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Al cuerno Halloween (All Hallows'Eve), esa ñoñez que nos ha llegado de USA, con caretas de asustar que a nadie asustanFiesta nacional. Día de los difuntos. Festividad de Todos los Santos. Día de velas encendidas, de flores ofrecidas a los muertos, de frecuentar cementerios, de limpiar lápidas, de besar cruces, de honrar a quienes se fueron por el camino sin vuelta.
El origen de esta ... fiesta es antiquísimo, remontándose al momento en que el papa Gregorio III, sumo pontífice entre los años 731 y 744, consagró una capilla en la Basílica de San Pedro en honor de Todos los Santos.
En el siguiente siglo, Gregorio IV extendió su celebración a toda la Iglesia. Año de gracia de 835. Desde entonces, en las iglesias católicas de rito latino la celebración comienza en vísperas, noche de Ánimas, de las ánimas, noche consagrada a los difuntos, a quienes irreversiblemente se fueron, medianoche en la cual, en no pocas localidades españolas, se celebran misas de difuntos con ritos populares que erisipelan el alma.
Al cuerno Halloween (All Hallows'Eve), esa ñoñez que nos ha llegado de USA, con caretas de asustar que a nadie asustan. A la porra esa tontería importada, de los disfraces de todo a cien, de brujos, monstruos, zombis, muertos con el cráneo atravesado por un sangriento cuchillo de pega. Lo nuestro no es eso. Lo nuestro es más nuclear. Lo nuestro es la conmemoración, no el bailongo de disfraces. La Iglesia reconoce como santos a todos los muertos que se han salvado y están con Dios. Creer o no creer es la cuestión. Fe mediante, el temeroso pueblo llano conmemora a todos los fieles difuntos, en la común creencia de que no todos ellos están en el Paraíso ni en el Infierno, sino en ese estado de purificación temporal conocido como Purgatorio.
Sobre creyentes y no creyentes, cristianismo y ateísmo, se alza el edificante Soneto de Amor, LXI, de Shakespeare: «Te quiero tanto / que hasta tu olvido prefiriera / a saber que te amarga mi memoria». Sublime como epitafio.
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