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César Coca
Miércoles, 4 de mayo 2016, 20:42
Los Newman son a la música de cine lo que los Bach a la clásica. Durante la parte central del siglo XX, los hermanos Alfred, Lionel y Emil sumaron 56 candidaturas al Oscar; Thomas y David, hijos del primero, aportan otras diez; y Randy, primo de ambos pero cuyo padre no era músico, otras tantas. En total, el apellido Newman ha sonado en 76 ocasiones en las galas de la Academia de Hollywood. Ninguna saga ha alcanzado un nivel semejante. Pues bien, el Johann Sebastian de ese grupo es Alfred.
Para destacar la importancia de Alfred Newman en la música cinematográfica basta la exposición de algunos récords: ganó nueve Oscar, fue candidato en 44 ocasiones, sus trabajos resultaron elegidos para competir por el premio durante veinte años consecutivos y en 1938 y 1939 acumuló cuatro candidaturas cada temporada. Es cierto que en esos años el sistema de selección era distinto y había más candidaturas, pero solo hay un compositor que se aproxima a algunas de esas cifras: John Williams lo ha superado en nominaciones aunque no en galardones (tiene cinco) y no parece probable que supere ya a Newman.
La biografía de este compositor serviría para ilustrar a la perfección el mito de EE UU como tierra de oportunidades. Nacido en New Haven, estado de Connecticut, en 1901, era el mayor de diez hermanos. Su padre, descendiente de una familia de judíos rusos, era comerciante, y la madre, una gran aficionada a la música que organizaba los cantos de la sinagoga local. En aquella casa los apuros económicos eran algo cotidiano, pero decidieron que los hijos tendrían una formación musical y tal empeño dio sus frutos: ahí están Alfred, Lionel y Emil para corroborarlo.
Alfred fue un niño prodigio de los que tanto abundan en la música. Antes de los diez años había dado ya conciertos de piano y cuando sus padres se separaron él tenía 18 asumió el papel de sostén de la economía familiar. Ya había tocado el piano en los cines, durante la proyección de las películas, pero cuando supo que en los teatros pagaban más cambió de actividad. Meses después ya estaba en Broadway, donde conoció a Gershwin, Rogers, Kern y otras figuras del musical. En 1921 logró el puesto que había de catapultarlo a la fama: director musical de la revista 'Scandals of 1920'. Fue allí donde algún tiempo después Irving Berlin conoció su trabajo. Los elogios que el futuro autor de 'White Christmas' hizo de su labor fueron el pasaporte a Hollywood.
A la meca del cine llegó con su bagaje de conocimientos del jazz, el rag y otros ritmos de la modernidad. Aunque había comenzado a trabajar con la Goldwyn, no tardó mucho en cambiar de productora porque en esta no se hacían demasiados filmes. Por ello, cuando recibió una oferta de Darryl Zanuck en nombre de la Twentieh Century Fox que enviaba al mercado una película por semana no lo dudó ni un momento. En esta compañía asumió durante veinte años la dirección musical, compitiendo con otro grande de la música, Max Steiner, que hacía lo propio en la Warner. En la Fox, Newman dejó una huella indeleble y no solo por las decenas de bandas sonoras que escribió y el estilo que impuso: todavía hoy se usa al inicio de los filmes la fanfarria que él escribió para la productora.
A lo largo de su prolífica carrera que pudo haber sido más larga si no llega a morir a la edad relativamente temprana de 68 años escribió música para filmes de todos los géneros, aunque destaca su asociación con directores como John Ford, William Wyler, King Vidor, Walter Lang, Howard Hawks e incluso el Hitchcock de sus primeros años en EE UU. Algunos críticos apuntan que, salvo quizá la excepción de Lang, no trabajó en los mejores filmes de ninguno de ellos. Lo que, por otra parte, no es un demérito para su trabajo.
La relación de las nueve películas por las que ganó el Oscar avala también esa hipótesis. Fueron 'Alexander's Ragtime Band' (King, 1938, una banda sonora compartida con Berlin), 'Tin Pan Alley' (Lang, 1940), 'La canción de Bernadette' (King, 1943), 'Siempre en tus brazos' (Lang, 1947, a medias con Gordon y Myrow), 'With a song in my heart' (Lang, 1952), 'Llámame señora' (Lang, 1953, con Berlin), 'La colina del adiós' (King, 1955), 'El rey y yo' (Lang, 1956, adaptación musical con Darby) y 'Camelot' (Logan, 1967, adaptación musical también con Darby). Como se ve, no abundan las películas memorables y además en dos casos son adaptaciones de trabajos previos realizadas además a medias con otros compositores.
En la filmografía de Alfred Newman hay unas cuantas películas de contenido religioso: dramas bíblicos o historias más o menos recientes con fuerte carga espiritual, como la citada 'La canción de Bernadette'. En estos filmes, por una cuestión de identificación personal, el compositor dio lo mejor de sí mismo. Pero también construyó partituras excelentes para películas de acción lo mismo westerns que filmes de espadachines; melodramas como 'La colina del adiós', aunque la célebre canción 'Love is a many-splendored thing' la escribió Sammy Fain; o lujosos 'biopics'. En uno de ellos, 'Anastasia' (Litvak, 1956) se encuentran todos los géneros que mejor manejaba: una marcha ágil y pegadiza, una tema lírico de moderada intensidad y un vals elegante que guarda un curioso parecido con el que Shostakovich escribió en su Suite de Jazz. La banda sonora de esa película era una adaptación y fue candidata al Oscar aunque no lo ganó. Cuarenta años más tarde, Hollywood hizo un gesto a la memoria de Newman y encargó a su hijo David la música para la versión de la misma historia en animación (Bluth y Goldman, 1997).
La música de Newman es menos innovadora que la de muchos de sus colegas. Tampoco sus melodías tienen tanta fuerza. En muchos casos, juega a otra cosa: a no tratar de imponerse a la historia que cuenta. En algunos de sus mejores trabajos es preciso fijarse en la partitura, ir expresamente a escucharla, para que se haga presente. El espectador no avisado puede que ni se dé cuenta de que está ahí, reforzando el significado de la escena pero en un segundo plano. Sucede, por ejemplo, en 'Sinuhé el egipcio' (Curtiz, 1954), cuando Nefer, la prostituta a la que amó el protagonista y a quien ella traicionó, acude donde su antiguo amante, convertido en un médico célebre, para que la cure de una terrible enfermedad.
Como sucedió con toda su generación, el cambio en el modelo de cine realizado en Hollywood descolocó a Newman. Durante los sesenta, en plena madurez, trabajó poco, sobre todo si se compara con su febril actividad en décadas anteriores. Eso sí, aún firmó algunas partituras notables, como la de 'La conquista del Oeste' (Ford, Hathaway, Thorpe, Marshall, 1962), con su vibrante tema central, y 'La historia más grande jamás contada' (Stevens, 1965), de nuevo otra película sobre tema bíblico. Su despedida fue con 'Aeropuerto' (Seaton, 1970), una película de gran éxito comercial, que dio paso a un subgénero, el del cine de desastres, pero que más allá de eso carece de interés. Tampoco su música aporta nada al catálogo de Newman.
Cuando al comienzo de una película escuchen la fanfarria de la Fox recuerden que su autor es este Johann Sebastian Bach de las bandas sonoras.
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