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A menudo se ha identificado la posverdad con la mentira sin más ni más. Pero, ¿no será algo más que una simple mentira? ¿Qué es la posverdad? El diccionario de la Real Academia Española, la define así: «distorsión deliberada que manipula creencias y emociones ... con el fin de influir en la opinión pública». En consecuencia, la cuestión de la posverdad no es baladí. Se trata, pues, de un esfuerzo por amoldar los medios de información, y los contenidos, al gusto de los usuarios.
La era de la posverdad hace referencia a la proliferación de noticias falsas. Las formas de comunicación modernas, dando prioridad a lo subjetivo frente a lo objetivo, refuerzan esa tendencia. Y contribuyen a la desconfianza en la veracidad. Para Ralph Keyes (2004) el problema radical es que podemos vivir gobernados por la posverdad e incluso participar activamente en su dinámica sin darnos cuenta. ¿No tratamos de justificar nuestras propias mentiras? Y, ¿no distinguimos lo verdadero de lo falso en función de los intereses personales? No nos detenemos a examinar las fuentes de las noticias que consumimos o bien no queremos mirar ni tener en cuenta aquellos puntos de vista que nos desagradan.
Una teoría muy difundida y aceptada hoy sostiene que no importan demasiado los hechos, lo que importa son los relatos. La información embellecida a gusto de cada uno se presenta como más verdadera que la misma verdad. La posverdad lo llama manejar creativamente los relatos. Si esto es así por parte de las plataformas electrónicas, cada vez encontraremos con más dificultad la información que nos desafíe, que amplíe nuestra cosmovisión o que encontremos hechos que refuten la información falsa que personas de nuestro entorno hayan compartido. Internet acoge con frecuencia comentarios insultantes que rozan la difamación y el descrédito de las instituciones a través de comentarios -muchas veces anónimos- en esos mismos medios.
Aun cuando la era de la posverdad haya llegado a nuestro tiempo con cierta fuerza, la última palabra la tenemos los usuarios o consumidores, personas libres que podemos decidir restablecer el valor de la verdad. El papa Francisco ha subrayado el daño que hacen los medios de comunicación que caen en la difamación al publicar noticias falsas. La desinformación de los medios es un mal terrible, ha explicado, aun cuando lo que se dijese fuese cierto, porque el gran público tiende al consumo indiscriminado de desinformaciones. Se puede hacer mucho daño y asimiló esta tendencia de consumir falsedades y medias verdades a la coprofagia o tendencia a ingerir excrementos.
Es verdad que el lenguaje, propiedad básica de los seres humanos, no sirve solamente para transmitir información. También tiene como funciones propias persuadir, alabar, criticar, hacer compañía. Pero el arte de comunicar y persuadir puede pretender transmitir la verdad o simplemente conseguir la adhesión de los demás. Del interés por la verdad hemos pasado a la idolatría de la 'imagen'.
En el relato del juicio de Jesús de Nazaret ante Pilatos, éste aparece como el escéptico que sacrifica la verdad ante la opinión pública bien manipulada: «Si sueltas a ese -dicen sus acusadores-, no eres amigo del César». Jesús en cambio se presenta así: «He nacido y he venido al mundo para dar testimonio de la verdad». Y en su evangelio san Juan nos transmite la enseñanza del Maestro: «La verdad os hará libres».
Y hemos tenido que llegar a las últimas estribaciones de la cultura moderna, de la cultura de la duda, a lo que llamamos posmodernidad, para que surja la posibilidad de llamar posverdad a la mentira.
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