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Como 'Cagancho en Almagro'. El habla popular recupera estos días la castiza expresión algo en desuso inspirada en la tarde más aciaga del famoso torero, ... allá por 1927, para describir la faena lamentable que el PSOE de Cantabria le ha hecho al toro el órdago fallido al PRC por el voto de Mazón contra la investidura de Sánchez. Lo que pretendía ser un alarde de valentía y dignidad ha resultado una exhibición de debilidad y rendición. Mientras Sánchez disfruta el éxito de su larga y sinuosa travesía para consolidarse en La Moncloa, Zuloaga, por servir al jefe, afronta sus horas más bajas en el liderazgo del PSOE frente a un Revilla todavía más crecido.
La cúpula socialista ha intentado maquillar el papelón, primero con la tesis de que era el PRC el que rompía el pacto con el 'no' a Sánchez y que el PSOE nunca había hablado de abandonar el Gobierno. Y luego, invocando los socorridos mantras de la responsabilidad con Cantabria y con los ciudadanos para mantenerse en el Ejecutivo. Pero no es fácil imponer esta argumentación constructiva cuando la calle sentencia que el PSOE de Zuloaga ha dado marcha atrás en su ultimátum para seguir al calor del poder en el Gobierno y en los ayuntamientos, y al tiempo proteger a su gente colocada en la Administración.
Acaso no es lo peor la rechifla general y los 'memes' humillantes en las redes sociales, sino el impacto negativo del episodio en el propio PSOE. Y no es sólo que Eva Díaz Tezanos y sus afines del sector crítico se lancen malvadamente a denunciar a los cuatro vientos la improvisación de Zuloaga y su ejecutiva en el manejo de la crisis sin medir las consecuencias. También en el oficialismo se detecta estupor y decepción, ya desde el principio del conflicto, con el diputado Pedro Casares, miembro de la ejecutiva federal, marcando el paso de la ruptura como alto representante de Sánchez, hasta la sonrojante capitulación que le ha tocado asumir a la cúpula de Zuloaga. La unanimidad de la ejecutiva socialista antes y después, para romper y para dar marcha atrás, no evita la división de opiniones en las bases: los que piensan que nunca debió producirse tan drástico ultimátum y los que apostaban por irse a la oposición si el PRC consumaba su 'no' a Sánchez, por rebelarse contra Revilla como el nuevo PSOE de Zuloaga prometía para distinguirse del que antes lideraron Gorostiaga o Díaz Tezanos. O sea, o una cosa o la otra, pero no caer en un descrédito bochornoso ante la opinión pública.
En fin, un lío monumental en Cantabria por un voto que a fin de cuentas ha resultado intrascendente en la investidura de Madrid. Pero así funciona la disciplina vertical entre la capital y las provincias. Sánchez metió presión a Revilla sin pensar mucho en la delicada posición de Pablo Zuloaga y su partido. Como luego la vicepresidenta Carmen Calvo, que en su arrogancia y/o torpeza, insinúa que el 'no' regionalista a Sánchez puede afectar al cumplimiento de los compromisos del Estado con Cantabria, lo cual cargaría de razones al PRC para, llegado el caso, hacer culpables a los socialistas del maltrato de Madrid y expulsarles del Gobierno regional. Tampoco parece reparar Calvo en que el voto de Mazón puede ser valioso en el futuro, sin ir más lejos para la aprobación de los Presupuestos del Estado.
En ningún momento de estos días convulsos se le ha visto al PRC muy impresionado con el ultimátum del PSOE, quizá seguro de que Zuloaga aflojaría al final o porque la estabilidad del Gobierno no peligraba con el PP o con Ciudadanos, ambos encantados de la vida si les toca colaborar con la causa. Ahora el regionalismo quiere pasarle la factura de la crisis al PSOE claudicante con un nuevo acuerdo de gobernabilidad que le exige reconocer y respaldar la jerarquía de Revilla y los compromisos del Estado con Cantabria. Esto también parece un ultimátum. Veremos.
PRC y PSOE comparten el diagnóstico de que el pacto que suscribieron en el comienzo de la legislatura debe ser revisado, el problema es que perciben síntomas radicalmente distintos. Si el PRC reclama a los socialistas más respeto al presidente Revilla y más lealtad en la reivindicación al Estado, al PSOE le duele la soberbia de su aliado en la relación política y en la gestión gubernamental. Por no hablar de las diferencias ideológicas que les separan, como se constata en el duro artículo de la consejera regionalista Paula Fernández sobre la amenaza a los intereses de Cantabria y la unidad de España que supone el pacto para la investidura de Sánchez, y en las ampollas que ha levantado en el PSOE. Mucho tendrán que mejorar las cosas para que no surjan más conflictos en la coalición.
En el caso de Zuloaga, si quiere recomponer su liderazgo desde el poder deberá trabajar duro y bien en el partido y en el Gobierno, y tentarse la ropa antes de alentar nuevas situaciones de fractura. De momento, Revilla ya le ha hecho llegar un mensaje demoledor: 'El que me echa un pulso, lo pierde'.
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