Secciones
Servicios
Destacamos
El Alentejo es tierra diversa, un territorio duro y áspero en el interior portugués, pero entreverado con dehesas, montes, bosques y territorios muy agradecidos de paisajes y localidades repletas de historia. Al ser tierra fronteriza fue escenario de innumerables acciones bélicas entre cristianos y ... musulmanes, primero, y entre portugueses y castellanos, después, un pasado del que esta región guarda cantidad de huellas en forma de castillos, murallas, palacios, fortalezas, pueblos antiguos, juderías y otros vestigios capaces de enriquecer y justificar cualquier viaje por esa zona. Se trata de un destino poco frecuentado, pero con enorme tirón y muchos atractivos. También gastronómicos. Y si el rumbo nos lleva por el Alto Alentejo, esa ruta debe incluir la villa de Marvão. Imprescindible
Una vez que se franquea el doble lienzo de la muralla por la única entrada al pueblo, nada se parece a cuanto uno haya podido imaginarse de antemano sobre este lugar. Ni siquiera cuando, ya desde la lejanía, levantas la vista y observas dónde se encuentra Marvão, encaramado como está en lo alto de un risco pelado, que ahora parece aún más peñasco después de que un incendio forestal eliminara este pasado verano el bosque que festoneaba las faldas de la montaña. A medida que la carretera asciende por la empinada cuesta das por hecho que su emplazamiento te va a asegurar un excelente mirador sobre el territorio y las sierras que lo circundan. Y no decepciona, porque desde allá arriba las vistas son difícilmente superables. Aunque esta última apreciación pudiera parecer exagerada, fíense de Saramago, que pasó por allí antes de escribir 'Viaje a Portugal' y lo dejó escrito con mejor prosa: «Desde Marvão se ve la tierra casi toda».
Con todo, lo mejor es que hasta que no cruzas el arco de entrada tampoco alcanzas a hacerte idea de cómo es Marvão intramuros. Encajonado y apretado como está dentro de la muralla, el pueblo impresiona al primer golpe de vista, una sensación que perdura hasta que te despides y que, desde luego, deja impronta en el recuerdo por mucho tiempo. La villa, coronada por un castillo iniciado en el siglo XIII, se cimenta sobre una trama urbana medieval y está tejida de curiosas calles estrechas y empedradas. Las casas, encaladas todas, lucen portales y ventanas de granito y están rematadas de tejados rojos, ofreciendo una uniformidad arquitectónica que engrandece el valor de esta histórica villa portuguesa que atesora una larga existencia. Resumiendo: de baluarte árabe fundado en 770 por un tal Ibn Marwan (de ahí su nombre) a bastión cristiano en la Reconquista para convertirse luego en fortaleza portuguesa en el conflicto con Castilla.
A Talha, en Estremoz. Un sitio modesto y económico, pero bien atendido y con calidad. Situado al lado de una de las entradas de la muralla, se trata de una antigua bodega típica, con un discreto aspecto exterior que da pasa a un comedor decorado por las antiguas tinajas de vino.
A Confraria, en Castelo de Vide. Pequeño local donde tiempo atrás se reunía la cofradía para ensayar, modernizado con gusto, acogedor y con muchos detalles. Ofrece platos más elaborados y modernos, pero sin perder el gusto por la tradición y por los platos típicos. Buena bodega con oferta de vinos locales.
Patear Marvão es, además de recomendable, casi obligatorio. Entre otras cosas porque no es fácil manejar allí dentro el vehículo. Salvo que se aloje en alguno de los pequeños hoteles del interior, lo recomendable es aparcar el coche en la alargada explanada que hay a pie de muralla y a partir de ahí disponerse a disfrutar del sabor histórico que destila el lugar. Nada más entrar encontrará la oficina de turismo, pero más allá de la buena información que se ofrece allí sobre los lugares y edificios destacados, si acepta el consejo particular y se lo permite su forma física, hágalo primero recorriendo el adarve de la muralla que rodea al pueblo y posteriormente disfrute de las intrincadas rúas. Explico por qué: Marvão se recuesta sobre el lomo de la montaña, por lo no le falta una moderada pendiente; esa cuesta se hace más llevadera mientras realiza ese paseo de ronda sobre la muralla, con sus baluartes, matacanes y garitas, al tiempo que se deleita con las vista que ofrece el paisaje, a un lado, y del encanto que desprende el pueblo, en el otro.
Una vez que concluya ese paseo de ronda alcanzará la parte alta del pueblo, en los jardines de Santa María, junto al castillo; es el momento de emprender el descenso y zambullirse en el pueblo; hágalo y callejee despacio. Antes, si le da para visitar la fortaleza, no se prive; por un módico precio conocerá el privilegiado emplazamiento del pueblo, comprenderá su condición de fortaleza natural, su importancia como centro militar de árabes y portugueses, disfrutará de las vertiginosas vistas que ofrece al vacío, conocerá el inmenso aljibe que en su día abastecía de agua a todo el pueblo y, desde su torre del homenaje, definitivamente sabrá por qué también denominan a este lugar como 'nido de las águilas'.
