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Vivir eternamente, algo más que nostalgia

El deseo natural de vivir 'siempre', deformado, se transforma en el frenesí de vivir 'bien', es decir, placenteramente

Miércoles, 14 de septiembre 2022, 08:15

Una palabra ha muerto. «El más allá -decía ya en su tiempo S. Kierkegaard- se ha convertido en una broma, en una exigencia tan incierta ... que no sólo ya nadie respeta, sino que ni siquiera se formula; hasta el punto de que se bromea incluso pensando en que había un tiempo en que esta idea transformaba la existencia entera» (Postilla conclusiva, 4). Efectivamente, la eternidad es una palabra muerta; nosotros la hemos dejado morir. ¿Cómo ha ocurrido esto si en otro tiempo era el motor secreto que empujaba a la Iglesia peregrina en el tiempo? Parece como que la lámpara se ha escondido silenciosamente bajo el celemín. ¿Cuáles son las consecuencias prácticas de este eclipse de la idea de eternidad? El deseo natural de vivir 'siempre', deformado, se transforma en el frenesí de vivir 'bien', es decir, placenteramente. La calidad se disuelve en la cantidad. ¿A qué se reduce el hombre si se le quita la eternidad del corazón y de la mente? Queda desnaturalizado. Es verdad que el hombre es «un ser finito, capaz de infinito». Si se niega lo eterno en el hombre, hay que exclamar [...]: «...desde este instante no hay nada serio en el destino humano: todo es juguete; gloria y renombre han muerto. ¡El vino de la gloria se ha esparcido!» (W. Shakespeare, Macbeth, act. II, esc. 3).

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