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Los periodistas debemos declararnos en rebeldía contra el lenguaje que engendran quienes ejercen los poderes públicos y privados para disfrazar la verdad. «Extraer lobos» es matarlos, un «lanzamiento» es un desahucio, un «investigado» es un imputado, la «operación militar especial» de Putin es una guerra. « ... Regular plantillas» es despedir trabajadores, el «crecimiento negativo» es una caída de la economía, un «ajuste salarial» es una bajada de sueldos, un «ajuste fiscal» es una subida de impuestos. Si queremos ser útiles a los lectores debemos hablar con propiedad y no asumir jerigonzas que deforman la realidad.
En verano, las redacciones de los periódicos rejuvenecen con la entrada de los becarios que quieren aprender el oficio. Una de las enseñanzas que se llevan es que las ruedas de prensa se convocan casi siempre para dar información no solicitada. Si acudimos a una no es para tomar notas o grabar discursos. Eso no es periodismo. Vamos para preguntar, sin conformarnos con la primera respuesta que nos dan. Averigüemos lo que necesitamos saber, no sólo lo que nos quieren contar. Hay que estar en guardia sobre lo que dicen quienes nos han citado y sobre cómo lo dicen. Ni «daños colaterales» ni «bajas civiles» sirven para referirse a «personas muertas».
Afirma Pedro Sánchez que sus declaraciones sobre el «bien resuelto» intento masivo de salto a la valla de Melilla las hizo antes de ver las imágenes. Lo creo. De otra forma tanta torpeza resulta inverosímil. Estoy de acuerdo con él en que hay que ponerse tanto en el pellejo de los gendarmes marroquíes, como en el de los agentes fronterizos españoles, como en el de los dos mil africanos que trataban de cruzar a este lado. Sí, pero sobre todo, en la piel de los ¿23?, ¿37?, ¿más?, ni siquiera sabemos su número, jóvenes fallecidos en la avalancha a los que el Gobierno de Marruecos ha enterrado con prisas y sin autopsias. Y en el de sus allegados. Esos emigrantes no son una masa informe. Cada uno es único y tiene su historia. Contarla es periodismo.
«Al pan, pan, y al vino, vino» es un adagio para dar a entender que algo se dice «de forma directa, clara y sin rodeos». Desconfiemos de quienes informan de manera indirecta, oscura y con perífrasis. Los medios de comunicación tienen la responsabilidad de cuidar el vocabulario, porque lo difunden. Si los periodistas imitamos por inercia las locuciones del poder, contribuimos a su penetración en el habla, y la Real Academia, en su faceta de fedataria de los usos de la lengua, acabará por admitirlas en su diccionario.
Reparemos en la expresión «poner en valor», más contagiosa que las variantes de Ómicron. Cargos públicos y periodistas la utilizan con tal profusión que parece que siempre estuvo ahí y que no tiene reemplazo. No hay rueda de prensa que no se organice para «poner en valor» algo: un proyecto turístico, un paisaje, un patrimonio arquitectónico, arqueológico, cultural, un recurso natural, la historia de un lugar, la obra de un autor, la labor de alguien... Ya nada se «aprovecha», «estimula», «fomenta», «impulsa», «promociona», «promueve», «resalta», «reconoce», a nada se le «da valor» o «relevancia», de nada se «destacan sus virtudes», «cualidades», «atractivos» o «se obtiene rendimiento». Por mucho que me irrite esa muletilla, es correcta y el Diccionario de la Lengua Española (DLE) la ha incorporado en la entrada 'valor'. Lo cual no obliga a utilizarla.
Nos gusten más o menos sus concesiones, el DLE es una de las más fascinantes fuentes de conocimiento. En plena pandemia, más allá de recoger los términos ligados al covid e inventos del Gobierno como 'desescalada' y 'nueva normalidad', alguien se tomó la molestia de ordenar el olivar. Los que apenas distinguíamos entre aceitunas verdes y negras, con y sin hueso, fuimos instruidos en las variedades 'arbequino', 'cornicabra', 'empeltre', 'lechín', 'manzanilla', 'picual', 'picuda' y 'verdial'. ¿Y se han fijado en la cantidad de nombres propios de personajes literarios, bíblicos y reales que se han convertido en comunes para designar a quienes reúnen las características del arquetipo? Adán, adonis, apolo, barrabás, benjamín, casanova, celestina, cenicienta, cicerón, cid, demóstenes, donjuán, hércules, herodes, jaimito, jeremías, judas, lazarillo, lolita, magdalena, matusalén, narciso, nerón, quijote, salomón, sansón, satanás, séneca, tenorio, venus...
¿Y los nombres de persona que designan prendas? 'Katiuska' (bota, de Katjusa, diminutivo cariñoso de Ekaterina, en ruso), 'leotardos' (de los pantis del acróbata francés Jules Léotard), 'manoletinas' (del calzado del torero Manolete), 'pamela' (del sombrero de Pamela en la novela de Samuel Richardson), 'quevedos' (de las lentes de Francisco de Quevedo), 'rebeca' (de las chaquetas de Joan Fontaine en la película de Hitchcokc). Echo en falta un artículo: 'Mafaldas. (De Mafalda, porque con esta clase de zapatos está dibujado este personaje del humorista gráfico argentino Quino). 1. f. pl. Zapatos planos con escote redondeado y una tira a propósito para sujetarlos sobre el empeine'. Es una palabra que muchos entendemos, pero no hemos sabido «ponerla en valor».
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