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El 15 de febrero del año 1898 el acorazado Maine, fondeado en La Habana, vuela por los aires y EE UU, empleando este suceso como casus belli, le declara la guerra a España. Años antes, el 5º presidente de los EE UU, James Monroe, había ... declarado que «cualquier intervención de los europeos en el continente americano sería considerada como un acto de agresión contra los EE UU». Esta toma de posición, clave en la definición de la política exterior de unos EE UU recién independizados de las potencias imperiales europeas, se la conoce como la 'doctrina Monroe' y se popularizó con el slogan «América para los americanos». La declaración era una clara llamada de atención a las potencias coloniales europeas para que se abstuvieran de intervenir en el continente americano. Gracias a ella EE UU afianzó su poder a escala regional expulsando a los imperios europeos de su área inmediata de seguridad. La lógica subyacente a la 'doctrina Monroe' era mantener a estos lejos de las fronteras americanas para poder convertirse en la superpotencia regional de todo el continente.
En aquel momento, la capacidad militar de los EE UU (como sus propios intereses económicos) era limitada y no llegaba mucho más allá del Caribe. Pero es precisamente del Caribe de lo que yo quiero hablar hoy: la seguridad nacional estadounidense dependía, ya entonces, de que su 'patio trasero' estuviese en calma. Así, EE UU estimaba el Caribe y Centroamérica como parte de su «esfera de influencia exclusiva» y no podía tolerar que una potencia extranjera controlase, influyese o tuviese bases militares en la zona. La presencia española en Cuba, a sólo 90 millas náuticas de Florida, era un peligro inasumible y representaba una amenaza fundamental para los EE UU del siglo XIX.
Fast-forward. El 22 de Octubre de 1962, en un discurso radiotelevisado a la nación, el presidente Kennedy explica a los estadounidenses que su gobierno no va a tolerar la transformación de Cuba en una base estratégica de la URSS y que la presencia de armas nucleares rusas en la isla caribeña representaba una amenaza fundamental para la seguridad de los EE UU. Si el triunfo en Cuba de un gobierno marxista leninista (el castrismo), afín a la URSS, ya resultaba intolerable para Washington, la instalación de misiles en suelo cubano era algo que -de facto- obligaba a EE UU a actuar de manera decidida y contundente. Otra vez, Monroe. Kennedy no titubeó y, dirigiéndose con tono asertivo al líder soviético Nikita Khrushchev, le emplazó a neutralizar esa amenaza y retirar de inmediato los misiles para evitarle al mundo una guerra nuclear. La llamada 'crisis de los misiles' quedó resulta pacíficamente. La URSS no perdió mucho; para ellos Cuba no tenía importancia estratégica fundamental pues de lo que sucediera (o dejara de suceder) en la isla no dependía la seguridad inmediata en territorio soviético. Los EE UU, para quienes Cuba sí tiene importancia estratégica crítica por ser un territorio en su vecindad inmediata, ganaron la partida. Cuba (y el resto del Caribe) siempre ha sido un coto privado para los EE UU y Washington nunca ha consentido, en su área inmediata de influencia, fisuras que puedan poner en peligro la seguridad nacional.
Irónicamente, pasadas décadas, EE UU acabó haciendo una interpretación muy expansiva de la 'doctrina Monroe' y construyendo un imperio global, «luchando contra el imperialismo y el colonialismo». La 'doctrina Monroe' ha servido de excusa a EE UU, durante dos siglos, para ampliar su poder e influencia por todo el mundo hasta el punto de que, en pleno siglo XXI, la superpotencia regional en Asia sigue siendo un país no asiático: Estados Unidos. EE UU, necesita retener su liderazgo regional en Asia-Pacífico para que su posición como potencia global, vinculada a este, no se tambalee. Los portugueses, seguidos de los españoles, los holandeses y los británicos, no afianzaron sus imperios hasta que no establecieron colonias en Asia y desarrollaron rutas comerciales globales. Así, EE UU no se convirtió en superpotencia hasta el año 1898 cuando despoja a España de sus plazas coloniales en Filipinas y Cuba. Dicho de otro modo: es en Asia donde una gran potencia se convierte en un imperio. Es decir, para ser una verdadera superpotencia global es preciso ser, además, una potencia en Asia.
Pues bien, la isla de Taiwan, cuya soberanía de pleno derecho Pekín nunca ha dejado de reclamar desde que se fundó la República Popular de China en el año 1949, está todavía más cerca de China continental que Cuba de Florida. Sólo 70 millas náuticas separan ambos territorios. Es el 'Caribe chino' y Pekín no está sino haciendo su propia lectura de la 'doctrina Monroe': Asia para los asiáticos. No va a tolerar que, en su patio trasero, Taiwan sea una base estratégica de EE UU pues representa una amenaza fundamental a su seguridad nacional. Quid pro quo. Dan ganas de decirle a Pelosi: «Más perdimos nosotros en Filipinas y Cuba...»
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