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JOSÉ MARÍA GUTIÉRREZ
Sábado, 4 de noviembre 2006, 11:07
«En vosotros veo, no sólo la representación siempre honrosa de una gran ciudad, sino de la ciudad mía; de la que siempre amé con amor indómito y entrañable; de la que enseñó mis ojos a ver y mi espíritu a pensar; de la que educó mi corazón y templó mi carácter; de la que rigió mi padre con la vara del magistrado municipal que veo en vuestras manos; de la que edificó mi madre con los santos ejemplos de su vida; de la que guarda en su tierra bendecida los restos de los dos, esperando que con ellos vayan a unirse los míos. A esta familia, a esta casa, a cuantos llevaron dignamente el modesto y honrado apellido que me cupo en suerte, se encamina, más bien que a mí, y en ellos mejor que en mí recae la presente manifestación, que es la más alta que un pueblo puede tributar a un ciudadano suyo. Yo en nombre suyo la acepto, seguro de que sus sombras se han de regocijar en este día». Así se pronunciaba en 1906 Marcelino Menéndez Pelayo durante el discurso que ofreció a sus conciudadanos y regidores municipales en el acto de desagravio organizado por el Ayuntamiento de Santander en respuesta a su no nombramiento como director de la Real Academia Española -cargo que desempeñó Alejandro Pidal- cuando contaba «con todos los méritos, el reconocimiento y el apoyo de los escritores contemporáneos».
Justo un siglo después, en el mismo lugar que entonces, el jardín de la biblioteca que poseía el intelectual, erudito, historiador y polígrafo cántabro y que cedió a la ciudad de Santander, estas palabras volvieron ayer a escucharse de la mano del escritor José Ramón Saiz Viadero, que se metió en la piel de Menéndez Pelayo, con capa y sombrero de copa a la manera de la época incluídos.
El acto de 1906, que forma parte de la historia cultural cántabra, volvió a recrearse ayer, 3 de noviembre, cien años después. Y lo hizo con una similitud de detalles que hizo a los presentes retrotraerse en el tiempo. Una fecha y un doble homenaje porque ayer también se cumplía el 150 aniversario del nacimiento de Menéndez Pelayo en la calle Alta. Una fecha que coincide además con el aniversario de la batalla de Vargas (1833), acción ganada por los isabelinos que impidió al bando carlista hacerse fuerte en el norte peninsular; y con la explosión del vapor Cabo Machichaco (1893), que provocó la muerte de 500 santanderinos, tal y como recordó Gonzalo Piñeiro, encargado de dar inicio al homenaje.
Condición moral e hidalguía
El alcalde resaltó la «condición moral de que hizo gala Menéndez Pelayo en ese acto de 1906 al no mencionar durante su discurso siquiera el hecho que motivó el desagravio y al compartir el homenaje con José María de Pereda y Amós de Escalante, a los que tributó un «piadoso recuerdo de admiración». Sus palabras, recordadas a continuación por Viadero, decían que «ambos cumplieron mejor que yo con la deuda sagrada de emplear en servicio de la tierra natal la mejor parte de su obra. Las creaciones del uno -Pereda-, timbre imperecedero del realismo español, los cuadros que trazó de la Cantabria agreste y marinera, van logrando carta de ciudadanía en todas las literaturas del mundo. La obra del segundo -Escalante-, prolija, paciente, sabia, menos accesible a la común lectura por el artificio refinado de su estilo, apenas ha traspasado los linderos del país natal, pero su semilla ha prendido en algunas almas capaces de comprenderla, y está destinada sin duda a un género de inmortalidad, no por recogida y modesta, menos envidiable».
Palabras de Don Marcelino que honraban a dos «varones verdaderamente preclaros, únicos dignos de ceñir la corona de laurel y roble que para ellos tejieron las adustas y selváticas deidades de nuestros montes» y que demostraban que la modestia era una de sus características más acusadas. «Es rasgo de la hidalguía en los montañeses no recordar los beneficios que han hecho ni siquiera cuando acumulan a ellos otros nuevos», defendía. Otro ejemplo: «la presente fiesta literaria no es homenaje a mí, sino a la literatura montañesa de mi tiempo, de la cual, por triste privilegio, he venido a ser el decano».
Piñeiro y Saiz Viadero pronunciaron sus palabras justo encima de la placa que manifiesta -como «gesto último de cariño»- la donación del erudito de toda su biblioteca, con más de 40.000 volúmenes, y el edificio en que se ubica a la ciudad de Santander, su Arcadia particular, su refugio y su lugar en el mundo.
Ofrenda floral e himnos
Tras las palabras, Piñeiro y la directora en funciones de la Biblioteca Municipal Menéndez Pelayo, Rosa Fernández Lera, colocaron una corona de laurel a los pies de la estatua del escritor, que fue fiel, central y silencioso testigo de todo el acto. Y sobre la que nunca ha habido dudas de traslados o movimientos. La interpretación de los himnos de Cantabria y España por parte de la Banda Municipal de Música pusieron fin a un acto al que asistieron la Corporación Municipal en pleno; la policía local con su uniforme de gala; el Delegado del Gobierno en Cantabria, Agustín Ibáñez; la vicepresidenta del Parlamento, Purificación Saez; el director general de Cultura, Justo Barreda; y numerosos representantes de la vida cultural y social de la región. En un segundo plano, ciudadanos y escolares no quisieron tampoco perderse el acto y entre ellos se repartieron reproducciones facsímiles del manuscrito leído ayer -y hace un siglo- del pensador que puso las bases bibliográficas y críticas de la historiografía de la literatura y la filosofía española.
El homenaje de ayer se completará con otra serie de iniciativas organizadas entre el 6 y el 20 de noviembre.
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