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La palabra UCI -Unidad de Cuidados Intensivos- da miedo, infunde un estado de ánimo en pacientes y familiares cercano a la tragedia. Existe el concepto de un espacio frío que genera rechazo entre la población. Con este mal sueño, fruto de la crisis provocada por el coronavirus -Covid 19- el término UCI suena a muerte, a despedida, pero no es así en el 90% de los casos.
Hay vida tras pasar por este servicio hospitalario, y doy fe de ello cuatro años después de haber estado allí, en la del Marqués de Valdecilla en mayo de 2016, aquejado de una grave neumonía bilateral. Aquel 3 de mayo de hace cuatro años ni me encontré bien en el despacho del Ayuntamiento de Liérganes, ni tampoco a última hora de la mañana impartiendo clase en la universidad.
Pensé que era un mal día, aunque lo cierto es que a media tarde un ataque de fiebre brutal generó sospechas en el médico del SUAP, quien ordenó mi traslado a Valdecilla. Fue todo tan rápido que cerca de la media noche el diagnóstico fue definitivo: entrar en la UCI, una situación siempre inesperada para el paciente y su familia.
Cuando todo va bien en tu vida, aparece la enfermedad y da igual quién seas, lo que tengas o cómo seas. Porque ponerse enfermo, y el coronavirus es una triste muestra, no hace distinciones. De hecho, en la primera noche en Intensivos, advertí rápido que la enfermedad me decía. «Hola, aquí estoy, vengo a cambiarte la vida».
De repente estás solo, en una habitación de ocho metros cuadrados, tumbado boca arriba y rodeado de máquinas, cables y tubos, que te recuerdan a una nave espacial. Y por si fuera poco un montón de monitores que pitan constantemente, y que te hacen reflexionar sobre la fragilidad del ser humano. Un médico residente cubano me agarró la mano y me tranquilizó: «Estoy de guardia, vamos a luchar juntos».
En medio de la vorágine con la que se trabaja en una UCI -la veía y la escuchaba constantemente desde la cama- mi recuerdo en Valdecilla es el de un personal volcado en salvar vidas. O quizás, en prolongar vidas, que es el objetivo médico último. Te quitan el reloj y pierdes el sentido del tiempo -queda adulterado-, salvo cuando llega la visita familiar -mascarilla obligatoria- de media hora por la mañana y otra por la tarde. Pero estás vivo, tienes todas las horas del día para pensar, y te agarras al flotador de la ciencia y del prestigio asistencial, docente e investigador del Hospital Valdecilla.
El profesional de una UCI es como un equilibrista subido al alambre, que trabaja sin red entre la vida y la muerte. La crisis sanitaria del coronavirus ha puesto sobre la mesa el papel del cuidado intensivo, y su importancia dentro del hospital. La UCI es sinónimo de vida -el 90% sale adelante-, aunque algunos piensen lo contrario. De la UCI se sale bien casi siempre, y en las grandes catástrofes, como la actual, surge lo mejor de los profesionales sanitarios.
Estoy convencido de que la falta de medios, ante el desbordamiento en el número de contagiados por el virus, se suple con un exceso de imaginación por parte de los profesionales.
Apenas estuve tres días en la UCI: un hotel sanitario de lujo. Y lo mismo en la planta de Neumología: cinco días más de esmerado cuidado asistencial.
Entre el apoyo familiar y los paseos por el largo pasillo que comunica las cuatro torres del hospital, la recuperación fue rápida. Un mes después volvía de nuevo al trabajo. La vida seguía tras una experiencia que te hace valorarla mucho más. Das importancia a lo verdaderamente relevante, y desechas lo superfluo en tu existencia personal y profesional.
Ahora, en cambio, soy grupo de riesgo por haber padecido una neumonía, y he tenido que optar por el teletrabajo desde casa. No tengo miedo, pero sí mucho respeto a una pandemia que a mi generación, que ha sido afortunada en casi todo, le deja con muchas dudas sobre el futuro de nuestros hijos y nietos. Nada volverá a ser igual. Los expertos dicen que tras la II Guerra Mundial esta crisis sanitaria ha sido el momento más difícil para la humanidad, y así lo creo.
Hay que transmitir a los afectados por el coronavirus -estén o no en una UCI peleando por sobrevivir- y a sus familias nuestra solidaridad. Es preciso tener confianza en la ciencia, la medicina y el humanismo. Tres pilares esenciales para salir de esta situación crítica desde la esperanza de que todo retorne rápido a la normalidad. Permanecer en casa confinados es un duro sacrificio, pero necesario. No demos más trabajo a las UCI, colapsadas y con el personal agotado.
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