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Toby Fleishman es un médico judío y neoyorkino que se acaba de divorciar. Tiene dos hijos, ha abandonado la casa familiar, vive en un piso destartalado y su mundo está patas arriba. Por eso, la primera imagen que vemos de esta miniserie de Disney+ está ... invertida, una inversión que se repetirá al comienzo de varios de sus ocho episodios. Porque la vida, a veces, se nos pone del revés. Y no hay manera de enderezarla.
Toby, desde luego, no lo consigue. Rachel, su ex mujer, tendría que haberse llevado a sus hijos el fin de semana, pero no lo ha hecho. Tampoco aparece el lunes para recogerlos. Ni el martes. Ni el miércoles. Fleishman la llama, le deja audios, le manda wasaps, pero ella no contesta. ¿Dónde se ha metido? De repente, lo que parecía un drama sobre la pareja se convierte en un thriller.
Pues tampoco. Porque 'Fleishman está en apuros' no es ni la historia de un matrimonio roto (que lo es), ni la de un misterio por resolver (que también lo es); es algo que va muchísimo más allá. Es una serie sobre perder el deseo y la pasión por vivir. Sobre el miedo al abandono, a no ser aceptado, a la soledad. Sobre tener todo lo que querías y, a pesar de ello, seguir sintiéndote desgraciado. Sobre replantearte quién eras, quién querías ser y quién has llegado a ser. Sobre esperar cosas distintas de la vida. Sobre sentirse vivo solo en la infelicidad. Sobre las barreras emocionales y la incapacidad de comunicarse con el otro. Sobre el drama de hacerte adulto. Sobre nosotros y nuestras miserias.
Por eso, la serie es agria, y ácida, y divertida, y amarga. Es todo a la vez en todas partes: en el matrimonio de Fleishman, en su trabajo, en las relaciones con sus hijos, en sus rollos de una noche patrocinados por Tinder. También lo es en la vida de sus amigos de la universidad, a los que vuelve a ver porque su terapeuta le ha recomendado que retome amistades anteriores a su relación con Rachel. Y reaparecen Seth, un tipo que sigue sin sentar la cabeza y al que acaban de despedir, y Libby, periodista que dejó su trabajo y que, ahora, está casada y tiene dos hijos. Libby es la voz en off que cuenta la historia, hasta que se convierte en la protagonista del capítulo final. ¡Y qué capítulo! Si lo hubiera visto antes, esta que escribe se podría haber ahorrado años de terapia. Y mucho dinero. Muchísimo.
La periodista Taffy Brodesser-Akner no solo es la autora de la novela original, sino también la creadora de la serie. Brodesser-Akner sabe de lo que habla. Lo sabe estupendamente. Y sabe a quién dar los papeles protagonistas: Jesse Eisenberg pone su cara de acelga al servicio de Toby Fleishman, y Claire Danes, especialista en transmitir angustia y desesperación, borda el papel de Rachel (sobre todo en el capítulo siete, que es un tiro en el estómago). Junto a ellos, una sarcástica e infeliz Lizzy Caplan como Libby, y un encantador Adam Brody interpretando a Seth (sí, Seth, como su personaje de 'The O.C.', guiño, guiño). Y con Josh Radnor (sí, también, el Ted Mosby de 'Cómo conocí a vuestra madre') interpretando al marido de Libby, y una aparición fugacísima de Christian Slater, tenemos un reparto hecho con tiralíneas.
Pero ¿cómo una serie protagonizada por un grupo de judíos que viven en Nueva York puede tener tanta conexión con nosotros? Porque los problemas de los cuarentones del primer mundo son universales. Porque la insatisfacción es un drama común. Porque conjuga, perfectamente, forma y fondo, lo que cuenta y cómo lo cuenta. Porque dosifica la información para mantenerte en vilo. Porque ofrece distintas perspectivas sobre los personajes. Y, sobre todo, porque es una serie extraordinariamente bien escrita. Terminé de verla hace una semana y todavía no he podido quitármela ni de la cabeza ni de las tripas, aunque servidora ya no cumpla los cincuenta. Avisados estáis, cuarentones en crisis.
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