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ANA RODRÍGUEZ DE LA ROBLA
Jueves, 15 de febrero 2007, 09:44
Cuando se piensa en la novela de Cantabria su nombre surge inmediatamente. No en vano ha ganado el Premio de la Prensa Canaria, el Herralde y el Nadal, aparte del Anagrama de Ensayo. En su vida Alejandro Gándara (Santander, 1957) ha hecho de todo, desde dar clases de Sociología en la Universidad hasta investigar en el British Museum, desde dirigir revistas ('La Modificación de la Cultura') y suplementos ('El País') hasta fundar escuelas de creación literaria.Y, por supuesto, escribir: artículos periodísticos, ensayos y, sobre todo, novelas. Pero donde más a gusto parece encontrarse es en la «soledad del corredor de fondo». Y orgulloso manifiesta que en la última San Silvestre marcó 49'9''. Hoy está en el Ateneo de Santander para hablar de las vicisitudes de la novela en el entorno de la cultura española.
-Llevamos ya varias décadas oyendo que la novela ha muerto; en realidad, es una amenaza que se despereza cada poco tiempo (uno de los últimos en orearla fue Eduardo Mendoza), pero lo cierto es que en las librerías las novelas proliferan cada vez más. ¿O quizá es que lo que hoy se vende es algo distinto a la novela?
-En realidad, la novela no es un género canónico, sino un recurso narrativo para enfrentarse a una realidad cambiante y veloz. Sus grandes momentos han coincidido precisamente con una dificultad colectiva de entender el presente al tiempo que la Historia era incapaz de suministrar explicación sobre los acontecimientos. De ahí que las historias (novelas) ocuparan el lugar de la Historia. En resumen, vale todo. Y es lógico que proliferen. En un mundo en el que faltan mapas, la gente quiere saber el sitio que ocupa y con quién está.
-¿Tiene algo que ver en ello la propia evolución de una gran parte del 'gremio' de los novelistas, que han pasado de elitistas demiurgos (con perdón) a populares productores de obras de entretenimiento?
-Esto siempre ha sido así. El entretenimiento forma parte de las maneras de eludir el presente o de elevarse por encima. Lo que es impensable es un entretenimiento narrativo que no ofrezca al mismo tiempo una visión del mundo, aunque no lo pretenda y aunque el lector no lo quiera. Nuestras formas de huir de la realidad también tienen su gramática y su ideología.
-Parece que todo esto tiene algo que ver con una evolución -o involución, no sé- del concepto de cultura, que se ha arrojado en brazos del ocio: no del ocio como mera antítesis del negocio, sino más bien como opción de un amplio sector social para procurarse placer intelectualmente asequible.
-Hoy en día el ocio es un mandato, y está tan organizado como el negocio. El llamado 'tiempo libre' es un tiempo atareado y regido básicamente por las leyes del consumo y del intercambio. El placer que se obtiene es un placer identificatorio: uno tiene la sensación (satisfacción) de estar haciendo lo que tiene que hacer, lo que demanda y exige la sociedad en la que vive. No estoy muy seguro de que el lector actual busque placer intelectual, creo que sobre todo busca lo que decía antes: identificación y una identificación satisfactoria. Lo intelectual y el placer intelectual exige riesgos y hace demasiadas preguntas. No es muy tranquilizador y sólo se obtiene al cabo de esfuerzos.
-Los apocalípticos y los integrados pasaron a la historia. Ahora es todo mucho menos cuestionable, más apañadito, ¿o no?
-Depende de la zona de experiencia en que uno se sitúe. Ciertamente, en nuestro ámbito político y cultural no hay grandes motivos para poner en cuestión asuntos esenciales: hay un cierto confort material y muchísimo miedo a arriesgarlo. El temor es intrínseco a cualquier forma de riqueza. Por eso Platón no quería a los ricos en su polis ideal. Si hay que pensar, no puede hacerse con miedo.
-Usted ha estado y está al frente de instituciones dedicadas a lo cultural: creó la Escuela de Letras, hoy es director de la Escuela Contemporánea de Humanidades. ¿Qué cree que pueden aportar estas iniciativas y qué aportan en la práctica? ¿Son más útiles desde una perspectiva social o individual?
-Las sociedades modernas han perdido uno de los patrimonios más importantes de la Antigüedad, y es el conocimiento como virtud, el conocimiento para ser y no para hacer. El conocimiento actual se confunde con la información y con la habilidad para desarrollar tareas, es decir, es una 'techné', por ponerme pedante. Antes formaba parte de la 'areté', del oficio de convertirse en persona que, entre otras cosas, es saber estar entre los otros. Creo que hay que recuperar eso, no tanto por los beneficios particulares, como por los sociales.
-¿Cómo ve el actual panorama literario español (lo que quiera que eso sea)? No hace falta que señale al feo, al bueno ni al malo.
-No es especialmente distinto de otros de nuestro entorno. Hay feos, buenos y malos escritores. Lo que varía quizá es una tendencia alimentada por todos de 'regresión a la media', es decir, de intento de nivelar la calidad y el valor literario utilizando el rasero de lo objetivamente mediocre. En ello están implicadas instancias diversas, empezando por las educativas y terminando por las de comunicación de masas. Es un problema ya antiguo y que no quiere afrontarse.
-¿Y qué opina de los críticos? Hay casi más que escritores
-No me lo parece. De todos modos, en España la crítica es periodística en el doble sentido de estilo y vehículo. Y la que no es periodística es estrictamente académica. Entre las dos se abre un abismo y en ese abismo no hay nada (como no podía ser de otra forma, tratándose de un abismo). La mayor parte de las veces, son los propios escritores los que tienen que ocupar un cierto lugar intermedio y comunicar valores literarios que permitan situar las obras en una visión de conjunto.
-¿Qué le aporta más placer: correr o escribir un blog?
-Son placeres distintos. Uno es solitario y el otro, acompañado. Creo que soy más partidario de los solitarios.
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