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Pilar González Ruiz
Domingo, 7 de mayo 2017, 07:42
"Qué solo me quedé sin ti", canta Nino Bravo en Atardecer. Su voz resuena por el pasaje de Santoña aunque, de atarceder haya más bien poco. Apenas son las diez de la mañana. Acabamos de cruzar la bahía. Lo hemos hecho en uno de ... los barcos que funciona como nexo de unión entre Laredo y la capital mundial de la anchoa. Unos veinte minutos para deleitarnos con una perspectiva diferente del Monte Buciero, el fuerte, el impoluto cuartel o las machinas reconvertidas en trampolines. Y el llamativo monumento a Carrero Blanco, dicho sea de paso.
Atrás hemos dejado la playa y no lo hemos hecho solos. Una docena de peregrinos embarcaban al mismo tiempo, todos con sus botas al hombro. La tradición recomienda descalzarse al llegar a la playa y aprovechar las propiedades curativas de la arena y el agua de mar. Los pies cansados del caminante lo agradecerán, aunque a esta temprana altura del año, haya que ser un poco valiente para dejar que el frío Cantábrico nos bese extremidad alguna.
Dicen que este paso marítimo ya se utilizaba en el siglo XV. Seguramente menos cómodo y más largo que el breve bamboleo que nos lleva el trayecto, batido por una brisa mañanera que activa todos los sentidos.
Puebla vieja la parte antigua de Laredo es bonita y además, entretenida.
Palacio de Albaicín a nuestro paso por Noja podemos visitar este edificio neomontañés.
Iglesia Santa María del Puerto uno de los templos cántabros con más influencia de la Edad Media.
Dicen también que el propio Santiago, el mismo que terminó haciendo del camino con su nombre uno de los más concurridos de la historia, pasó por aquí.
Los peregrinos de entonces llegaban hasta el convento, antes ocupado por franciscanos y desde 1879 hora por la orden de los capuchinos.
No solo ellos ocupan el monacal recinto; allí está enterrada la alemana Barbara Bloomberg, amante de Carlos V. Libertina y escandalosa, a la dama,a la sazón, madre de Juan de Austria, El Héroe de Lepanto, se la conocía en Cantabria como La Madama. Al igual que los peregrinos, pero con otro fin, cruzaría también de Laredo a Santoña, buscando un lugar de descanso espiritual que la alejase de la corte y de generar quebraderos de cabeza a su hijo. Y a cambio también de una generosa pensión...
Marismas de Santoña, Victoria y Joyel una de las joyas naturales de la región.
Playa de Berria el arenal santoñés, incluido en el recorrido, merece el paseo.
Iglesia de Bareyo uno de los pocos exponentes románicos cercanos al mar.
'La Madama' pasó veinte años en España, vivió en Ambrosero, donde aún un barrio con su apodo recuerda ese capítulo de la historia. Libertinaje y vida religiosa se dieron la mano sin fricciones en este caso. No se puede decir lo mismo de las dos villas que se miran de frente a ambos lados de la bahía, y a las que los fueros, entre otras cosas, convirtieron en territorio de rencillas heredadas.
Pero volvamos al camino. En el muelle toca secarse los pies y ponerse de nuevo las botas. Desde Alemania, Italia, Francia o Chequia han viajado los peregrinos con los que coincidimos en este tramo. En conjunto, parecen un anuncio de algún producto bueno para la salud. Jóvenes, altos, bronceados y sonrientes. Están de buen humor. No hay restos de cansancio. Viajan más por espiritualidad que por fe y van a dedicar hasta dos meses a su periplo por el norte de España. Como Estela, italiana de 37 años que se lanzó a la aventura sola y ahora viaja con este grupo de múltiples acentos. Van hasta Santiago. De Toribio han oído hablar.
- Albergue El Buen Pastor En Laredo. Dispone de 20 plazas y un precio de 13 euros por noche (C/ Fuente Fresnedo, 1) 942 606 288
- La Cabaña del abuelo Peuto en Güemes encontramos uno de los albergues más amplios; 70 plazas a precio de donativo. (Bª Gargollo, 343) 942 621 122
Nos tomamos un café para recuperar la temperatura. Apenas hacen falta diez minutos para que se hable de anchoas en las mesas aledañas. Un producto intrínseco a la personalidad de cualquier santoñés, y más aún de las santoñesas, pues no olvidemos que fueron las mujeres quienes convirtieron a estos pececillos en tesoro universal.
De una playa a otra, pues también caminaremos por la del Ris, en Noja para ir alejándonos hacia otra gama de paisajes más verdes y menos azules.
"Hay que esperar cuando se está desesperado, y andar cuando se espera" (Gustave Flaubert)
En Meruelo charlaremos con Miguel. Regenta el albergue del pueblo desde hace dos años y medio. Él también camina. Hasta Japón le ha llevado su afán y compara la dureza del Shikoku con el «rompepiernas» que representa el Camino Lebaniego. Es claro y crítico con la normativa que rige los establecimientos que salpican el camino, organizada «de aquella manera». Nos recuerda que el camino, además de una experiencia, también es un negocio que mueve a milones de personas y a sus carteras. «Hay recorridos que no hay por donde cogerlos». El lado positivo siempre es la gente y los descubrimientos que uno puede ir encontrando entre desconocidos.
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Camino
', Zahara
Con dos de ellos charlamos en Güemes. Carlos y Jesús hacen tramos de seis a ocho días para «desconectar» y «por deporte». Son sus vacaciones y eligen la comodidad; están comiendo en la terraza de un coqueto restaurante de estilo naif y platos con subordinadas. La gastronomía de Cantabria les satisface. Las noches las pasan en hostales, sin «la romería» que son algunos albergues. Para gustos peregrinos, los colores del camino.
El último tramo, repecho mediante, es como una broma; hemos llegado a Güemes pero nos queda un destacable trecho hasta poder descansar. Podemos, al menos, ir parando para disfrutar las vistas.
Alzada en una loma, vemos una casa a la que, como pequeñas protuberancias, se le han ido añadiendo contrucciones por aquí y por allá. Es La Cabaña del Abuelo Peuto. Su nieto, que pasa de los 80, es Ernesto Bustio. El albergue es casi un lugar de peregrinación en sí mismo. Cuidado hasta el mínimo detalle, cuenta con biblioteca, cocinas, salas comunes y hasta una ermita, que lejos de dogmas de ningún tipo, pone su énfasis en la relación entre las personas. Hay energía en ese lugar. Pero energía sin etiquetas.
El año pasado llegó a este lugar el peregrino número 10.000, cumpliendo la premisa que un cartel explica en la puerta: «Los espacios son para llenarlos de vida».
En el jardín, tres caminantes alemanes reposan por fin. Bustio pasea, muestra, explica, orgulloso pero humilde, los secretos del lugar, como un anfitrión que hace sentirse cómodo a cada visitante. Por eso aquí hay muchos que regresan.
La búsqueda de calma, de paz, de un ritmo sosegado, es el punto común entre todas las personas con las que hemos cruzado nuestros pasos. Cada uno a su manera, dejando cargas atrás a pesar de llevar siempre una mochila en la que, los problemas materiales, son los únicos que acaban teniendo peso.
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