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El alma de Santa María de Lebeña

El alma de Santa María de Lebeña

Viejas leyendas envuelven de misterio las piedras de una de las iglesias más antiguas de Cantabria

Íñigo Fernández

Viernes, 13 de noviembre 2015, 16:44

Hay lugares en los que las piedras también tienen alma, como las personas. Santa María de Lebeña es uno de ellos. Antiguo, aislado, coqueto, misterioso... el paso del tiempo ha dotado a este edificio de una personalidad sobresaliente. Es de visita obligada para quien se proponga conocer los encantos de la vieja Cantabria. El viaje a Potes de este fin de semana, para asistir a la Fiesta del Orujo, ofrece la oportunidad de detenerse unos minutos al concluir el trayecto del Desfiladero y, así, contemplar uno de los ejemplos más valiosos de la arquitectura religiosa de la región. Luego ya habrá tiempo para la diversión en la capital lebaniega, durante todo el día, si es que conocer los lugares, su historia y su significado no es en sí mismo otro modo de diversión.

¿Por qué las piedras de Santa María de Lebeña parecen poseer alma? Puede que por su antigüedad, con casi 1.100 años de historia; puede que por su emplazamiento, que parece haber logrado integrar el edificio en el propio paisaje; puede que por sus formas, tan personales y por sus juegos de luces y sombras; puede que por las historias y leyendas que la rodean; puede que por el encanto de todo el conjunto... O puede que por todo ello al mismo tiempo.

La iglesia fue erigida en el año 925 y está considerada una de las más antiguas de Cantabria. Es el mejor ejemplo de la arquitectura mozárabe que existe en la región y habla de los tiempos primeros de la Reconquista, cuando los árabes invadieron España y sólo los más decididos caudillos visigodos se negaron a someterse a los dictados del nuevo poder musulmán.

Salvo en los montes de la Cordillera Cantábrica y en algunos rincones del Pirineo catalano-aragonés, todo el territorio peninsular había caído en manos de los invasores. En torno a los Picos de Europa se reunió el último reducto de la España visigoda. Allí se escondieron ellos mismos, y también sus viejas creencias, su cultura toda, la lengua que utilizaban para hablar y, lo más importante desde el punto de visto de la evolución histórica, su determinación de proseguir la lucha a cualquier precio. Ese tiempo de la temprana Reconquista, esa realidad temporal, es lo que proyecta Santa María de Lebeña a quien la contempla. ¿Es sugestión? ¿O es que en algunos lugares las piedras también tienen alma, como las personas?

Los valores arquitectónicos del edificio se descubren con facilidad: arcos de herradura, cubiertas a distinta altura para facilitar el paso de la luz, columnas, piedra... En los siglos XVIII y XIX se añadieron el pórtico y el campanario. La talla de la Virgen muestra a la madre de Dios dando de mamar al niño. Por eso recibe el nombre de la Virgen de la Buena Leche. Todo son muestras de un periodo artístico muy antiguo, en el que los estilos, aun sin definir, disfrutaban de toda la libertad que proporciona la ausencia de reglas.

Junto al templo está el cementerio. No era inusual en la Antigüedad, pues se creía que, cuanto más próximo a la iglesia, más cerca se hallaría uno de Dios el día del juicio definitivo. Todas las tradiciones religiosas comparten esta creencia, como muy bien se observa, por ejemplo, en Jerusalén, la cuna de las más importantes de ellas. Allí, las tumbas de los antiguos judíos descienden por el Monte de Olivos hasta las inmediaciones del Western Wall o Muro de las Lamentaciones, y las de los musulmanes se agrupan alrededor de la Explanada de las Mezquitas.

En Santa María de Lebeña también ocurre, aunque el suyo sea un cementerio muy minúsculo. No tiene nada de particular esta proximidad, pero sí la presencia de estelas cántabras de carácter funerario junto a las sepulturas. Eso no es tan habitual en los cementerios de Cantabria, salvo en los muy antiguos.

Hay dos leyendas muy hermosas acerca de Santa María de Lebeña. Una dice que el edificio fue concebido, impulsado y financiado por el conde de Lebeña, don Alfonso, para que las reliquias de Santo Toribio de Liébana pudieran albergarse en él. La construcción del templo finalizó, pero las reliquias nunca se trasladaron de uno a otro lado de Liébana. Al final, quienes descansaron en Santa María de Lebeña fueron el propio Don Alfonso y su esposa, Doña Justa. Al menos, puede decirse que la obra no se erigió en vano. La otra tiene que ver con la presencia junto a la iglesia de un tejo y un olivo, ambos milenarios, cuyas raíces se dice que crecieron hasta entrelazarse. Don Alfonso era lebaniego y el tejo era el árbol de los antiguos cántabros, que extraían de sus hojas un cierto veneno para conseguir que sus armas fueran aun más mortíferas. Lo tenían por un árbol sagrado, tanto que los líderes de aquellas tribus se reunían en torno al tejo para deliberar.

El olivo es el árbol de las gentes del sur y, más concretamente, del Mediterráneo, de donde se dice que procedía Doña Justa. La rama de olivo es también el símbolo de la paz, en contraposicióm a las hojas venenosas del tejo. El norte y el sur de España; los símbolos de la guerra y la paz; las sepúlturas de Don Alfonso y Doña Justa; el tejo y el olivo; sus manos y sus raíces entrelazadas... Eso es Santa María de Lebeña, el lugar en el que las piedras, como las personas, también tienen el alma.

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