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Uno. Las fiestas navideñas transforman el paisaje cotidiano, algunas relaciones sociales se desarrollan de forma distinta, se abre un paréntesis y lo habitual se modifica. Muchas cosas se alteran: las ciudades se llenan de luces, de colores y de música; en la calle se ... observa que muchos caminan de forma distinta: corren de un lado a otro, de tienda en tienda cargados de compras (sí, se asaltan los centros comerciales atraídos por el reclamo de adquirir el tesoro que, envuelto en papel de regalo y pagado con la tarjeta de crédito, proporcionará la felicidad), y también muchos corren de celebración en celebración (con frecuencia la obligación social está detrás de bastantes de esos encuentros festivos). Y durante estos días en el interior de los hogares también se aprecian importantes transformaciones: la decoración, las comidas, encuentros familiares…
Algunos dicen que el exceso define a estos días: demasiadas fiestas, comidas, compras, reuniones, muchas felicitaciones poco sinceras…
Dos. La globalización cultural hace que toda nuestra existencia cambie y se haga más uniforme. La pluralidad y la mezcla de símbolos, ritos y comportamientos que se manifiestan en las fiestas navideñas dificultan su comprensión y análisis. El sincretismo de ceremonias y costumbres provoca que nos cueste entender qué hay detrás de estas celebraciones. Unimos lo religioso con lo profano, el Belén con un árbol con bolas de colores, los Reyes Magos con Papá Noel, el despilfarro consumista con el sentimiento compasivo por los más desfavorecidos (sí, a las cuatro de la tarde, tumbados en el sofá de casa, comiendo turrón, vemos una película americana que nos habla de 'El espíritu de la Navidad', y con una mano enjuagamos la lágrima que responde al sentimiento creado por el cine y con la otra compramos en Amazon el último modelo de móvil).
Tres. Según mi criterio, de todos los ritos navideños tres son los más importantes: el nacimiento del niño Dios, las reuniones familiares y las felicitaciones. Con su permiso haré unas mínimas referencias.
En la tradición cristiana, la Navidad conmemora la llegada de Dios al mundo. El niño Dios transformará las relaciones humanas: «Paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2.14). Simboliza un tiempo nuevo, significa otros valores: pureza, inocencia, ternura. Y la tradición del Belén destaca el valor de la familia, y de la sencillez, y de lo popular. Por otra parte, en el ámbito profano, en muchas tradiciones culturales, se celebra el comienzo de un nuevo ciclo en la naturaleza: vuelve la luz, la promesa de la vida, de la cosecha que vendrá. Y el renacimiento es la oportunidad de olvidar las penas pasadas y pensar en un futuro próspero; se puede volver a empezar con nuevas fuerzas y esperanzas.
Es costumbre felicitar las fiestas a las personas de nuestro entorno. A los que queremos les deseamos felicidad y prosperidad (sí, nos referimos a lo espiritual y a lo material, a la aspiración-necesidad de vivir en armonía y, también, de no pasar necesidades). Este gesto es valioso, es una forma de darnos calor y ánimo, y es una manera de decir a los otros: «Me acuerdo de ti», «te aprecio», «eres importante en mi vida». Al mismo tiempo, en muchas ocasiones, junto con esos buenos deseos, se dan las gracias por la ayuda recibida y se pide perdón por los agravios, por los olvidos, por la falta de consideración con esas personas que son básicas en nuestra vida.
La vuelta a casa y la reunión familiar es muy importante. Se produce el gran abrazo de los seres queridos. Regresamos a las raíces, al paisaje de la infancia. En torno a una mesa, con los sabores y olores con los que crecimos, recordamos las tradiciones y la historia del grupo. El grupo une, da calor, da seguridad. En el entorno familiar recuperamos la identidad (Bauman explica que en la actual etapa de la sociedad moderna todo se ha vuelto 'líquido', que hemos perdido las referencias-seguridades que nos proporcionaban las viejas y 'sólidas' instituciones. Hemos perdido el hogar, dice Berger, y, en la calle y en el mundo laboral, sentimos el frío del individualismo, de la competitividad y de la insolidaridad).
La vuelta al hogar, al origen, a lo auténtico, proporciona seguridad: sabemos que la familia no nos falla, que nuestros hermanos son incondicionales. En casa podemos ser nosotros mismos y olvidarnos del rol y el estatus social-profesional.
La literatura lo refleja: Pulgarcito, el protagonista del cuento de Perrault, cuando camina por el inhóspito y peligroso bosque, va dejando marcas para poder volver a la seguridad del hogar. En el cine, ET, el tierno extraterrestre, con añoranza, dice: «¡Mi casa!».
Concluyo. Después de desearles todo lo mejor, permítanme señalar lo que nunca deberíamos olvidar: muchos somos afortunados y en estos días podemos celebrarlo, pero también son muchos los que sufren, tienen carencias, tienen problemas, están solos. ¿No es tiempo de ser solidarios? ¿No deberíamos dar pasos para cambiar el mundo?.
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