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Uno de mayo de 1912. Una fecha para el recuerdo que nadie recuerda. Treinta kilómetros separan físicamente Torrelavega de Santander. Ya no. La voz salva ... al punto esa distancia. El titular de 'La Atalaya' airea la buena nueva: «El teléfono de Torrelavega». Y lo desarrolla con donaire: «Ayer tuvo lugar la inauguración de la línea telefónica de Torrelavega y su enlace con la red santanderina». Teléfono habemus. Adiós a la desconexión entre ambas plazas. Hurra por el progreso. «Al acto asistió el alcalde de la ciudad, señor Ceruti, el inspector de telégrafos, señor Manzano, el jefe de teléfonos de la vecina ciudad, señor Rojas, y representantes de la prensa torrelaveguense y de la red telefónica santanderina». La nota periodística no escatima parabienes por el trabajo bien hecho: «El señor Gálvez Galván, concesionario del nuevo servicio, y el señor don Cristino Pardo, ingeniero industrial que ha dirigido la instalación, recibieron muchas felicitaciones, a las que unimos la nuestra».
En adelante, la intercomunicación opera de viva voz, hilo mediante. Aunque hay duros de mollera, que no acaban de admitir que tamaño milagro sea posible. Que torrelaveguenses y santanderinos puedan comunicarse por medio del artilugio llamado teléfono. Se hacen chistes sobre la transmisión de la voz. Que, como la electricidad, corre por un hilo de cobre. Sin prisa ni pausa, los verdes pastizales van poblándose de feísimos palos con hilos telefónicos que compiten con los eléctricos.
La Telefónica aún no ha nacido. Doce años faltan. Con su fundación el 19 de abril de 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera que tanto irritaba a Matilde de la Torre, comienza a configurarse el monopolio telefónico, con vistas a la prevista cobertura nacional total. A nivel local, el camino ha quedado expedito para la humorada clásica: «La ciudad de Torrelavega saluda al pueblo de Santander». A lo que el pueblo de Santander al aparato responde: «Dígame».
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Ana del Castillo
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