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Guillermo Balbona
Miércoles, 17 de febrero 2016, 13:50
Cuando Francis Ford Coppola acudió a Oviedo para recibir el Premio Príncipe de Asturias mantuvo un encuentro con el público en el que confesó que "el aprendizaje es uno de los grandes placeres de la vida". En sus inicios como cineasta lo experimental y lo inquieto, la búsqueda incesante y la diferencia marcaron su vocación de estilo. Entre sus dos 'padrinos', como un sueño cinéfilo y un tratado sobre el sonido de la soledad, 'La conversación' asoma como un virtuoso, sutil y preciso trabajo que respondía a su máxima y entusiasta aspiración fundacional: "De joven yo quería rodar películas experimentales, películas que no se hubieran hecho antes". 'La conversación' lleva dentro a un Holden Caulfield, encarnado por un magnífico Gene Hackman. El espía de vidas ajenas, sorprendido de su propia influencia, asombrado por lo que escucha y lo que nunca llega a oír, es un guardián entre el centeno que sinuoso y sibilino, pausado y prudente, discurre entre los pliegues de la realidad, se desvela en la impostura de permanecer oculto desnudando lo privado. El filme es cuento y parábola social, una intriga derivada del propio enigma que es vivir.
El guión de Coppola estuvo cobijado en un cajón durante mucho tiempo hasta que lograda la proyección y el dinero que le proporcionó el primer 'padrino', afloró este delicado, melancólico y apasionante ejercicio de estilo, tan contenido como sugerente, que nunca pierde su macguffin de intriga y construye una atmósfera existencial desasosegante y rebosante de extrañeza.
'La conversación', entre silencios, diálogos musitados, ruidos cotidianos y una música sensual y desmayada como una textura que repele y atrae a la vez, podría pasar perfectamente por un relato de Cortázar. En lo lineal y aparente Coppola pasea su cámara, elegante, narrativa, paradójicamente invisible, por la vida de un investigador tan eficaz como funcional. En la ficción, como en la realidad, nada es lo que parece. Asistimos a una representación, miramos tan solo un fragmento, representamos una fragmentación de la vida.
Coppola, entre 'Blow up' y 'La ventana indiscreta', entre Antonioni y Hitchcock, perfila la intromisión en un fragmento del oficio de vivir a través de Harry Caul, un personaje omnipresente con el que el espectador empatiza o al que rechaza, reflejo perfecto de esa mezcla de intensidad dramática y reflexión moral que está adherida al ADN del filme.
La caligrafía visual del cineasta de 'Llueve sobre mi corazón' es un personaje más. La altura baja de la cámara, los colores desaturados, las sombras, la luz dura. Y esas suaves panorámicas que mecen la historia en una coreografía inquietante. Una indagación en la aparente grisura, en las personas anónimas que desvelan un pulso dramático.
Misántropo y misógino
Palma de Oro en Cannes en 1974, esta obra maestra oculta por los grandes títulos mediáticos de su autor, es una radiografía espléndida de la fragilidad y del engaño que desprenden las apariencias. El misántropo y misógino que interpreta Hackman, -el actor aprendió a tocar el saxofón para abordar su papel- crece entre la excelencia del montaje de sonido de Walter Murch, fiel colaborador de Coppola, y la extraordinaria música de David Shire, que impregna en contrapunto un plácido pasaje que cubre la pátina desgarradora del filme.
'La conversación' es, en realidad, una partitura sorda que suena en lo profundo, sujeta entre dos tempos: ese zoom en picado, a modo de preámbulo lúcido, que presenta al protagonista entre la multitud; y ese plano final triste, casi suicida, que deja de nuevo al personaje desnudo. Principio y final a la intemperie.
El suspense de esta obra no se parece a nada. Es jazz y mirada cegadora. Es luz de gas y sonido fragmentado. Una incursión en la paranoia agazapada cuando uno se conciencia de que tan solo accede a un trozo de realidad. Pero, ¿quien vigila al vigilante? El acto de observar y ser observado recorre la piel de este ensayo clínico, cuya frialdad engañosa empapa la retina y manipula la información que llega a través del oído. Un juego sensorial que convierte al testigo y al voyeur, lo somos todos, en observado, en una criatura entendida dramáticamente, implícita en una trama que creíamos ajena.
Pesadilla paranoica, Coppola pasa con creíble naturalidad de la mesura a los planos que conllevan un terror psicológico o incluso visualizaciones, como la del sangre en el baño, que anticipan los resplandores oníricos de muchas historias ligadas al género fantástico.
Audaz, casi transgresora, 'La conversación' fascina por su capacidad para alumbrar interrogantes, su poderoso magnetismo visual, su soledad sonora adentrándose en la médula espinal de cada vida mirándose en el espejo roto de su inevitable condición de inadaptados. Hay algo trasversal, oblicuo, marginal en el filme de Coppola, que seduce como si fuese el reino natural de un estado de vida. Lo alucinatorio y lo real se combinan y abrazan con sutil destreza. Cuando el silencio es palabra y la palabra un enorme túnel de elocuencia. Culpabilidad, traumas, pesadillas, angustia, redención en soledad hasta ese plano final, uno de los más intensos, lánguidos y rotundos solos de saxo y cine que esculpe una forma de mirar a la vida...y tal vez de escucharla.
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Ana del Castillo
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