Borrar
Ansola
El humanoide de Ramales
Leyendas de aquí

El humanoide de Ramales

En 1995 un grupo de jóvenes tuvo un extraño encuentro en la noche con un antropoide al estilo de los de Isla y Escalante

Aser Falagán

Santander

Sábado, 22 de julio 2023, 19:52

Un humanoide recorre Cantabria. El humanoide del siglo XX. Todas las miradas de la vieja Montaña se han unido en una Santa Alianza para localizar a ese fantasma: en Escalante y en Isla, el Ciove y Cantabria Oculta, la gente de la Marina y la de la Montaña. Paseó a sus anchas entre los años setenta y los noventa, y tan pronto se le veía junto al Cantábrico como junto a la Cantábrica. Suponiendo, claro, que fuera el mismo y no formaran una colonia.

Uno de los episodios menos conocidos es el que recuperaron Antonio Gutiérrez Rivas y Antonio Martínez Beivide en el podcast 'Cantabria Oculta', con testimonios directos –sin ofrecer nombres, para evitar comentarios o burlas– que relatan el episodio del antropoide u hombrón, término más montañés con el que a Beivide le gusta denominar este tipo de figuras.

Todo ocurrió a finales del verano de 1995. Un grupo de jóvenes de menos de veinte años regresa a la casa familiar de uno de ellos en Ramales de la Victoria, a donde les habían invitado para celebrar una de las últimas fiestas del verano. La última luz del atardecer deja aún una noche clara y despejada, de esas de finales de agosto y principios de septiembre.

Vuelven en pequeños grupos, charlando unos con otras para entretenerse en el camino entre el centro y casi la entrada al pueblo, a menos de cien metros de un cementerio que ha sido testigo de la historia del lugar, incluido el triunfo de los liberales en la Segunda Guerra Carlista que le da nombre. A mano izquierda la carretera general abre el acceso a otra que conduce a la casa. De camino no se cruzan con nadie. Apenas un rebaño de ovejas que pasta en una campa cercana, junto a un parque. Nada del otro mundo.

O sí, porque de pronto, cuando se aproximan a una farola ya encendida en la luz cenital, las más adelantadas observan algo extraño. Bajo la lumbre aparece una especie de silueta, al principio algo así como una sombra alargada con una gran cabeza y extremidades desproporcionadas, como su propia estatura, y con ojos luminosos y blancos. Parece una sombra que bien podría ser la de un árbol, pero que destaca de forma extraña. Pronto reparan en que aquello no es ni lo uno ni lo otro. En absoluto. Se trata de una figura luminosa que se mueve lenta y torpemente. Clara, más clara que el resto del paisaje y el paisanaje, con un gran cráneo, postura encorvada que hace que la cabeza casi se confunda con el tronco y unas extremidades largas, desproporcionadas, como su propia altura.

La extrañeza se transforma en miedo cuando lo que parecen sus ojos se abren y les deslumbran con una luz blanca. Parece moverse hacia ellos. Descoordinado, lento, pero con una dirección clara, o ese les parece. Por puro instinto de supervivencia, echan a correr en sentido contrario al peligro sin pensar demasiado en lo que están viviendo.

Solo el grupo de cabeza se espanta porque solo el grupo de cabeza ha visto esa luz cegadora y ha advertido cómo el antropoide hace ademán de acercarse. Pero no son los únicos testigos. A lo lejos, a muchos metros, el resto de la cuadrilla también ha notado algo. No ha visto lo mismo, o al menos no lo ha percibido de la misma manera, pero algo ha visto. Desde la lejanía no se distinguen los ojos, y sí una figura brillante y blanquecina, o al menos más clara que el resto del escenario. Ni unos ni otros distinguen ningún tipo de ropa, como si aquel gris blanquecino fuera la propia piel, o como se le pueda llamar, de la figura. La misma que brilla más bajo la luz proyectada por una farola. La misma que parece mayor que el árbol con el que en un principio la habían confundido.

El encuentro dura unos segundos. A unos se les hace más corto que a otras, pero no ha pasa do más de un minuto. Al recuperarse del susto, el grupo más adelantado ya no ve nada extraño cuando, ya a refugio, busca la figura con la mirada. El vagón de cola apenas ha visto nada con nitidez; sencillamente la figura, alta, delgada y al mismo tiempo esquiva y curiosa, ha terminado por difuminarse.

Al día siguiente la cuadrilla habla sobre el suceso. Incluso creen recordar que en aquella fecha se produjeron otros fenómenos extraños en diferentes lugares de España, pero tampoco le dan mucha importancia. Quizá por temor, pero más a los comentarios incrédulos que pudieran despertar que por la anécdota en sí. Hasta que Rivas y Beivide les convencieron para que contaran su historia casi tres décadas después y consiguieron reunir dos testimonios de los muchos testigos de aquel extraño encuentro en la noche de Ramales. No es el único de este tipo en Cantabria. Ni mucho menos. Pero sí uno de los más recientes y menos conocidos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes El humanoide de Ramales