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Es completamente seguro que una mayoría grande de españoles anhela un cambio político; pero no cualquier clase de cambio sino sólo aquel que devuelva a nuestro país a una senda de sensatez y racionalidad, que recupere ciertos valores tradicionales y que frene esta corriente que ... nos ha arrastrado a un régimen sin libertades reales y sin respeto efectivo al principio de legalidad.
Es igualmente seguro que el cambio político va a haberlo porque es imposible detener el paso del tiempo que nos traerá elecciones y porque, por grande que sea la osadía y la voluntad de supervivencia de Pedro Sánchez, esta vez no caerá la breva, de aquí a un año, de un nuevo Gurtel, de una sentencia ruidosa contra el PP, o de otro macroatentado terrorista imputable a la cuenta de este partido político, circunstancias ambas a las que debemos la llegada al poder del socialismo en el siglo actual.
La cuestión es saber si ese cambio político será el que necesitamos, el tratamiento que reestablezca a esta España tan lesionada, o si sólo se tratará una vez más de unos paños calientes, un arreglo limitado al alivio temporal de los dolores económicos (y que el resto siga como está). Hay indicios para temer que sea lo segundo, que el cambio que nos aguarda en doce o quince meses va a afectar meramente a lo hacendístico, con algún que otro detalle en lo cultural y en la comunicación, y que veremos repetirse así la triste historia del gobierno de Rajoy.
Cierto que ahora hay voces en la derecha que hablan mucho de «rearme moral», pero un rearme de ese tipo requiere de un coraje, una lucidez política y un bagaje intelectual que uno, sinceramente, no acaba de ver en ninguna de las figuras descollantes de esa derecha.
Estamos de acuerdo la mayoría de los españoles en que una reforma en profundidad requiere reaccionar contra la deriva antiliberal, antifamiliar, antirreligiosa y antihistórica que han engendrado los gobiernos socia- listas y sus aliados vernáculos. ¿Se imaginan al señor Núñez Feijóo, a la señora Gamarra y al señor Bendodo dando la cara para derogar las leyes contra la vida, contra el derecho de los padres a educar a sus hijos, contra el derecho de los maestros a impartir enseñanzas serias, contra el derecho de los profesores y universitarios a escribir y publicar con libertad intelectual? ¿Se los imaginan ustedes lidiando en el Parlamento o en los medios o en la calle contra los grupos de presión que los van a embestir con furia redoblada, y con mil y una voces, al menor amago de limitarles la financiación, ese dinero público generosísimo que usan para imponer por doquier sus delirantes ideas?
Porque, no nos engañemos: ¿saben ustedes lo que pasaría si el nuevo gobierno del PP, con el apoyo natural de Vox, anuncia una ley para que nunca más se imponga una visión sectaria de nuestra Guerra Civil y sus antecedentes, y otra ley para que deje de impedirse que nuestros niños conozcan la gran historia de España, con sus sombras y su luces, y otra ley para que se fomente de verdad la conciliación familiar y la natalidad, y otra ley para prohibir que se hagan experimentos transexuales irreversibles con los menores, y otra ley para favorecer que las mujeres no aborten, y otra ley para que nunca más los victimismos artificiales e interesados tengan una recompensa, para que se entienda de una vez por todas que ser judío o ser moro, p ser homosexual o ser negro no es ningún demérito pero tampoco ningún mérito? ¿Saben lo que pasaría si el señor Núñez Feijóo, con el solo apoyo del señor Abascal, se decidiera a aplicar la Constitución y a sancionar duramente, por ejemplo, a aquellas comunidades autónomas que coartan el derecho a hablar y a estudiar la lengua española, y también si se decidiera a imponer en todas ellas el aprendizaje de unos contenidos mínimos de nuestra historia, desde Indíbil y Mandonio hasta Azaña y Franco? ¿Se imaginan a esta derecha de ahora mismo haciendo una política de recuperación de nuestra industria, de nuestra agricultura y de nuestra ganadería en lugar de hacer la política que interesa a la burocracia de Bruselas y a las grandes multinacionales anglosajonas?
Son muy dudosos estos vientos de reacción que parecen soplar ahora en España.
Tal vez no lo serían si se mirase sólo a Madrid. Cuanto más crece y progresa, Madrid parece cada vez más aislado del resto del país. Podría decirse que Madrid se ha convertido en la Isla de España. Allí no sólo hay políticos con coraje y lucidez para llevar a cabo ese cambio político que se anhela, sino que hay también una ciudadanía dispuesta a luchar por el bien de esta gran nación. En el resto de las comunidades, o al menos en su mayoría, no aparecen tales políticos ni queda ya población suficiente con la conciencia no deformada por las milongas autonomistas.
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