Por supuesto que se puede prescindir de ese paseo de ronda por la muralla y en su lugar, en cuanto cruce la puerta principal, optar por meterse directamente en su trama urbana. Pero haga lo que haga y recorra como recorra Marvão, no deje de asomarse al otro lado de esa muralla en algún punto. No podrá resistirse. Una vez que haya echado un vistazo (seguro que serán muchos más), busque los adjetivos más apropiados según si lo ha hecho al amanecer o al atardecer, si en un día de sol o nublado, si le ha dado la vista para divisar hasta las fronterizas tierras cacereñas o las ondulantes y verdes colinas de las circundantes sierras de São Mamede, Estrela y Gardunha. Y si es de noche, el oscuro horizonte lo verá alfombrado con miles de luciérnagas, que es a lo que se asemejan las tenues luces de la multitud de pueblos y aldeas que se ven a sus pies.
Si viajas desde el norte de España. El mejor modo de acceso a nuestro destino desde la zona norte es alcanzar Cáceres, para tomar allí la N-521 hacia Valencia de Alcántara. Una vez que se cruza la frontera la carretera pasa a denominarse N246-1; a ocho kilómetros se encuentra la localidad de Portagem, donde arranca la carretera que sube a Marvão
Otra opción. Cruzar la frontera por Ciudad Rodrigo y Fuentes de Oñoro y en Guarda tomar la autovía (A23) con destino a Lisboa hasta la salida 15 hacia Portalegre; antes de esta ciudad, en Alpalhão, tomamos dirección a Castelo de Vide hasta Portagem.
Deambular de acá para allá por las rúas de Marvão supone, ya lo hemos dicho, sumergirse en el tiempo, pero, también, es envidiar la pulcritud con que allí ofrecen un producto turístico, que es el pueblo mismo como objeto de visita y presto a pasar revista: impoluto, de uniforme arquitectura y bien mantenido sin que por ello pierda nada de su esencia rural e histórica. En Marvão ambas facetas están envidiablemente conciliadas.
Al margen del castillo, que ya de por sí es un mundo, y las omnipresentes murallas, existe un puñado de edificios de cierta relevancia, pocos aunque no por eso menos destacados. En la pequeña Praça do Pelourinho se concentran el edificio de la antigua prisión, el palacio del concejo y, en medio, el 'pelourinho' o picota, la columna en la que se ajusticiaba o encadenaba a los reos. Cerca de esa plaza se halla la casa del Gobernador, un poco más arriba la torre del reloj y más al fondo, en lo alto, la iglesia de Santiago; esta última es una capilla gótica del siglo XIII hoy convertida en un interesante museo municipal.
Entre este edificio y el castillo se encuentra un pequeño, pero cuidadísimo jardín, dibujado a base de setos, arbustos y parterres y con una pequeña fuente en el centro. Su verde dominante destaca y hace de contrapunto entre el adusto marrón del imponente castillo y los enyesados edificios cercanos. En las afueras de pueblo, junto al aparcamiento y las murallas, puede visitarse el templo de Nossa Senhora da Estrelha, un convento franciscano del siglo XV con capilla y claustro.
A unos pocos kilómetros de Marvão se encuentra otra villa de sabor medieval, también con castillo y murallas alrededor de la fortaleza. Se trata de Castelo de Vide, población de mayor extensión y censo que la anterior y cuyo particular atractivo desde nuestro punto de vista es su judería, barrio que ocupa una pequeña ladera a la sombra del castillo y por detrás de la iglesia de Santa María da Devesa. Merece la pena pasear por sus estrechas calles, como las rúas do Mercado, Santa Maria de Cima y Santa Maria de Baixo, algunas de exigente inclinación, pero sembradas como están de tiestos, flores y tendederos de ropa esa decoración hace más llevadero ese esfuerzo, a lo que también contribuyen las pequeñas las paradas para observar la fábrica y detalles que muestran algunos portales y ventanas.
En la parte alta de esta barriada, que se agrandó con motivo de la llegada de los judíos expulsados de España en 1492, se puede visitar la reformada sinagoga (al parecer, la más antigua de Portugal) y curiosear por los vericuetos que comunican algunas callejas con otras. En la parte baja de la judería se antoja obligado sentarse un rato junto a la fuente de la ciudad (Fonte da Vila), que está plantada en el centro de una recoleta plaza y por la que brota agua de propiedades minerales; con ella podemos refrescarnos y reponernos del exigente paseo por la judería antes de continuar y completar un recorrido por el resto de la localidad, que debe incluir -o empezar- la plaza de Dom Pedro V.
La carretera que une Marvão y Castelo de Vide tiene por medio un precioso trecho que a más de uno le recordarán la configuración de las antiguas carreteras nacionales españolas El referido tramo, de un kilómetro, aproximadamente, está flanqueada por sendas hileras de enormes chopos o fresnos, cada uno con su franja blanca pintada de cal en su tronco. Ese particular túnel permite el cruce, apurado, de un vehículo con un camión, pero difícilmente el de dos camiones, por lo que cada cierta distancia dispone de pequeños ensanches entre un árbol y otro para orillarse y así facilitar la circulación del tráfico pesado por allí. O para detener brevemente el vehículo y disfrutar de un paraje ya desaparecido en España y que en Portugal aún pervive casi como resto arqueológico, que también he conocido en algunas carreteras locales cerca de Coimbra y de Vidiago.
Al inicio de ese tramo -o justo cuando acaba, si vamos camino de regreso a Marvão- se encuentra el cruce hacia la localidad de San Salvador de Aramenha, en donde pueden visitarse las ruinas de la ciudad romanas de Ammaia, de la que apenas se ha excavado un diez por ciento. Lo descubierto da una idea de lo que debió ser y representar aquella urbe, y las piezas halladas dan cuerpo a un museo bastante curioso que merece visitarse allí mismo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.