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Este paseo en barcopor la costa santanderinaconsiste en un itinerarioguiado de casi dos horas. fotografías: juanjo santamaría Foto: Juanjo Santamaría / Vídeo: Pablo Bermúdez

Los secretos del tesoro natural de Santander

Un recorrido en barco desde Marina del Cantábrico hasta el Faro de Cabo Mayor permite interpretar el patrimonio ambiental y cultural de la costa de la capital cántabra

Laura Masegosa

Santander

Martes, 2 de julio 2024, 07:14

Hay mil formas de conocer Santander. A pie, por carretera, por aire y, seguramente la más especial, desde el mar. La bahía de Santander está considerada una de las más bonitas del mundo, además de ser la ensenada más grande del norte peninsular. Si admirarla pisando sus terrenos ya es inspirador, hacerlo desde sus aguas es todavía más impresionante. Justo a su lado, en la península de la Magdalena, comienza la Costa Quebrada, uno de los litorales con mayor riqueza geológica, natural y cultural de nuestro país. Si no cuenta con la suerte de tener barco –o en su defecto, amigo que se lo preste–, de muy buena gana Carlos Sainz le ofrece un paseo por la costa de Santander. Es el responsable de la empresa 'Bahía de Santander-Ecoturismo y educación ambiental', que por segundo año consecutivo tiene la concesión municipal para otorgar este servicio, financiado por el Plan de Sostenibilidad Turística de Santander Norte Litoral- Costa Quebrada.

Un itinerario en barco de casi dos horas en el que se interpreta el patrimonio natural y cultural. A priori parece una actividad destinada a los turistas pero, incluso el más santanderino de la ciudad, sería capaz de disfrutar y aprender de la riqueza de este enclave. Las rutas están programadas dos días a la semana –por norma general los martes y los viernes– a las diez de la mañana. A esa hora, dice Carlos, «todavía no sopla mucho el viento y no hay demasiado tráfico de barcos». En el puerto deportivo Marina del Cantábrico esperaba ayer la lancha para surcar la costa santanderina con sus doce primeros navegantes de la temporada. No se preocupe si nunca ha montado en barco, pues Carlos le explicará con detalle cómo embarcar y cómo se desarrollará la visita. Una vez a bordo, se reparten unos prismáticos para no perderse nada de lo que describa el guía.

La clase magistral comienza al poco rato de poner rumbo hacia alta mar, a varias millas de la península de la Magdalena. En el propio puerto, Carlos cuenta la historia industrial de Raos. Y es que esta ruta no solo narra el patrimonio natural, sino todo lo que le rodea. Una de las partes más curiosas es la relacionada con la fauna, apreciándose en este entorno más de cien especies de aves diferentes. El primero en saludar fue un charrán común, que sobrevoló el barco nada más dejar el puerto atrás. La experiencia y la pasión de Carlos por las aves hacen que sepa distinguir de que especie se trata a metros de distancia.

El siguiente punto de interés es la bahía y, lejos de pasar de largo, hace hincapié en la arquitectura y la historia de las edificaciones más importantes que se contemplan desde la lancha, como la Escuela de Vela de la Federación, el Museo Marítimo o el Centro Oceanográfico de Santander. A esa altura los ojos se centran en la Isla de la Torre, que alberga la Escuela Cántabra de Deportes Náuticos y que contadas veces al año, cuando la marea lo permite, se puede acceder a ella desde la playa de Bikinis. Ayer, para sorpresa del propio guía, las protagonistas de la isla fueron unas cuentas gaviotas cuidando de sus pollos. «Aquí normalmente habita el charrán común. Tenemos contadas unas diez parejas».

Al salir fuera del abrigo de la bahía, llegando a la península de la Magdalena, se comienza a notar el oleaje pero, a gusto personal, le da un extra de encanto al recorrido. Desde la lancha y en compañía de otras once personas se aprecia la vida propia que tiene la costa de Santander. Donde no llega el ser humano la naturaleza va ganando camino y los grandes acantilados se rigen por las propias leyes del mar. Las grandes paredes rocosas con sus peculiares pliegues y grietas impresionan vistos desde ahí abajo. Al adentrarse en el abra del Sardinero un cormorán moñudo se posa sobre las aguas revoltosas y, tras apreciar la belleza de la imagen, el barco continua hasta el faro de Cabo Mayor, donde Carlos explica la riqueza de sus inmensos acantilados.

Es el momento de dar la vuelta para regresar al puerto, pero no sin antes dirigirse a la isla de Mouro. «El verdadero tesoro de la bahía», opina Carlos. Lo cierto es que este islote guarda una biodiversidad importante de aves marinas, que conviven con el conocido faro y que utilizan los acantilados tranquilos de la isla para hacer sus nidos o descansar. A esto hay que añadirle que la zona se encuentra en un punto importante para la migración de diversas especies marinas. Y hay más. En el fondo de las aguas que rodean la isla se han censado hasta mil especies de fauna y flora. «Casi el 40% de las especies de todo el cantábrico», explica el experto. Tras unos cuantos minutos disfrutando de la cercanía de la isla de Mouro, la embarcación retoma la vuelta al puerto, añadiendo nuevos datos del paisaje y discurriendo a lo largo del Complejo Dunar de Loredo, Somo y El Puntal, para finalizar atravesando el pantalán de Calatrava.

Eso sí, ha de saber que esta experiencia no es gratis. A través de los Fondos Europeos Next Generation EU el precio del billete se queda en 20 euros, 18 para los menores de doce años, y la reserva se tiene que hacer desde la página web de la empresa (bahiasantander.es).

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