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Si de algo entendemos en Cantabria es de vientos. A poco que se te despeine el flequillo, quien más o quien menos, reconoce que ha salido el norte y hay que ponerse la rebequita, que hoy pega de nordeste o que ... con este surazo en la costa en mangas de camisa y en Campoo con paraguas. Pero también sabemos que Eolo anduvo cambiante, al albur de los dioses, haciendo complicado mantener el rumbo a Ulises. En Cantabria no tenemos ese problema, en nuestra particular odisea el rumbo brilla por su ausencia, y el destino más. Salvo que el puerto se llame Decadencia.
Una vez más los molinos de viento saltan a la palestra. Tal vez haya que colocarlos en nuestra tierra. Quizá. Sin embargo, resulta curioso que pasemos de cero al infinito, cual Ferrari. Aquí somos muy de todo o nada. A lo mejor será cuestión de buscar dónde y cuántos. Y cuándo, aunque tal vez se nos haya pasado un poco el cocido.
La aritmética en Cantabria únicamente entiende de restas, porque las sumas las hemos abandonado definitivamente. Hemos eliminado de nuestra lista gran parte de la ganadería y de la pesca, qué decir de la agricultura. La producción tendrá que poner sus esperanzas en la arqueología industrial. Prácticamente hemos fiado todo al turismo, al paisaje, al territorio... Efectivamente, ese mismo paisaje, ese mismo mundo rural que ahora pretendemos salpicar con innumerables molinos. Contradictorio cuanto menos.
Colocaremos molinos sobre las montañas que acogen los muros que sustentan gran parte de nuestra historia, borrándola para siempre. Asedio éste, más sibilino y devastador. Nos llenamos la boca con las referencias a nuestros indómitos antepasados. Su recuerdo, sus símbolos, sus huellas... Pero a la hora de retratarse: abandono y olvido, polvo y humedad. Vamos a volar por los aires yacimientos arqueológicos. Nada nuevo, pero seamos conscientes de ello.
Como siempre es prudente mirar a aquellos lugares tan similares donde los molinos llevan décadas implantados. Pueblos y municipios, curiosamente, de poquísima población, que siguen pagando lo mismo por la luz, con gran impacto ambiental y nula incidencia en el empleo. Paradójicamente, en el espejo alemán en el que tanto nos miramos, los eólicos ya no tienen tan buena fama. Aunque, como reflexiona mi gran amigo Luis, siempre con tan buen tino y acierto, en esta vida tampoco se puede querer todo. Queremos ser más ecológicos, producir una energía más limpia y un largo etcétera, pero a cambio siempre hay que pagar cierto peaje. El dilema es cuánto y en la puerta u horizonte de quién. Entre tanta tempestad siempre hay un rayo de esperanza. Cierta parte de la sociedad despierta de su letargo y quiere ser partícipe de su propio futuro. Puede que no esté todo perdido.
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