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Una extraña circunstancia me ha permitido conocer y compartir un tiempo de conversación con un 'percebeiro', así le gusta que se le llame, que en su juventud, me dijo -actualmente está situado en la década de los sesenta-, se dedicó muy especialmente a la pesca ... del percebe. Época que recuerda con profundo cariño, y que añora de forma especial, cuando las relaciones de amistad eran fieles y leales, estaban llenas de cariño y respeto, la solidaridad se tocaba físicamente, y la ayuda y el apoyo, como el sentido de hermandad entre los 'percebeiros'. Era muy especial, quizás porque teníamos en el alma la posibilidad, de que una ola traicionera nos arrancara de las peñas, porque el oficio le describe como muy peligroso y lleno de responsabilidad, la atención y la concentración, han de ser exquisitas, pues todo es milimétrico. Sube la ola y nos aleja, baja la ola, se aleja, y bajamos por el fruto, contando hasta un número, que nos indicará la hora de correr hacia arriba. Pero cuando esta cuenta por falta de concentración o atención al trabajo no es óptima, o cuando se cuenta mal, podemos ser arrastrados por el agua y ser engullidos, y decir que el fin ha llegado.
La naturaleza, sigue comentando, es así, indomable, a la vez que apasionada. El individuo ha querido dominarla, toda su cultura ha consistido en conseguir entenderla y dirigirla, pero tiene su camino, y nadie se puede situar en el. Es suyo, y ella lo reclama, lo vemos como fruto de huracanes, galernas, riadas, seguidas o no por roturas de presas. El agua siempre inicia una carrera que la lleva a sus principios, tomando lo que es de ella, y el hombre no ha sabido entenderlo o lo ha olvidado, y sigue construyendo en el lugar que no le pertenece, amén de persistir en su destrucción, fruto del calentamiento global, los fuegos provocados, la deforestación, bien para construir o para albergar pastos.
El domingo por la tarde tuve tiempo de atender a la televisión, en todas las emisoras se repetía el relato del volcán de La Palma, el cono de emisión del volcán se ha incrementado, la lava es vomitada con mayor o menor furia, sus residuos, gases y partículas, son muy abundantes, su lava que discurre por la ladera del volcán, ocupa más de una decena de hectáreas, destruyendo toda la biodiversidad, además de viviendas, dependencias y enseres, no se sabe cuándo este río de lava llegará al mar, ni cuál será la reacción de este. De momento, las vibraciones del movimiento terrestre, y el calentamiento del agua, han alejado a la pesca... Y las imágenes, tristes, dolorosas y congelantes emocionalmente del dolor de sus habitantes, que se han quedado en la calle, porque toda su vida ha sido quemada, se quedaron sin historia física, sus fotos, y sus recuerdos son historia, fantasía, y su dolor es infinito.
Una mujer en el momento que yo veía la televisión, manifestaba con voz entrecortada, y rota realmente por el profundo dolor, «dónde meteré a mis niñas, carezco de un lugar donde recogerlas». Esto para cualquiera es desgarrador, es profundamente un desgarro del corazón que le afecta gravemente en su ritmo. Junto a este caso se dan escenas de diferente contenido, y todas ellas con el denominador común de la soledad, la ruptura con la historia, la desaparición del medio de vida, de aquel del que comen y viven sus hijos.
La sociedad ante esta situación, dada a conocer de forma reiterada por los medios de comunicación, ha sabido responder, como una piña, se han solidarizado, y la respuesta ha sido unánime: «hay que ayudar, hay que solidarizarse con el que lo ha perdido todo, porque necesitan de todo, hay que expresarle además, junto a nuestro apoyo físico, nuestra solidaridad moral, nuestro cariño, nuestro afecto, nuestro respeto. Y así ha sido, las naves dedicadas a la recepción de todo tipo de ayuda, víveres, ropa, muebles, calzado, han sido una avalancha, de tal forma que no hay lugar donde almacenar tal cantidad de amor, de respeto y de cariño. Y es que la persona, siguiendo el criterio de Schopenhauer, en su desarrollo va perfilando su actitud ante los demás, al nacer o en la infancia no es bueno ni malo, es la educación, la cercanía con los otros, la convivencia, la que le va formando, y aquí caben las dos posibilidades, dependiendo del lugar, por lo que aparte del sociópata, insensible al dolor porque no empatiza, podemos ser mejores o peores. En esta sociedad madura, formada y culta, abunda la solidaridad, que aflora siempre en los momentos de desastres.
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