--575x323.jpg)
--575x323.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Íñigo Fernández
Sábado, 16 de enero 2016, 07:53
En las islas Canarias no hay ríos, pero hay barrancos. Cuando llueve, las aguas descienden desde las cumbres hasta la costa por estos cauces, de manera abrupta, violenta y torrencial. Las avalanchas procedentes de la lluvia son muy esporádicas, pero su fuerza es tal que desgarra la tierra a su paso. Eso son los barrancos: zarpazos de la naturaleza sobre el territorio insular.
Antes de que los castellanos iniciaran la conquista de las islas, en 1478, los barrancos marcaban el límite de los diferentes dominios tribales. El de Guiniguada, por ejemplo, establecía la frontera entre las posesiones de los guanartemes de Telde y de Gáldar. Quizá fueron estas razones estratégicas las que animaron a los castellanos a fundar en este lugar uno de sus primeros asentamientos de tropas, desde el que completar la conquista de todo el archipiélago. Lo denominaron el Real de las Tres Palmas. Últimamente se conoce con el nombre de Las Palmas de Gran Canaria.
Para los tiempos del descubrimiento de América, junto al barranco de Guiniguada ya había iglesias, calles empedradas, palacios, edificios administrativos, arsenales y un fondeadero para los barcos... De aquel primer impulso 'civilizador' queda el actual barrio de Vegueta. Con el tiempo se construyó una muralla por el sur, para protegerlo no tanto de los indígenas como de las ambiciones de los portugueses. Otro tramo de muralla fue erigido al norte del barranco y dio lugar al barrio de Triana. Quinientos años después, Vegueta y Triana constituyen la esencia de Las Palmas de Gran Canaria y encierran al mismo tiempo lo más interesante de la ciudad. La Casa de Colón, la Catedral, el Ayuntamiento, el Teatro de Pérez Galdós, su casa natal, el parque y la capilla de San Telmo, el mercado de Vegueta, la calle mayor de Triana, las sedes de la biblioteca y del Gabinete Literario... la vieja ciudad, en definitiva, que sigue conectada al cauce del viejo barranco.
En Vegueta ocurre como en otras poblaciones del norte de la isla: empapa la sensación de estar en América. En Teror y en Arucas, por ejemplo, sucede lo mismo. Aquella arquitectura que los castellanos ensayaron en las Islas Canarias a finales del siglo XV y principios del XVI fue la que más tarde llevaron a América: casas de colores con balcones y patios, madera, palmeras y bugambilla. En este aspecto, Las Palmas de Gran Canaria guarda más parecido con Cartagena de Indias, Santo Domingo o Camagüey, que con Burgos.
La relación americana fue muy importante en la evolución de la ciudad. Durante siglos, navíos y galeones que hacían la carrera de indias se detenían en el archipiélago tanto a la ida como a la vuelta, y muy probablemente este flujo de embarcaciones, cargamentos y familias explique la elevadísima densidad de población de las dos principales islas del archipiélago -Gran Canaria y Tenerife-, con casi un millón de habitantes cada una en la actualidad. Las riquezas naturales no justificaban semejante población. El hecho de que las familias hicieran escala, a la ida o a la vuelta, sí. En Cádiz y su provincia ocurre algo semejante, como dice la canción: La Habana es Cádiz con más negritos, Cádiz La Habana con más salero.
De los viajes americanos quedan vestigios tan antiguos como la Casa de Colón, que aun se conserva. No era suya, desde luego, pero allí pasó algunas noches antes de embarcar definitivamente hacia la aventura. Y en la ermita de San Antonio, a la vuelta de la esquina, él y sus hombres escucharon misa por última vez antes del viaje. ¿Qué le pidieron a Dios? Nadie lo sabe, pero no hace falta ser un genio para imaginarlo.
Junto a la Casa de Colón están la Catedral y el Ayuntamiento, a la vuelta, y el Mercado de Vegueta, en el que puede comprarse pescado, verdura y, lo más importante, queso. Nadie en su sano juicio regresaría en el avión con una bolsa de sardinas o con un manojo de plátanos, pero sí con medio queso de la cumbre de Gran Canaria envasado al vacío. Los quesos canarios están entre los mejores de España, sin ninguna duda. Y además pueden embarcarse en el avión incluso entre el equipaje de mano.
