Dos viejas hermanas

En contra del teórico interés por lo que ocurre en nuestra cercanía, a veces preferimos atender los acontecimientos más lejanos, como si la distancia tuviera cierto glamur. Supongo que el impacto por la muerte de niños no puede ser el mismo que el de dos ancianas, sobre todo si no hay violencia de género por medio para avivar sensibilidades. Pero lo cierto es que la muerte de personas mayores que viven solas no merece tanta visibilidad ni rechazo social como ocurre con otras.

Aunque es un problema que nos afecta o nos afectará a todos tarde o temprano, no hay conciencia del problema que supone el maltrato generalizado que sufren las personas mayores, quizás por su escasa rentabilidad política. Defender a los viejos no vende. Se les aparta de los ámbitos familiares, se les machaca con un constante deterioro de sus pensiones, se les margina en el acceso a los servicios básicos con el aislamiento digital y tecnológico y hasta hemos logrado convertir sus residencias en campos de exterminio covid.

La vida de Mercedes y Ángeles, las hermanas de la calle Burgos, había dado señales de aislamiento y penuria. Además, la vulnerabilidad estaba agravada por la amenaza de un desahucio. Sin círculo de amistades ni familiares, algo que deberían haber tenido en cuenta los servicios sociales, el control y la vigilancia se convertía en una clara recomendación profesional, por no decir obligación. Pero a veces los programas sociales sólo sirven para hacer propaganda. Sería un grave error cubrir esas muertes con la capa de la indiferencia y del olvido, porque esas muertes esconden un misterio de responsabilidades que alguien debería asumir. Luchemos por ello, porque esa triste vejez nos acecha.