La vuelta del milenarismo
Esta epidemia será superada y la recuperación será un hecho incontrovertible
Manuel Ángel Castañeda
Domingo, 5 de abril 2020, 07:39
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Manuel Ángel Castañeda
Domingo, 5 de abril 2020, 07:39
Estas semanas de reclusión por la amenaza de la nueva peste, que ahora llamamos Covid-19, traen a la memoria otros episodios de la historia, un pasado en el que siempre ha estado presente la catástrofe. Los embates de la naturaleza, en sus diversas formas, ... son un hilo conductor de la historia de la humanidad. En ocasiones han sido terremotos, erupciones volcánicas, incendios devastadores o las diferentes epidemias que han diezmado poblaciones. En todo el mundo se han registrado episodios que han provocado una mortandad elevada e incluso devastadora.
A lo largo de la historia, Europa ha sido azotada por epidemias. España no ha sido una excepción y Cantabria tampoco se ha librado del luto causado por diferentes virus. Si repasamos la historia de Santander nos encontramos con dos pandemias que llegaron a poner en peligro la existencia misma de la ciudad, ya que murió una gran parte de la población.
El ocho de marzo del año 1497, atracó en Santander una flota procedente de Flandes, que conducía a la princesa Margarita de Austria para contraer matrimonio con Juan de Aragón, heredero del reino de Aragón. Algunos de los marineros de aquella flota trajeron consigo unos virus que se reprodujeron a gran velocidad y diezmaron la población santanderina y de una buena parte de Castilla. Precisamente de aquel suceso queda memoria en la capital de Cantabria, que cada catorce de mayo cumple el voto hecho a San Matías, durante la epidemia, para salvar a la población que quedó severamente reducida, hasta el punto que perdieron la vida más de la mitad de sus habitantes.
Casi un siglo más tarde, noviembre de 1596, otra pandemia llegó a España por el puerto de Santander, en el barco Rodamundo, también procedente de Flandes. La peste diezmó la población y se extendió por Castilla. Más tarde llegaron otras enfermedades altamente contagiosas que obligaron a habilitar la isla de Pedrosa como lugar de confinamiento para la cuarentena, a la que eran sometidos viajeros y marineros que llegaban, fundamentalmente, de América.
Este preámbulo histórico sirve para comprender que la humanidad siempre se ha sobrepuesto a todas las adversidades. También para aceptar que, en todas las épocas, hubo situaciones de extrema gravedad y que fueron superadas. Y que esa historia tachonada de desgracias, unas veces provocadas por la mano del hombre y otras por la naturaleza, nos debe servir para mantener la esperanza de que esta epidemia, que además de a las personas afecta severamente a la economía, será superada y que la recuperación será un hecho incontrovertible.
Ahora, cuando la situación es de extrema gravedad, aparecen voces catastrofistas que recuerdan a los predicadores del milenarismo, los profetas del fin del mundo. Es preciso tener en cuenta que los augures de las grandes catástrofes se han equivocado reiteradamente. En estos días releo un libro, tan interesante como denso, titulado 'En defensa de la Ilustración', escrito por Steven Pinker, que desmonta los presagios más catastrofistas. En esas páginas se recuerda como en el año 1950 un científico de la categoría de Albert Einstein dijo que «Sólo la creación de un gobierno mundial puede evitar la inminente autodestrucción de la humanidad» o la frase de Joseph Weizenbaum, dirigida a sus alumnos en el año 1976: «Estoy completamente seguro –no existe la más mínima duda en mi mente– de que en el año 2000 todos vosotros estaréis muertos». Otro tipo de anuncios con tintes milenaristas han sido realizados por expertos con excelente formación y conocimiento de causa. Basta con recurrir a los informes del denominado Club de Roma de mediados del siglo XX, que anunciaban que en el año 2000 no habría petróleo o aquel estudio, muy anterior, realizado en los Estados Unidos, que trató de calcular el número de habitantes que podría soportar y alimentar la nueva nación, y que realizó el trabajo partiendo de la cantidad de caballos que podrían criarse, porque se entendía que el caballo era el elemento esencial para la producción y transporte de alimentos.
La historia demuestra que los hombres son capaces de soportar penurias inimaginables y que tienen capacidad suficiente para remontar las adversidades. La incógnita que queda por despejar, en esos momentos de incertidumbre, es el camino que se tomará para recuperar la vitalidad económica y social de España. Una vía posible reside en tratar de imitar sistemas que han fracasado de manera evidente, como el de entregar la economía a un gigantesco aparato de empresas públicas que ahoguen la iniciativa privada. Otro, el de recuperar el equilibrio que supuso la socialdemocracia entre el capitalismo salvaje y el comunismo liberticida. Si atendemos a los resultados de experimentos sociales, como el hombre nuevo que propuso, y aun mantiene en algunos países, el comunismo, es evidente que no sólo no ha funcionado, sino que, además de no generar un estado de bienestar, ha eliminado un elemento básico de la condición humana: la libertad. La recuperación económica debe basarse más en ofrecer a las personas un sistema que permita desarrollar sus iniciativas, que en otro que persiga convertir a los ciudadanos en súbditos al uncirlos al yugo de las subvenciones.
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