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Guillermo Balbona
Jueves, 1 de septiembre 2016, 18:46
Asciende como esa espuma reconocible que deja el rastro de la marea y se diluye casi sin resaca ni huella. Película póstuma, quizás una ventana abierta a otro camino truncado por la muerte. Deliciosa evocación de un cine entrañable. Homenaje al maestro. "El cine es más importante que la vida" es la sentencia que con más insistencia se atribuye a François Truffaut. Y, sin duda, sus películas, incluida esta, rezuman enigma, misterio, ansiedad poética, relatos elegantes y sutiles donde el amor imposible, la amargura y la búsqueda asoman en busca de un territorio siempre en construcción. El director francés se despidió en plena madurez -inmadurez diría él- con este ejercicio de ligereza magnética que vincula cine negro y el de su querencia por Alfred Hitchcock en particular.
Con la excusa de fondo de una novela de Charles Williams, el cineasta de 'La piel suave' aborda la figura del falso culpable, reflexiona sobre la pareja, disecciona juguetón el arquetipo del inocente y se desmaya sobre esa fotografía en blanco y negro de Néstor Almendros que aporta un lecho de extraña fascinación y atmósfera de cuento. Es verdad que este filme que amaneció en la España del 83, tras la triste muerte del cineasta de la nouvelle vague, transmitió una cierta frialdad como si fuese el resultado de un ejercicio de estilo aderezado por la devoción hacia el director de 'Psicosis'. 'Vivamente el domingo', título muy alejado del significado más volátil del original, fundió la escritura del propio Truffaut, Suzanne Schiffman y Jean Aurel tras la sombra de la citada novela. Fanny Ardant, su entonces musa, y Jean-Louis Trintignant, encabezaron este juego donde la comedia policiaca discurre con sutil delicadeza, aparente superficialidad y buen gusto.
El agente inmobiliario, sospechoso de dos crímenes que no ha cometido, ayudado por una intrépida secretaria, retuerce la idea de entretenimiento, agita el concepto de simplicidad, y se ofrece como un caramelo que se va desenvolviendo con facilidad y mantiene en secreto su textura final. Audaz y a contracorriente, sorprende en ocasiones su tono de farsa, como si el cineasta de 'Jules et Jim' hubiera decidido mantener las distancias y no tomarse nada en serio. Entre guiños, homenajes y autocitas, como esa agencia que remite a 'Besos robados', Truffaut mezcla la gracia con la inteligencia, la levedad con el amor profundo al cine como única conexión posible con eso que llamamos vida.
'Vivement dimanche!' es un enredo entre detalles y conversaciones, un 'pas du tout' lleno de nada, entre piernas de mujer, observaciones, miradas, con un aire vital, melancólico, donde destaca la plenitud creativa de 'El hombre que amaba a las mujeres' como si afrontara su ópera prima.
Más alejado en emoción de otros homenajes de Truffaut a Hitchcock, al menos no tan explícitos, caso de 'Tirez sur le pianiste', sin embargo el cineasta logra construir una extraña pompa de jabón que late entre la luminosidad de Ardant y esa intriga, con anécdota dentro, que se enquista con encanto en el corazón del cine noir americano, mientras se suceden los escenarios teatrales a modo de declaración de principios sobre lo real y la fantasía, el simulacro y la realidad.
Entre cine dentro del cine y una mirada poliédrica asoman asesinatos, se filtra la información y la cámara se revela participativa y lúdica. Es un filme melancólico en el que habita subliminal esa poética del desencanto que atraviesa toda la filmografía de Truffaut.
Es curioso pero, a su modo, la obra que cierra la filmografía del cineasta posee connotaciones de espíritu no muy distantes, más bien cómplices, con el último filme de Woody Allen, 'Café Society'. Un retrato social pero intimista; un collage de contrastes y simetrías que envuelve una mirada sobre la imposibilidad de amar. Por ello quizás impresiona más que una obra coincidente repentinamente con una muerte tuviese un clima de celebración. Como 'La novia vestía de negro' y 'La sirena del Mississippi' domina el homenaje, la mirada atemporal, la nostalgia de un blanco y negro elegante y cómplice. Es una película de espectador pero, sobre todo, de amante del cine y de la vida. Por fin es domingo rezan estos fotogramas.
Truffaut (1932-1984) combina géneros, parece volver sin pretenderlo, quizás, a los orígenes de la nouvelle vague al filmar un documento que desborda frescura, espontaneidad, imprevistos y sorpresas. Naturalidad realista y ficción en un baile díscolo entre bajos fondos, oscuridades, marginalidad y mujeres fatales. El Kubrick de 'Senderos de gloria' se cita como ansia de oración.
Volver sobre esta creación es la mejor prolongación del reciente documental 'Hitchcock/Truffaut' que recaló en las salas recientemente. En 1962, el joven François Truffaut convencía a Hitchcock para sentarse con él y responder a sus preguntas en una entrevista que duró una semana. Las grabaciones de esta legendaria cita son el punto de partida del documental de Kent Jones. Frente a los testimonios de Scorsese, Linklater, David Fincher Peter Bogdanovich o Wes Anderson, la mirada del espectador de 'Vivamente el domingo' puede unir el eslabón perdido entre esos cineastas y su propia emoción. Truffaut falleció a los 52 años.
Algunos de los fotogramas de su filmografía han logrado un rapto de fugaz eternidad como ese amor al cine, a su musa, a la vida, que habita en su obra final.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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