La Casa de Colón, la Catedral, el Ayuntamiento, la ermita de San Antonio, el mercado de Vegueta y los típicos mesones y tabernas de la calle Mendizábal distan, todos ellos, apenas doscientos metros del barranco de Guiniguada, por el sur.
Al norte
La ciudad que se extiende al norte no es tan antigua, pero a partir del siglo XIX llegó a ganarle en importancia. En torno a la calle Mayor de Triana se edificaron edificios públicos como la sede del Cabildo Insular de Gran Canaria, la antigua Caja de Ahorros, la Biblioteca o el Gabinete Literario. Es la vieja ciudad decimonónica, que se extiende hasta el parque de San Telmo. Los mejores comercios se encuentran aquí, en particular los dedicados a la venta de cremas, gafas de sol y perfume, muy baratos en las islas. En la calle Cano, paralela hacia el oeste, están los establecimientos de hostelería más interesantes: el Mesón Lagunetas, el Allende, la Taberna de Triana... Las papas con mojo picón, la pata asada (cerdo), el queso y el vino de Lanzarote son imprescindibles para conocer la gastronomía de las islas. Para comer cochino negro es preferible salir de la ciudad y desplazarse hasta Agüines o Telde.
En la calle Cano se conserva la Casa de Benito Pérez Galdós, aunque sólo pasó en ella la infancia y una parte de la juventud. Galdós no frecuentó mucho las islas a partir de sus estudios en Madrid y, de hecho, pasó más tiempo en Santander, con ocasión de sus veraneos, que en Las Palmas de Gran Canaria. Las islas tampoco aparecen apenas en su obra literaria y sus vinculos con ellas fueron apagándose con el tiempo. Las visitó por última vez en 1894. Murió en 1920. Sin embargo, la Casa de Pérez Galdós tiene motivos suficientes para despertar interés. Es una típica vivienda canaria de las familias acomodadas del siglo XIX, con sus patios y su corredor de madera; exhibe muebles y utensilios de la época de todo tipo; se explican muy bien su vida y su obra; y, además, conservan el manuscrito de Marianela y el retrato pintado por Sorolla. Marianela y Miau, de su primera etapa, son dos de las obras más entrañables de Galdós.
Muy cerca de allí hay una plaza a la que miran la antigua biblioteca, el Gabinete Literario y el Hotel Madrid. Es la Plaza de Cairasco, que todavía tiene el ambiente de hace cien años. En el Hotel Madrid pernoctó el General Franco antes de dirigirse hacia Melilla para liderar la rebelión militar, y salvó la vida porque sus partidarios le protegieron a tiempo de un improvisado plan para asesinarlo que no llegó a ejecutarse. Todavía no había estallado la Guerra Civil, pero iba a hacerlo en esos mismas días. Uno de sus primeros episodios se escribió en esta pequeña plaza en las calurosas tardes de julio de 1936.
La calle Cano, la calle Mayor de Triana y la Plaza de Cairasco están tan próximas del barranco de Guiniguada, que no es atrevido pensar que las raíces de algunos de sus magnolios centenarios puedan beber el agua de él. Y, si no es así, lo parece.
Pero la perspectiva más hermosa de la ciudad no se ofrece desde ninguno de estos puntos, sino desde la cubierta de un antiguo convento luego transformado en centro comercial, con cines y locales de copas. Allí se ha habilitado una terraza de copas que funciona desde primera hora de la tarde hasta las tres de la madrugada -hora canaria- y que se llama La Azotea de Benito. La torre de la biblioteca casi se toca desde la terraza; las de la catedral se ven, pero un poco más lejos; y, al atardecer, entre las ramas de los árboles, las casas del popular barrio de San Juan, que escalan hacia arriba desde el cauce del barranco, van cambiando de colores a medida que el sol se apaga. Ninguna estampa de la ciudad des tan hermosa: ni a las cinco de la tarde, ni a las nueve, ni a las dos de la mañana. Allí, con una copa de ron Arheucas, concluyen siempre los recorridos por los barrios de Vegueta y Triana.
Un detalle más. El cauce del barranco de Guiniguada ya no se ve. Hace algunas décadas fue cubierto para acondicionar un paseo y una avenida en la superficie. Pero sigue allí, como hace quinientos años, como una columna vertebral de la ciudad que nadie puede contemplar, pero que sostiene la estructura, la esencia y la vida, hoy como siempre, de los habitantes de Las Palmas de Gran Canaria.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Salvan a una mujer atragantada con un trozo de tostada en un bar de Laguna
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.