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«La gata negra se ha ido a Waterloo a visitar a Puigdemont y no le ha dado tiempo a volver». Es la explicación sarcástica ... que este viernes se dio a los asistentes a la centenaria fiesta de Carasa para justificar que no hubiera por primera vez en más de medio siglo −a excepción de la pandemia− suelta de animal. La realidad es que esa misma mañana y días antes llegaron hasta dos oficios del Seprona al Ayuntamiento de Voto para advertir de que no se podía continuar con su ancestral tradición porque, dice el alcalde pedáneo de Carasa, Jesús San Emeterio, «en cumplimiento de la Ley de Bienestar Animal nos exponíamos a multas de entre 50.000 y 200.000 euros».
Así que no hubo animal. Peluche sí, que se llevó en su lugar de manera testimonial en un transportín, pero no se celebró ritual alguno que simulase de alguna manera lo que se hace con la gata negra en este pueblo desde el año 1477. Era difícil porque la esencia de la costumbre consiste en dejarla escapar y ver si huye hacia la mies, lo cual presagia un año de buena siembra, o hacia el Pico Carraso, que no trae buen augurio. «No estamos conformes» es lo primero que responde el pedáneo al ser cuestionado por esta obligada interrupción de la tradición. Y en el pueblo la sensación, según él, es compartida. «A la gente le dolió porque es algo que los de aquí llevamos muy adentro y vivimos mucho, pero mostraron comprensión porque la ley está para respetarla», agrega de manera deportiva San Emeterio.
No obstante, para la Junta Vecinal las cosas no van a quedar así. Esta vez todo se ha desarollado de manera muy precipitada, como resultado de la denuncia de un colectivo animalista ante la que «nos juntamos con el alcalde, el secretario y los servicios jurídicos del Ayuntamiento y decidimos que lo mejor era ser cautos y cancelarlo esta vez». Pero eso no les disuade de lucharlo. «Vamos a mirar bien, porque la Ley de Bienestar Animal, que es bastante peculiar, contempla determinadas excepciones y creemos que la fiesta puede entrar ahí recogida».
Además, la defensa de esta centenaria costumbre se afrontará amparándose «en informes veterinarios y en lo que haga falta». De hecho, insiste el pedáneo en que «nuestra lucha la hacemos desde el pleno convencimiento de que el animal no sufre». La gata que se ha soltado en las últimas ediciones, y que este año otra vez iba a ser la protagonista, «sabemos donde vive, en las escuelas, y está perfectamente». Es más, cabe recordar que este ritual no se ha mantenido inalterado desde sus orígenes, porque antaño incluso se llevaba al minino en un saco, no en un transportín como se hace actualmente, y se lanzaba al público desde más de dos metros de altura. «Eso yo ya no lo he conocido, hace mucho que se hace de manera respetuosa», recalca el pedáneo que espera que este no sea el fin de una tradición que este año cumplía 547 celebrándose.
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Ana del Castillo
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