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A la muerte de su padre en 1476, el poeta castellano Jorge Manrique escribió unas Coplas que son una de las cumbres de la literatura. A la del mío no hace aún una semana, permítame quien esto lee que escriba yo, mucho más humildemente, ... solo una reflexión en prosa, que no aspira al aire divino de las cumbres, sino al agua modesta que corre por el fondo de los valles, formando estos ríos que van a dar en la mar y somos nosotros. Veamos, en el singular cauce de una vida individual e irrepetible, lo que perteneció a cauces mayores, los de la historia colectiva.
Nació mi padre en el verano de 1930 en Valderredible, dos semanas después de que llegase a la Tierra el primero que iba a llegar a la Luna, Neil Armstrong. Recién fracasada la Dictadura de Miguel Primo de Rivera, la situación era muy fluida. Por un lado, el general Berenguer, con su 'dictablanda', no sabía bien cómo hacer que la monarquía, que en 1923 se había saltado la Constitución, regresara a una situación liberal. Por otro, muchos liberales, decepcionados por Alfonso XIII, promovían ya una república. El domingo anterior al viernes natal de mi padre, se había suscrito el Pacto de San Sebastián para organizar el cambio de régimen.
José Luis, 'Sito' para los vallucos, fue el más pequeño de ocho hermanos. Entonces en toda la España rural eran muy frecuentes las familias numerosas. Pero, como la Restauración había procurado ciertas mejoras económicas y de sanidad, la mortalidad infantil ya no era tan alta como antes y las personas mayores vivían algo más. De ahí un rápido crecimiento de la población: mucho más que el crecimiento de la economía y/o de su capacidad distributiva. Lo llaman «transición demográfica» y es motivo de grandes complicaciones políticas. Como ahora percibimos en África y en Oriente Medio. Significaba estrechez de oportunidades vitales para generaciones jóvenes numerosas. A ello se sumó la Gran Depresión iniciada en 1929.
La única solución la había descrito el alemán Friedrich Naumann: o exportar bienes o exportar bocas. Lo primero era difícil ante el proteccionismo que se impuso, con aquella política de «arruina a tu vecino»; y lo segundo también, por las restricciones a la emigración, sobre todo en Estados Unidos. Los países europeos eran ollas demográficas a presión.
La vida de nuestros padres fue influida, después de las guerras, por la teoría económica del profesor de Cambridge John Maynard Keynes, que mostró el camino para una intervención del Estado en pos del pleno empleo que una sociedad capitalista no logra por sí misma. La Economía había sido siempre en aquella universidad una rama de la Ética, y gracias a ello millones de personas han tenido un bienestar que, sin esa influencia, no hubieran disfrutado.
Precisamente en junio de 1930 Keynes vino a España e impartió la conferencia 'Las posibilidades económicas de nuestros nietos', donde mostró su optimismo a largo plazo, basado en la innovación técnica y la acumulación de capital. Keynes pidió que se abaratara el crédito; que el Banco de España gastase parte de sus reservas de oro, pues «no se mantienen como las obras de arte en un museo, sino para hacer uso de ellas en provecho de la nación»; y que no nos obsesionásemos con mantener el valor de la peseta frente al oro y otras divisas. No se le hizo mayor caso y ello agudizó el desequilibrio español entre demografía y economía. En la excitación, muchos buscaron soluciones radicales. Y esta imposibilidad de hacer una transición económica a la altura de la transición demográfica condujo a una extrema conflictividad social y a la guerra civil. (En realidad se llevaría por delante cuatro regímenes distintos: la Restauración, la Dictadura, la República y el Estado Nacional autárquico).
La contienda supuso un gran retroceso material del país y suprimió a corto plazo muchas expectativas para aquellos niños de los años 30 y 40. Si usted tiene cierta edad, recordará las cartillas de racionamiento. Hasta que se adoptaron a partir de 1959 políticas económicas más ortodoxas, no bajó la presión. Para la numerosa población campesina (cuando vino Keynes, el PIB agrario era el 23% del total, hoy es el 2,6%), no había más salida que la emigración a las ciudades y a las industrias y servicios (en ocasiones, fuera de España). Mi padre y la mayoría de sus familiares y conocidos pertenecieron a esa corriente. En solo dos décadas de desarrollismo, Valderredible perdió el 60% de sus habitantes. La tecnocracia ejecutó con treinta años de retraso lo que antes no había sido posible: modular la relación entre producción y reproducción.
En esa gran transformación económica y cultural, los niños que habían visto las casas ardiendo durante la guerra, el empleo de patos como alternativa a la peste de las gallinas, y el final, una vez se inauguró el embalse, de las catastróficas crecidas del Ebro pudieron ejercer nuevas ocupaciones más cerca de las ciudades, dar a sus hijos los estudios que a ellos les había vedado una España que llamaba 'pedante de Cambridge' a Keynes, y aguardar la llegada de una democracia de corte europeo a la que se adaptaron al instante.
Sin embargo, este nuevo cauce vital del país nunca les hizo perder aquellas raíces de infancia: el compañerismo de la mocedad, la presencia de la naturaleza, el goce de los pequeños momentos. Un vecino prestaba libros a mi padre y este pasó muchas horas leyendo al calor de la lumbre biografías de los emperadores de Roma. Siempre que recordemos que nuestro Palatino está ahora en Cambridge, nuestros nietos tendrán algunas posibilidades económicas y, felizmente, algunas imposibilidades políticas. Aunque para todos cantan los versos manriqueños: «Partimos cuando nacemos / andamos mientras vivimos, / y llegamos / al tiempo que fenecemos; / así que cuando morimos / descansamos».
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