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Uno. Ha llegado una segunda ola de la pandemia y con ella muchos más muertos, y enfermos, y sufrimiento. La evolución de la epidemia va mal. La presión en el sistema sanitario es enorme.
La secuencia es conocida: la crisis sanitaria lleva al confinamiento (como ... instrumento para controlar el contagio); a su vez, la limitación de las actividades económicas y sociales repercute en la producción y en el consumo, y esa reducción de las actividades influye negativamente en la económica y, también, en el bienestar social.
Si la restricción horaria es duradera muchas empresas van a cerrar y muchos trabajadores se quedarán sin empleo. Y, como fichas de dominó, las pérdidas económicas de unos provocarán un menor consumo y, por tanto, más sectores se verán afectados.
Dos. Toque de queda, restricción de movimientos, cierre perimetral del territorio. Estas drásticas medidas buscan parar los contagios. Pero, en primer lugar, implican una pérdida de libertad, y esto, en sociedades modernas y democráticas, choca con nuestra visión de la convivencia y trastoca los hábitos cotidianos.
En nuestra sociedad, deseamos tener libertad para desplazarnos y encontrarnos con los otros, y al mismo tiempo queremos tener la seguridad de que esos contactos sociales se van a poder desarrollar sin peligro. Así es nuestro estilo de vida. Pues bien, de pronto, ese orden social se ha roto con la epidemia.
Por otra parte, la larga duración de la pandemia, y no ver el final, provoca angustia, desánimo. Y la frustración, el malestar, producen reacciones de protesta, de ira.
Tres. Se dice que «cada uno cuenta la fiesta según le va en ella». Es lógico, las opiniones sobre la restricción de movimientos y de actividad varían de forma importante según factores tan diversos como, entre otros muchos: la edad de las personas, su estilo de vida, su actividad y situación económica, incluso su ideología y posición política. «Voy a tener que cerrar el negocio», «Me voy a arruinar», «Me quedaré sin trabajo», dicen unos. Por el contrario, otros comentan: «Ya no podemos hacer lo que queremos». Muchos comprendemos la desesperación del empresario y del trabajador que ven peligrar su trabajo. Al mismo tiempo, nos enfada escuchar a algunos jóvenes quejarse de no poder tomar más copas y tener que regresar a casa.
Normalmente, los cambios en nuestros hábitos cotidianos nos incomodan, especialmente si vienen impuestos. Además, en la sociedad hedonista aguantamos mal la frustración.
Vivimos en el espejismo de que somos libres para hacer lo que nos apetezca e ir donde queramos. Pero la realidad es muy distinta. Toda sociedad es un acuerdo de convivencia; implica establecer unas normas y ceder, todos, una parte de nuestra libertad. Por otro lado, el sistema político, la situación económica, el entorno social nos limitan. La socialización es, en gran medida, aprender a renunciar a nuestros caprichos para adaptarnos a vivir en comunidad. No podemos circular a 150, ni poner música a todo volumen a las 3 de la mañana, ni encender fuego en el monte, ni...
Cuatro. Estamos ante un asunto cultural. Hemos establecido que algunas actividades se hacen de noche. Nos parece impensable hacer la fiesta de Fin de Año a las 18.00 horas. Los Reyes Magos vienen de noche, rodeados de misterio, de magia.
La noche es un período «diferente», es el reino de la media voz, de la confidencia, de lo oculto, de lo destinado a iniciados, de lo adulto (los niños se van pronto a la cama; los adolescentes reivindican permanecer una hora más con los amigos, y viven con entusiasmo poder salir por la noche).
La ocurrencia más audaz surge a las tres de la madrugada. Se cuenta que la noche inspira al poeta, al artista bohemio. La literatura ha indicado que la noche es el espacio de los audaces, mientras que la luz del día es para la gente de orden. En España se «vive» la noche, y si una costumbre «nuestra» se quiere limitar no reaccionamos bien.
Cinco. Seguramente, ante la gravedad de la epidemia no queda otra opción que limitar movimientos y contactos sociales. Pero la salud pública implica, además: mejores servicios de atención primaria, más recursos humanos, equipamientos, rastreadores, más pruebas, más evaluación, más vigilancia de las normas.
Es fundamental proporcionar ayudas económicas a los sectores que están más afectados y a las personas que sufren las consecuencias.
Además, las restricciones extraordinarias deben estar justificadas y ajustadas (no es lo mismo cerrar a las 22 que a las 24 horas) y deben ser explicadas y evaluadas periódicamente.
Por otra parte, frente a la angustia y el desconcierto, los dirigentes tienen que ser coherentes y, además, generar esperanza; y deben abandonar los intereses partidistas. Al conjunto de los ciudadanos nos corresponde ser responsables. Sociedad es sinónimo de solidaridad.
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