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El problema de Bárcena de Cicero no es sólo la escalada de contagios de los últimos días, sino la sensación de «inquietud» que se siente en la calle por la velocidad con que ha irrumpido la infección en un municipio que hasta ahora se había salvado de la pandemia con una presencia casi testimonial del virus. «La gente está algo preocupada porque claro, estábamos muy bien y ahora, de repente, se han disparado los positivos», cuenta Evaristo González, propietario de una carnicería en pleno centro de Cicero, donde está en contacto diario con los vecinos.
En lo que va de mes, el municipio, que tiene poco más de 4.000 habitantes, ha sumado 32 contagios repartidos en dos grandes focos. Uno localizado en la residencia Villa Cicero, donde este miércoles se sumaban ya 39 positivos entre residentes y personal laboral. Otro, en una familia numerosa del municipio que ha terminado por extenderse a otros hogares con escolares, algo que ha obligado incluso a principios de semana a confinar un aula de 21 alumnos del colegio Flavio San Román.
La situación es complicada, pero el alcalde, el regionalista Gumersindo Ranero ya invita al optimismo: «Creo que lo peor ya ha pasado. Podría apostar porque el pico lo hemos dejado atrás», asegura. Los 17 nuevos positivos que identificaron la pruebas PCR entre el lunes y el martes podrían ser entonces los últimos de este brote. «Lo lógico es que con las pruebas que hagamos la semana que viene alguno ya empiece a negativizar el virus», matiza el regidor.
Gumersindo Ranero | Alcalde de Bárcena de Cicero
Desde uno de los despachos del ayuntamiento un funcionario da instrucciones por teléfono a una empresa de desinfección para higienizar los enclaves más comprometidos de la localidad: columpios, parques y otras zonas públicas. Por las calles apenas circula gente a las doce de la mañana y todo el mundo parece ahora más concienciado que nunca de la importancia de mantener las distancias y poner correctamente la mascarilla.
Evaristo González | Carnicero
«La mayoría hace las cosas bien, pero sí que es verdad que los hay que no cumplen», declara Germán Fresnedo. Él estudia en la Universidad de Cantabria y conoce los desmanes de la gente más joven. «Este fin de semana unos amigos me ofrecieron ir a un local que frecuentábamos antes de la pandemia pero evidentemente no he aceptado». Pero los jóvenes no son los únicos que lo hacen mal. «Yo soy más mayor, jubilado, y a veces tengo que ir por la calle recordándoles a mis amigos que la mascarilla no está para llevarla de bufanda sino para ponerla en la boca», alecciona Daniel García, que toma un vino en la terraza del bar Mimos.
María José Cavieces | Directora del colegio
Los más cumplidores, precisamente, son los más pequeños. En el patio del colegio Flavio San José una clase juega al aire libre con la mascarilla puesta. A algún pequeño le cuesta recuperar el resuello tras una carrera, pero no queda más remedio que ponerla. «Estamos adoptando todas, absolutamente todas las medidas sanitarias que nos recomiendan porque no podemos despistarnos ni un segundo con la situación que hay ahora en el municipio», remarca María José Cavieces, directora del centro. «La clase de sexto está confinada hasta el próximo día 13 y ha habido algún positivo más en alguna otra clase pero con el puente de por medio Salud Pública nos ha dicho que el peligro no existe y no hace falta cerrar más aulas». Ahora sólo queda esperar a que, como indica el alcalde, el pico haya pasado, y la semana próxima empiece a arrojar mejores datos de contagios.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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