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Los viejos advierten de que el sur es un viento de maleras, pero siempre fue el de los idos, los visionarios y los lunáticos, aunque también de los verdes y platas de la bahía de Pepe Hierro, el viento que empapa de paisaje a ... Gerardo Diego y el pintor magnífico de cuadros cósmicos. El sur cálido y formidable, íntimo enemigo, zarandea las aguas, abre los cielos y acerca a Santander las montañas de Cantabria. Si se «está de sur», el empleo del doble sentido -«es anfibológico, amigo, anfibológico, repetía uno de mis efímeros directores en El Diario Montañés- da por hecho que nos referimos al tiempo o a una persona alocada. Entre los fríos, la lluvia y los vendavales asoma el sur y lo cambia todo. Aleja a Filomena, Gaetan y Hortensia, y seguramente a las borrascas que no se sabe si vendrán, pero están bautizadas antes de nacer con los nombres de Justine, Lola, Nadia, Rodrigo o Tristán.
Cantabria tiene vocación de sur, y hasta la bahía santanderina prefiere dar la espalda al norte para mirar a Sevilla y Cádiz, a la Andalucía de los jándalos y los chicucos y a la Torre del Oro que figura en nuestro escudo. Porque, hace casi ocho siglos, una nao montañesa, la 'Carceña', rompió la defensa de cadenas y barcas musulmanas, ya muy dañadas tras la primera embestida del 'Faro de Castro', para liberar la ciudad. A lo largo de los años, la presencia de emigrantes cántabros fue notable, bien para embarcar hacia América o para quedarse. En Sevilla ocuparon puestos políticos, administrativos y comerciales clave, y un poco más abajo, en Cádiz, Jerez, Sanlúcar, Puerto de Santa María y Chiclana, acapararon de tal modo el negocio de ultramarinos que de ellos dependía el abastecimiento.
El virus nos está robando las anécdotas de sur. No veo ya a la señora que, en plena ventolera, llegó en taxi aéreo a una de las cafeterías de la plaza de Pombo. Al parecer, según le dijo a la paciente chica de la barra, al llamar al taxi no solo hay que facilitarle la dirección exacta sino también la altura del piso. O a la dama embozada a quien persigue la policía porque no se quiso casar ni con el rey Juan Carlos ni con Botín. Son relatos de sur que confunden cocaína, cafeína, azúcares y sacarina. Nada extraño en esta ciudad de suradas que avivan incendios, nublan las mentes y obligaban a cerrar los portales del Paseo de Pereda, dirigiendo a los visitantes a la entrada trasera de la calle Ataúlfo Argenta. Por ello, en avisos fijados sobre la madera, se advertía antaño de que, con viento sur, «los señores reciben por detrás».
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