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De todo lo que estamos viviendo algo aprendemos. Algunos todavía le siguen llamando 'bicho', pero la gran mayoría ya sabe que este coronavirus no es una célula viva, sino una molécula proteica, una cadena con protección grasa, capaz de entrar en las células, ... replicarse y mutarse. Con mayor o menor agresividad así son todos los virus. El primero, descubierto por Mayer en 1883, causaba una enfermedad que afectaba a las plantas del tabaco. Estos agentes infecciosos comenzaron a denominarse virus filtrables, al comprobar que continuaban infectando cristalizados en un cultivo filtrado sin bacterias. En 1939, gracias al microscopio electrónico, pudieron verse sus primeras imágenes.
Con todo lo que hoy se sabe, desconocemos si los virus aparecieron en nuestro planeta al mismo tiempo que las primeras células hace unos 4.000 millones de años. Quizás en ellos esté el origen de la vida, y nosotros no seamos más que virus perfeccionados. Hay muchas teorías, pero lo cierto es que convivimos con ellos para lo malo y para lo bueno.
Sí, también para lo bueno, porque gracias a ellos y a las bacterias, nada más nacer, en el recién nacido, que viene esterilizado a este mundo, todavía con las defensas sanguíneas maternas, comienzan a ponerse en juego sus mecanismos defensivos, tanto celulares -macrófagos, linfocitos-, como humorales -citoquinas e inmunoglobulinas-; así, con nuestras propias defensas, la vida continúa.
Pero nunca los virus han tenido tan mala prensa como ahora. Y no es para menos: la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2 está sembrando nuestro planeta de enfermedad, muerte y desconsuelo. Hasta la fecha veníamos aceptando con resignación los catarros periódicos y las gripes estacionales, más o menos benignas, salvo complicaciones. Difícil imaginar la letalidad y la rapidez de contagio de este coronavirus, al fin y al cabo uno más entre los millones de virus que viven con nosotros.
Por otra parte, como destaca el profesor César Nombela, «nunca estuvo la humanidad tan preparada para hacer frente a una pandemia». Aquí reside el anónimo trabajo diario de biotecnólogos, inmunólogos, virólogos y microbiólogos; ese mundo de investigadores -poco reconocido y peor remunerado- del que nos acordamos cuando «truena». Fuera de este mundo, la explosión de esta pandemia ha cogido completamente desprevenidos tanto a gobernantes como a gobernados. Hubo falta de información por parte de China, pero hasta la propia OMS ha sido lenta y pusilánime en su réplica, de modo especial en la urgente recomendación de medidas preventivas. El Reglamento Sanitario Internacional, aprobado en la 58º Asamblea Mundial de la Salud por los 194 países que la constituyen, es determinante como sistema de alerta y respuesta ante las emergencias sanitarias. Así lo ha realizado frente al virus Zika (2016), y en el mes marzo de este año respecto a los brotes de sarampión en la República Centroafricana, y del virus ébola en la República del Congo. ¿Qué ha ocurrido en esta ocasión para que su actuación fuese tan timorata?
La naturaleza sabe más que nosotros. Como así ha ocurrido a lo largo de la historia, también saldremos de esta pandemia al elevarse el porcentaje inmunitario de la población. Entramos ya en esta fase, quedará el triste recuerdo de muchas víctimas, pero también la entrega y el apoyo de unos a otros desde las complejas UCI hospitalarias hasta la simple limpieza urbana o doméstica. La muerte es el tributo que nos cobra la vida, pero volveremos a sonreír, libres ya de esta impensable mascarillada que nos ha convertido en unos desconfiados y presuntos contagiosos. Porque la vida será siempre abrazarnos, acariciarnos, entrelazarnos y besarnos. En resumen, amarnos. ¿O acabará siendo el hombre -parafraseo a Hobbes- un virus para el hombre?
Más de una vez oímos que hemos tenido la desgracia de afrontar esta pandemia con el peor gobierno que nos haya podido tocar... ¿Seguro? Y conste que no aposté por él pero, ¿qué gobierno de nuestro entorno no ha caído en la misma trampa? ¿No nos faltan historias desde aquella intoxicación por el aceite de colza desnaturalizado con Sancho Rof; Celia Villalobos y sus vacas locas? ¿Lo hubieran hecho mejor Griñán, Valverde, Salgado o Pajín? Podríamos opinar o disentir sobre la prontitud o la eficacia de algunas actuaciones, pero sobre todo denunciar la politización de un problema tan serio como esta epidemia faltando a la verdad, o como lo hace un vicepresidente insultando a la oposición, atacando al poder judicial, a la monarquía y lo que representa el Rey en el marco de nuestra convivencia constitucional. ¿Y ese silencio de la Fiscalía del Estado? ¿Cómo es posible que el Sr. Sánchez, apoyado su gobierno por separatistas, republicanos y comunistas, y tan complaciente con estos socios anticonstitucionalistas, pretenda un pacto solidario con los partidos leales a la Constitución?
No sé por qué me da por pensar que el presidente Trump, en uno de sus últimos tempestuosos discursos, cuando decía que en España nos estaban diezmando, quizás estaba pensando en algo más que el coronavirus.
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