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Josu Eguren
Jueves, 2 de febrero 2017, 18:14
Con la sangre maldita del clan Bates corriendo por sus venas solo era cuestión de tiempo que Osgood Perkins terminase cerrando el círculo que abrió en 1983 al interpretar al joven Norman en la secuela de 'Psicosis'. Actor de segundo plano, con una carrera interpretativa discontinua e irrelevante en la que apenas brilla su papel secundario en 'Una rubia muy legal', de Robert Luketic, y un monólogo que le adjudicó a dedo el guionista de 'Seis en grados de separación' (Fred Schepisi, 1993), la verdadera vocación del hijo de Anthony Perkins y la fotógrafa, actriz y modelo Berry Berenson (él murió en 1992 enfermo de SIDA y ella fue asesinada junto al resto del pasaje secuestrado por los terroristas que estrellaron el Vuelo 11 de American Airlines contra el World Trade Center) acabó manifestándose de manera sobresaliente en 2015 con el estreno de 'February', su ópera prima, también conocida como 'The Blackcoat's Daughter'.
Tarde, pero con todo a su favor para forjar una filmografía prolífica y relevante (selló su debut con 41 años tras haber firmado los guiones de 'Removal' y 'En el frío de la noche'), Oz Perkins ha entrado con fuerza a formar parte de un selecto y renovado círculo de cineastas de culto con dos escuetas piezas que arrastran al espectador hacia un vórtice del horror en el que se arremolina su fascinación por clásicos como 'El resplandor' (Stanley Kubrick, 1980), 'Carrie' (Brian De Palma, 1976) y 'Amenaza en la sombra' (Nicolas Roeg, 1975).
En sincronía con un pelotón disperso de francotiradores donde militan figuras destacadas como Peter Strickland ('Berberian Sound Studio', 2012), la mirada de Perkins difumina los límites de la realidad hilvanando secuencias en las que se filtran interrogantes sin respuesta y un calculado ejercicio de suspense que contrasta los destellos de brutalidad con una narración servida a cadencia hipnótica.
Bastan los primeros 60 segundos de 'February' para advertir la poderosa identidad de un cineasta a contracorriente del terror de diseño que comercia con las expectativas de los espectadores de multisalas: tres tomas cerradas sobre el cuerpo de una adolescente que yace en una habitación a oscuras intercaladas con planos generales a un exterior gélido y desolador, el gemido de una vieja canción de folk con notas oníricas y la aparición de una figura espectral a la que el personaje interpretado por Kiernan Shipka interpela con una pregunta "Papá ¿puedes revivir?". A partir de los cimientos fijados por la score compuesta por Elvis Perkins, la textura sonora de 'February' crece como un muro que asfixia a dos chicas internas en una lóbrega institución de enseñanza católica. La espera -ambas se comunican a través del teléfono con sus padres ausentes- en un entorno opresivo que les lleva al borde la locura y la desesperación es el argumento de un relato interrumpido por la historia paralela de una chica que regresa al lugar donde se cometió un horrible crimen hace más de diez años. La abstracción, que borra la evidencia de los clichés más comúnmente asociados al cine de género, es una constante en la gramática de un director en perfecto equilibrio entre el clasicismo y la vulgaridad de la hiperestilización, y el elemento clave a la hora de interpretar una de las películas de posesiones demoníacas más poderosas y estimulantes que se recuerdan desde el estreno de 'El exorcista' (1973), de William Friedkin.
Tras 'February' llegaría 'Soy la bonita criatura que vive en esta casa' (2016), un encargo de Netflix para el que Perkins recibió un cheque en blanco al portador sin condiciones, lo que le permitió hacer realidad una versión apócrifa de 'Siempre hemos vivido en el castillo', de Shirley Jackson. Dos mujeres, una anciana escritora de novelas de horror y su enfermera, comparten una casa infectada por una vieja historia de fantasmas que posee a la protagonista hasta llevarla al límite de la razón. De nuevo la banda sonora (Osgood vuelve a confiar a en su hermano Elvis Perkins) es pieza central de un poema gótico en el que la aliteración y la metonimia son sustitutivos de los golpes de efecto en los que se consume gran parte del horror contemporáneo. La realidad y lo sobrenatural se confunden en un relato no apto para espectadores obsesionados con la racionalización de la imagen 'Soy la bonita criatura que vive en esta casa' es infecciosa, un agujero negro que atrapa y devora, pero en absoluto exenta de un brillante poso de reflexión.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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