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Llegó sola, con una única maleta. Estaba tan nerviosa como nosotros. Llevábamos días con el revoltijo de tripas del «qué tal irá todo». Mi hijo pequeño llevaba emocionado un folio de papel, a modo de cartel, con el nombre de ella escrito para que reconociera ... a su nueva familia temporal al atravesar la puerta de la terminal. Nunca antes habíamos cruzado una palabra, tan solo teníamos una foto y un número de teléfono, y esa misma noche pasaría a formar parte del núcleo familiar. Una más en la casa. Cada hogar tiene sus códigos y trucos, y meter un elemento nuevo en la fórmula conlleva un riesgo que asumíamos con total convicción, aunque con nervio. Una guerra absurda (como todas) había cruzado nuestros caminos. La vida es una sucesión de instantes inesperados, y este era uno de «los gordos». Como tanta gente de este país nos habíamos hartado de ver por la televisión a gente huyendo de sus casas con tan solo lo puesto. Y decidimos desenchufarla durante semanas y pasar a la acción. Hacer lo poco que podíamos hacer. Lo único a lo que alcanzábamos. Tras un penoso periplo de trenes abarrotados y largas esperas en estaciones de país en país, pudimos hacer que volara de Praga a Madrid. No olvido que hace tres años hubiera tildado de loco a quien me hubiera dicho que sufriríamos una pandemia mundial. No subestimemos a los aparentemente locos. En ella veo a mi hija mayor. Solo cuando llegó y nos detalló su situación supe que nos podía pasar exactamente lo mismo que a su familia. La desgracia a través de la televisión no es igual que cuando la miras a los ojos frente a ti. La empatía cobra otra dimensión.
Resulta paradójico, se llama Viktoria. Prefiere que le llamemos Vika. Tenía 16 años cuando llegó. Le gusta bailar. Le encanta la lluvia. Quiere ser modelo. Ama a su Odesa natal. Habla inglés, ucraniano, ruso y apuesto que, al ritmo que va, español antes de que yo termine esta columna mensual. Tiene una sonrisa perenne. Solo borrada de su cara el pasado 7 de abril, celebrando su cumpleaños aquí, lejos de los suyos. Y el más reciente 8 de mayo, día de la madre en Ucrania, cuando se le adivinaba una tristeza profunda. Y tiene los mismos sueños y anhelos que nuestros hijos.
No encuentro una cita elocuente para echar la persiana a este texto de agradecimiento a Vika por enseñarnos tanto en tan poco tiempo. Ojalá, mas antes que después, caminemos con ella por los aledaños de la majestuosa ópera de Odesa, siempre dice que será nuestra guía en la ciudad. Esa sería nuestra gran Victoria.
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