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Que las brujas cántabras se reunían en la charca de Cernégula, ya en la provincia de Burgos, lo sabe todo el mundo. El viaje era largo, pero en línea recta y en escoba se volvía mucho más cómodo. Lo que poca gente sabe es que ... hubo un puente aéreo entre el pueblo de las brujas y Vegacorredor, un barrio de Ramales de la Victoria en el que las hechiceras montañesas celebraban sus aquelarres autóctonos. Tanto es así que a día de hoy se celebra todos los años una romería para recordarlo y celebrarlo de una forma quizá no muy empática; con la quema de una bruja. Según la tradición, todos los años el muñeco que representa a la única superviviente resurge de sus cenizas y aparece de nuevo en el bosque, puntual a su cita con la fiesta popular.
La romería nace de una tradición oral que recuperó un historiador local, José María Haro (Ramales de la Victoria, 1925-Bilbao, 1995), y que posteriormente documentaron Alberto Martínez Beivide y Antonio Gutiérrez-Rivas en 'Creencias mágicas en la tradición oral de Cantabria'.
Aquel apartado barrio incrustado en la ribera del Asón tiene mucho de bucólico, pero en realidad ha escondido durante siglos un secreto a voces: unas reuniones nocturnas de hechiceras que todo el pueblo conocía y, en su mayor parte, temía. Allí se daban cita con sus calderos, cucharones y escobas para cocinar todo tipo de pócimas, generalmente malignas, al abrigo de la noche.
Así ocurrió durante generaciones hasta que la casualidad quiso que un grupo de piadosos soldados vizcaínos en peregrinación a la Virgen del Milagro se toparan en plena marcha, al otro lado del río, con unas luces y unas voces que les llamaron la atención. Al vadearlo presenciaron fogatas, cánticos y rituales en torno a los calderos, siempre con el fuego como protagonista. Nada habían oído hablar en las Encartaciones de los poderosos hechizos de las brujas de Ramales, así que se santiguaron, cargaron contra ellas y muy piadosos no fueron. Mataron a muchas, mientras que otras consiguieron huir monte arriba o hacia el bosque, por las sendas de Helguerio y Perigüeña.
Al día siguiente todo Ramales sabía lo que había ocurrido y comenzó una peregrinación al claro en la que se encontraron ungüentos, calderos, utensilios, filtros de amor -de ahí que salgan tantas parejas de las romerías- y toda una parafernalia brujeril a la que dieron tierra como horas antes habían dado los vizcaínos acero a sus dueñas.
Es por eso, según la tradición popular, que se celebra la Romería del Milagrucu, revitalizada aproximadamente con el cambio de siglo por nuevas generaciones pero con una tradición secular. Arranca en la víspera, cuando la compañía se cita por la noche con linternas, lee un texto sobre la leyenda y comienza la búsqueda monte arriba de una de las supervivientes, refugiada durante todo el año en las laderas de Vegacorredor, donde se coloca la muñeca que después se quemará.
Beivide y Gutiérrez-Rivas recogen incluso las palabras de la bruja, que se repiten año tras año como si el espantajo hablara: «Buenas noches, niños, niñas y gentes de la Vega. Me imagino que ya todos me conocéis, pero, por si acaso, me presento: soy la Bruja del Milagrucu, la bruja de nuestro Vegacorredor, la única superviviente de la famosa leyenda de nuestro pueblo. El monte es mi casa y aquí vivo durante todo el año para que cada 4 de septiembre me queméis en vuestra hoguera y así resurgir de mis propias cenizas y poder estar con vosotros año tras año».
La fiesta pretende ser eso, una celebración, de modo que las palabras de la bruja son mucho más amables que el destino que el relato original depara a sus compañeras: «Solo nosotros sabemos lo que son los veranos en Vega. Lo que significa bañarnos por las noches en el río, jugar al bote en el corral o al escondite en la castañalera, tirarse una vez en la vida desde el puente. Resumiendo: los veranos en Vega son únicos e irrepetibles. El día del Milagrucu supone el final del verano, la vuelta al cole y a la rutina, pero también comienza la cuenta atrás para el próximo 4 de septiembre. ¡Ya queda menos! ¡Disfrutad mañana, vibrad, saltad, jugad y cantad! ¡Viva el Milagrucu y vivan los de Vega!».
Por lo que parece, esta bruja debió de tener mucho mejor carácter que las de la charca o la poza de Cernégula. Brujas, lo que se dice brujas, y esto lo dejó claro incluso la Inquisición, nunca hubo, pero su leyenda sigue vive y rezuma en tantas fiestas populares como la de Ramales.
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