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Su rutina diaria incluye una sesión de estiramientos nada más subir la persiana de una nueva jornada. Movimientos laterales, verticales y frontales de ambas piernas, ... en series de veinte repeticiones, que Martina López Martínez (Tierzo, Guadalajara, 1918) afronta con la disciplina de una deportista de élite, consciente de que en su envidiable forma física y mental reside parte del secreto de sus 104 vueltas alrededor del sol.
Desde hace unos años reside en Las Nuevas de Colindres, junto a su hermana Amparito, a punto de cumplir 90 años, a la que todo el mundo conoce en el pueblo por ser quien regentó durante tres décadas la tienda de calzados 'La Madrileña', la primera de este género que hubo en la villa marinera. Junto a ambas hermanas, que se piropean mutuamente, comparten el día a día José María, el marido de Amparito, y Felipe, el hijo de ambos, que se confiesa cautivado por la calidad humana de su tía. Tampoco ocultan su pasión por ella sus sobrinos nietos, Felipe y Ana, ambos deportistas de élite. Él es el actual capitán del Charles, y ella jugó al baloncesto en el Estudiantes y en el Burgos.
Conversadora generosa y amena, su prodigiosa memoria le sirve a Martina para poner al día vivencias y recuerdos que maneja con una desconcertante solvencia en la que no escatima pelos y señales de acontecimientos sucedidos muchas décadas atrás y su mente ha registrado de manera impecable. Su inteligencia emocional la han convertido en la mejor consejera para sus amistades y parientes, que acuden a ella como si manejara las claves para suturar las heridas del alma.
Aficionada a la costura y el bordado, hilvana su relato con esa cadencia infalible para captar la atención de su auditorio, mientras compone una mueca divertida que parece ignorar el por qué de tanta expectación. Ante la pregunta de cual es la clave de una longevidad tan bien llevada, hace una pequeña pausa y devuelve una sonrisa entre pícara y divertida, como si fuera una ajedrecista a punto de dar un jaque mate. «Lo primero es ser buena persona. Y luego no abusar de nada. Comer con normalidad. Y andar mucho». En estos cuatro mandamientos resume una trayectoria vital donde se acumulan los kilómetros de vivencias que en muchos casos rezuman un dramatismo que choca con su deslumbrante sentido del humor.
A Martina, así bautizada por haber venido al mundo en la festividad de San Martín, nadie le puso fácil la existencia. Siendo joven perdió un pulmón. Y también sufrió el vaciado de su útero, quedando imposibilitada para tener descendencia. A los 18 años, junto a otras amigas, decidió viajar a Barcelona. Era julio de 1936. Y aquel viaje se prolongó durante tres interminables años, hasta que finalizó la Guerra Civil. Tras una sucesión de penurias, logró regresar a casa cual hija pródiga. Y su padre tiró literalmente la casa por la ventana para celebrar su regreso. Luego Martina hizo una escapada a Madrid, donde residía uno de sus hermanos. Pero su destino estaba en Barcelona. Allí conoció a Mariano, el gran amor de su vida, un cartero con el que mataselló décadas inolvidables en Barcelona. Aferrada a una foto de ambos, su mirada se ilumina cuando habla de él y de esos paseos interminables por la Ciudad Condal. Durante muchos años, Martina fue dependienta en la tienda abierta en la planta baja de la sede central de helados Frigo. Luego se retiró. Y se apuntó a gimnasia de mantenimiento. Allí trabó amistad con otras alumnas que, al paso de los años, se volvieron inseparables. Una vez por semana compartían comida en el imponente restaurante Salamanca de La Barceloneta. «Nos llamaban las chicas de Oro», recuerda al borde de la carcajada.
Aún hoy mantiene el contacto con ellas. Y usa a su sobrino como estafeta virtual en la que se intercambia mensaje con ellas. En los próximos envíos les mostrará las fotos de una celebración por todo lo alto. Primero en casa, con globos de helio marcando la cifra mágica. Y luego en el hotel Estrella del Norte de Isla, al que acudió a bordo de un flamante Mercedes, el coche con el que siempre soñó, y que se convirtió en realidad gracias a un buen amigo de la familia. Pequeñas concesiones a la galería de una mujer con un corazón inmenso que, hace cuatro años, al alcanzar su primer siglo, donó los regalos recibidos a una entidad que trabaja para los niños desfavorecidos.
«Creo que por eso me tiene Dios aquí, para hacer el bien», destaca, antes de salir al porche a enseñar otra de sus dedicaciones diarias: «Me encargo de barrerlo para que esté impecable». Con la misma determinación camina y es capaz de plantarse en el centro de Laredo, a más de cuatro kilómetros de distancia, y regresar por su propio pie a casa. Ahora el mal tiempo impide tan largas escapadas. Pero en ellas está la clave de una presencia física tan saludable que no se corresponde con lo que dice su carné de identidad. A punto estuvo de participar en el programa de televisión que se basaba en adivinar la edad de los invitados. Hubiera saltado la banca. Porque nadie adivinaría que Martina tiene 104 años. ¡Y que cumpla muchos más!
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Ana del Castillo
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