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Unos suben para cumplir una promesa y otros lo hacen por tradición, pero en lo que todos coinciden –los devotos y los que no lo son– es en pedirle «salud» a La Bien Aparecida. Andando, corriendo, en bicicleta, en moto o en coche. Da igual ... el medio de transporte que se utilice porque lo importante es acudir cada 15 de septiembre al santuario de Hoz de Marrón.
En una jornada marcada por el buen tiempo, miles de peregrinos no faltaron a la cita. A las diez de la mañana un reguero de coches y de personas andando enfilaban las sinuosas curvas de esa cuesta que lleva hasta el enclave de la fiesta.
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Una de las paradas obligadas, o al menos habitual, es el Restaurante Solana, que hace apenas unos días ha reabierto sus puertas tras una reforma integral de sus instalaciones. Allí, decenas de personas hacían cola para degustar uno de los platos estrellas de Nacho Solana, la tortilla de patatas. «A estas alturas de la mañana –el reloj marcaba casi las once– hemos vendido unas 150 tortillas», apuntaba, al tiempo que resaltaba la «gran afluencia» que está teniendo en los últimos años la procesión de las antorchas, que se celebra la víspera de la patrona. «Calculo que ayer –por el sábado– habría unas 5.000 personas. Desde las cinco de la tarde hasta las doce no paramos de trabajar», señalaba el prestigioso chef, que explicaba que esa jornada se ha convertido en una «mini-Aparecida».
Entre toda esa muchedumbre, había peregrinos no solo de diferentes puntos de la geografía cántabra, sino de otras comunidades limítrofes, como el País Vasco. Era el caso de Marisa y su hijo Osiris, vecinos de Vitoria, pero que durante años vivieron en Cantabria. De hecho, aunque este domingo acudieron en coche, durante años subieron a pie al santuario para acudir a una fiesta que «tiene mucho ambiente» y en la que se ve «gente sana que transmite buenas vibraciones». «Lo que más me gusta es la montaña y los puestos de productos artesanos», comentaba Osiris, mientras que su madre destacaba más el aspecto religioso. «Yo le pido seguir igual; salud, que es lo más importe», desvelaba él. Su madre prefirió no mencionar su deseo.
Sentados en un banco del santuario y degustando un bocadillo estaban Raúl, Eduardo, Hugo y Víctor, que recorrieron los doce kilómetros que hay desde la localidad de Treto, donde residen, hasta Hoz de Marrón. «Venimos a cumplir con la tradición. Comemos el bocadillo, damos una vuelta para ver el ambiente, compramos unas rosquillas y para abajo», relataban, con la sensación de que había «menos gente».
En los aparcamientos habilitados para los puestos se veían menos comerciantes que en años anteriores. La explicación a esta circunstancia la daba Iván García (Horno Goimar), que lleva tres décadas acudiendo a la fiesta. «Cuando la fiesta cae en domingo siempre viene menos gente; quizá porque ya tienen sus planes hechos. Los comerciantes que tienen puesto en mercados dominicales lo saben y prefieren no venir».
Donde se vio la misma asistencia de público que en otros años fue durante la misa mayor, que estuvo presidida, por primera vez, por Arturo Ros, obispo de Santander desde hace unos meses. «Amar significa moverse, ponerse en pie, dejar la comodidad o la justificación de lo que estamos haciendo. No esperar a que el otro nos pida, sino estar atentos a lo que el otro necesita y dar el primer paso. Para amar al otro hay que ponerse en su lugar, en su piel, en su situación», afirmó el obispo durante la homilía.
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