos obtuvo información sobre la historia de La Magdalena.
Tenía Lola muy clara una cosa: «Este edificio es de todos y tenemos la obligación de conservarlo para las futuras generaciones, porque es el gran patrimonio de Santander. Por eso debo ser estricta en que nada se destruya o se dañe, en que todo se conserve». Y, por ello, estaba volcada en mantener, conservar y restaurar todo elemento del edificio. Desde los medallones de las paredes de los salones, al parqué y a los muebles. Con éstos disfrutaba sobremanera y los describía con la maestría que da el sentirlos como historia.
Pero el gran trabajo de Lola Sainz a favor de Santander no se centró sólo en la defensa y conservación de La Magdalena. Durante una década se encargó de montar las exposiciones sobre los baños de ola, en el Gran Casino de El Sardinero. Ese trabajo contribuyó a dar a conocer la época histórica del veraneo santanderino, con exposiciones sobre carteles, trajes, revistas y postales antiguas, cuadros, muebles o los paralelismos entre Santander y Biarritz. Los santanderinos deben a Lola Sainz la difusión de esa parte de su historia.
No olvidó sus raíces leonesas por parte de padre y andaluzas, por su madre. De ésta, sin duda, heredó su gracia personal y su mano para cocinar. Su cocina, su casa, su escalera olían a comino, a azafrán, a romero, a hierbabuena... Su paella era extraordinaria y el cus-cus a la marroquí con toques personales era exquisito. Y aún tuvo tiempo para dar su apoyo e inmenso cariño a los niños con cáncer, agrupados en la Fundación Blas Méndez Ponce.
Sólo le ha faltado una cosa para ser eterna. Dejar por escrito todo lo que sabía. Teníamos en mente dos libros. Uno con todas las historias que sabía de La Magdalena y que nadie hemos publicado: la historia de las habitaciones, la vida de los reyes en el Palacio, los cuentos chinos que circulan sobre el recinto (como el número de ventanas) y todo tipo de anécdotas de la residencia Real, de los 18 años en que Alfonso y Victoria disfrutaron del verano en Santander. Y el segundo libro era de anécdotas contemporáneas, de las tres décadas en que Lola estuvo al frente de la Residencia Real, algunas muy jugosas y que hablan también de tantos que se aprovecharon de sus cargos para hacer del Palacio su hotel gratuito para pasar parte del verano. «Este libro será cuando me jubile», decía entre carcajadas. Esas carcajadas que tantos echamos hoy en falta.
Tenía tantos planes para seguir dando a conocer el Palacio Real que hubiera llegado hasta su edad de jubilación con una lista enorme. Dos de ellos: difundir nuevos documentos que han aparecido en los últimos tiempos, como las fotografías de las cocinas originales en un catálogo de la empresa Corcho; y eliminar jardinería pegada al peto de piedra de los sótanos del Palacio, para que se pudiera admirar esta parte tan interesante del edificio. Y exponer la colección de retratos en miniatura que donó Leopoldo Rodríguez Alcalde. Y todo para el año próximo cuando se cumplen 110 años de la entrega del Palacio a don Alfonso XIII. «Lola... ¿dónde está la llave de oro y piedras preciosas que regalaron al rey el día que le entregaron el Palacio? Eso quisiera saber yo -respondía-. Quizá está en manos de algún descendiente. O quizá la vendieron durante el exilio para poder vivir cómodamente. O quizá en el Palacio Real de Madrid, donde se conservan piezas que fueron de La Magdalena. Por cierto, tenemos pendiente visitar el archivo fotográfico del Palacio Real. Hay cosas magníficas de la historia de La Magdalena y los reyes Alfonso y Victoria». Ninguno de esos planes podrá ya cumplir. Nos queda su presencia en La Magdalena y sus indicaciones precisas: «No olvides poner los títulos a las personalidades. Eso contribuye a comprender mejor la historia. Y nunca olvides poner a nuestro palacio de La Magdalena el título de Real, pues fue residencia de reyes». Así será, como homenaje perpetuo a su memoria.
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