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Tráiler de 'Eidurinn / The Oath'.
Islandia, en la zona caliente

Islandia, en la zona caliente

Tras sorprender con la Concha de Oro para 'Sparrows', el cine islandés regresa al Festival de San Sebastián con 'Eidurinn / The Oath', de Baltasar Kormakur

Ricardo Aldarondo

Jueves, 8 de septiembre 2016, 19:13

Dicen que Islandia está de moda: se destacan como inigualables la pureza de sus aguas, la belleza de sus paisajes, la naturalidad de su gastronomía y hasta la calidad de su pret-a-porter. Y, quién lo duda, Islandia cae bien asimismo por su forma rebelde y a la brava de enfrentarse a la crisis económica y los descalabros bancarios, y florecer de nuevo. Bien, pero en el cine ya veníamos comprobando ese esplendor.

Sea casualidad o no, que siempre hay un punto importante de suerte y elementos imponderables en cualquier palmarés, hace casi un año una película islandesa ganaba la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, Sparrows, que precisamente se estrena hoy, cuando quizás los ecos de aquel premio estén un poco apagados ante la inminencia de una nueva edición del Zinemaldia. En ese mismo San Sebastián 2015, en la sección Nuevos Directores, figuraba The Shows of Shows, un documental de Benedikt Erlingsson, el director también islandés que dos años atrás habían se había llevado el premio de esa sección con su original Of Horses and Men.

Pero además, también el año pasado, otra película del país de donde surgió la voz y las melodías imposibles de Björk ganaba la segunda competición más importante de Cannes, Un Certain Regard. Se trataba de Rams (El valle de los carneros), y era el segundo largometraje de ficción de Grímur Hákonarson, que además ganó la Espiga de Oro de la Seminci de Valladolid. También Sparrows constituía la prueba de consolidación de Rúnar Rúnnarson con su segundo largometraje, asi que la remesa de triunfadores es de nuevo cuño. Rams (El valle de los carneros) se estrenó en cines en España, con resultados discretos en cifras globales, pero sus 26.270 espectadores no están nada mal para un cine de autor evidentemente minoritario y de modestos alcances hacia el gran público.

En la próxima edición del Festival de San Sebastián, la Sección Oficial acoge otra película islandesa, y esta vez de un autor consagrado, Baltasar Kormakur, quizás el nombre más sonoro internacionalmente del cine islandés. Por lo que hace en su país y por lo que trabaja en coproducciones con otros, de alto presupuesto y notable estrellato en su reparto. Su anterior película, Everest, inauguró el año pasado el Festival de Venecia (está claro que el cine islandés es bienvenido en los principales festivales europeos) y que contaba en su reparto con Jason Clarke, Josh Brolin, Jake Gyllenhaal, Keira Knightley, Sam Worthington, Robin Wright y Emily Watson, nada menos.

De Baltasar Kormákur se verá en San Sebastián Eidurinn / The Oath, una película más modesta en su producción, con la que el director regresa a su país después de un tiempo de colaboración con Hollywood en películas como 2 Guns (con Denzel Washington, Mark Whalberg y Edward James Olmos), Contraband (con Mark Wahlberg, Giovanni Ribisi y Kate Beckinsale), y tras otros títulos como 101 Reikiavik (su sonado debut) y Las Marismas, en los que Kormákur ha destacado por su estilizada forma de acercarse al thriller y a la acción. En Eindurinn / The Oath, asumiendo además el papel protagonista, se escora a la zona más intimista y psicológica del thriller, a través de un neurocirujano de éxito que ve cómo su vida se desmorona cuando su hija empieza a salir con un traficante de drogas muy manipulador.

Pero, ¿qué tiene el cine islandés para que, desde su extrema latitud nórdica, con su escasa densidad de población y con un idioma muy particular esté logrando llamar la atención de este modo en todo el mundo? Estas cosas son difíciles de precisar, pero el paisaje y la luz son elementos que de un modo u otro se aprovechan bien para dotar a los relatos de una dimensión de belleza misteriosa, o para ahondar en los dramas personales y familiares en un entorno hermoso pero hostil, ideal para sugerir el aislamiento, que a menudo no reside solo en lo geográfico, también en lo sentimental. Así ocurría en Sparrows, con ese adolescente con la rabia y el dolor contenidos expresados a través de una puesta en escena cadenciosa, en la que los sentimientos de los personajes y el pasiaje se van engarzando con notable capacidad expresiva.

Kormákur por su parte es más dado a utilizar la nieve y los paisajes helados como generadores de tensión y acciones criminales: lo suyo sería el reverso en blanco del cine negro. También ese paraje helado y quieto como metáfora de la prisión emocional en la que se encontraba, por ejemplo, el protagonista de 101 Reijkiavik. Son características comunes también con buena parte del cine nórdico en general, procedente de paísaes como Dinamarca, Finlandia, Suecia o Noruega que en el nuevo siglo han dado lugar a un modo de contar las vidas humanas en sus entornos paísajísticos que quedó muy bien definido en el título de Friðrik Þór Friðriksson Fiebre helada (1995), que dio nombre al ciclo del Festival de San Sebastián sobre ese cine.

Esta Islandia expansiva en lo cinematográfico sirve también como acicate para el cine vasco, y en concreto para el realizado en euskera. Como se ha encargado de resaltar la iniciativa Glocal Cinema que pretende aunar las cinematografías que se expresan en lenguas no hegemónicas, Islandia solo tiene 323.000 habitantes, una séptima parte que Euskadi. Y haciendo cine en islandés están logrando llegar a los centros neurálgicos del cine y darse a conocer con el espíritu que anima a ese Glocal Cinema: Pequeños países para grandes historias. En ese senido, Loreak o Amama pueden ser un poco islandesas.

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