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Con su regreso anoche a España casi 22 meses después, el rey emérito abre un paréntesis en su exilio voluntario en Abu Dabi, donde ha decidido fijar su residencia estable. Juan Carlos de Borbón aprovechará la visita para reunirse con familiares y amigos y ... mantener un encuentro con Felipe VI el próximo lunes en el Palacio de la Zarzuela, donde no pernoctará. Su viaje ha de ser interpretado como un signo de normalidad, favorecido por el reciente archivo de las investigaciones sobre él abiertas por la Fiscalía del Tribunal Supremo. El anterior jefe del Estado goza de plena libertad de movimientos. Ni existe ni ha existido cargo alguno en su contra. Por tanto, puede desplazarse donde estime oportuno sin más limitaciones que las que le dicten su sentido de Estado y su inteligencia política para proteger la institución de la Corona, un objetivo que debería ser su prioridad.
Esa normalidad, sin embargo, no deja de estar impregnada de unas circunstancias tan excepcionales como su abdicación y posterior marcha a los Emiratos Árabes tras conocerse comportamientos financieros y de su ámbito privado en las antípodas de la ejemplaridad, transparencia y rectitud exigibles a quien ha desempeñado sus altas funciones. Entre ellos, la ocultación en el extranjero de un patrimonio regularizado ante Hacienda contrarreloj, lo que ha erosionado su imagen y hecho un flaco favor a la monarquía. Su horizonte penal se ha visto despejado gracias a que los supuestos indicios de delito observados por el Ministerio Público habían prescrito o estaban blindados por la inviolabilidad que, según la Constitución, protege todas las acciones del Rey durante su mandato. En consecuencia, no son gratuitos los cortafuegos que Felipe VI se ha visto obligado a establecer con su padre: desde la retirada de la asignación anual a empujarle a un discreto retiro fuera de España, interrumpido ahora.
La visita del emérito le brinda una magnífica oportunidad para ofrecer las explicaciones que debe a la opinión pública. Puede que ya sea tarde para evitar que reprobables conductas privadas empañen su encomiable labor en la Transición, que ha de serle justamente reconocida y en ningún caso puede caer en el olvido. Pero ese paso ayudaría a deslindar terrenos y a la doble tarea que tiene por delante: recuperar su imagen para la historia y contribuir a la consolidación de la Corona, cuya integridad es inexcusable si aspira a tener futuro, como bien ha aprendido su hijo.
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