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'Fugitivos en la noche (era notte a Roma', de Roberto Rossellini
JOYAS IMPOPULARES

'Fugitivos en la noche (era notte a Roma', de Roberto Rossellini

Las sombras bélicas, la moral, el humor y el drama, la sencillez aparente y la hondura humana se mezclan en un juego que combina lo individual y lo coral a modo de retablo tras el decorado más obvio

Guillermo Balbona

Jueves, 27 de octubre 2016, 15:52

«La resignación de las masas ha contribuido a degradar las capacidades intelectuales de la humanidad entera, tanto de los que pertenecen a la minoría dominante como los que pertenecen a la mayoría sometida». Las palabras de Roberto Rossellini, pertenecientes a sus escritos sobre cine y educación, certifican la mirada humanista del cineasta de 'Stromboli'. Un autor, al que de una manera u otra hay que volver siempre por su entereza moral, su coherencia y honestidad. Lo humano y la mirada poética también se desprenden de una obra como 'Fugitivos en la noche'. Una cinta con dos factores como equipaje: ser bastante desconocida frente al resto de la rotunda trayectoria de Rossellini y el hecho de cerrar su etapa de esplendor. Rossellini que siempre rechazó las sendas trilladas, lo convencional y superficial asentó los fundamentos del neorrealismo pero fue más lejos al eludir los cauces del éxito y perseguir miradas documentales experimentales.

En el filme que nos ocupa las huellas bélicas, la moral, el humor y el drama, la sencillez aparente y la hondura humana se mezclan en un juego que combina lo individual y lo coral a modo de retablo tras el decorado más obvio. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Roma habitada por nazis, una joven italiana alberga a tres soldados aliados de tres nacionalidades diferentes: un inglés, un americano y un ruso. Le son confiados por una familia de campesinos, a cuya casa había ido a buscar provisiones. Las peripecias de esos tres militares aliados fugados sólo es la excusa lineal, argumental y narrativa. Al cineasta lo que realmente le interesa es centrar su historia en la esencia humana, en rescatar lo que representa y merece salvarse frente a la barbarie y el mundo ofuscado de la guerra y el odio. Diálogos con numerosas claves sobre esa visión, discurso sobre la honestidad y la desesperanza y tensión narrativa recorren esta obra densa pero de puesta en escena sencilla que juega con lo transparente y oculto a través de espacios como buhardillas y tejados de la Roma amenazada.

Premiada en 1960 en el Festival Internacional Karlovy Vary con el galardón especial del jurado, la cinta fue masacrada por la censura en España, caso de los diálogos en el que se aludía a los nazis, la sociedad italiana, la resistencia, o la situación en Europa. El maestro Rossellini pone distancia, mira a sus persones con la querencia de la cercanía humanista y construye, a excepción de un premioso tramo final, una obra que se mueve en los territorios de la dignidad, cierta lírica de la solidaridad y la desgarradura interna de un drama con las sombras bélicas de fondo. El cineasta de Europa 51, desde Roma ciudad abierta hasta esta Fugitivos en la noche, firmó una pieza entre extraña y sinuosa con respecto a otras declaraciones de principios suyas mas directas. Al cabo, era un director que siempre indagó y profundizó en la realidad a través de dos planos: ese de la fotografía diáfana y directa, y otro más oculto, sutil e introspectivo. Desde Germania anno zero (1948) hasta el umbral de la década de los sesenta con El general de la Rovere (1959), Rossellini dibujó una posición moral ante la realidad que fue evolucionando hasta alcanzar cintas como Fugitivos... donde la desesperanza que rezuman sus fotogramas empapan un verdadero canto a la amistad y un discurso político de conciliación y entendimiento entre naciones y pueblos.

Rossellini no se aparta un ápice de lo que siempre constituyó su depurado estilo: las cuidadas interpretaciones -las nacionalidades de los actores corresponden a las de los personajes-; la eficacia de un diseño escénico que invita a la sencillez y la claridad; y la rotundidad de muchas de las situaciones y diálogos. Lo que en otro director hubiese sido un descenso al panfleto, la proclama y el exceso, en Rossellini es necesidad, seducción, honestidad. La intensidad del intenso drama bélico viene dada por ese ecosistema construido desde la solidaridad que se edifica frente a las sombras de la guerra, de la muerte y esa desolación tan explícita en otros de sus filmes, aquí depurada, que no disfrazada, por su miscelánea de sentimientos. Un elogio de la sencillez, una elevación de esas criaturas que de manera anónima contribuyeron a hacer frente al dolor del absurdo de la guerra.

Aunque muchos de los subtextos y mensajes fueron mutilados por la censura en su momento, el filme contiene instantes emotivos únicos en los que Rossellini aporta una patina de empatía como sucede con las escenas del discurso del ruso a sus amigos, o el del inglés recitando poemas mientras se escucha la campana de la Iglesia de San Marco. El canto vital, el uso inteligente de las buenas intenciones y buenos sentimientos, la naturalidad física y sincera, la solidez narrativa y la profundidad de los perfiles que transitan con delicada ternura emocional hacen de esta cinta una obra nada desdeñable, aunque periférica, de transición, y a veces marginal, dentro de un microcosmos tan definido y elegante, estilizado y contundente como el del cineasta de Viaggio in Italia. Un retrato de supervivencia desde la solidaridad. Nada mejor para dejarse llevar por el mapa sentimental de una película que subraya esos afectos sin palabras de los tres protagonistas en un abrazo invisible entre miradas y gestos. Ese cine antifascista, donde la memoria y la libertad recorren las calles en una fuga hacia adelante en busca del espíritu de otro tiempo más humano.

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