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Sergio y Lucía con el pequeño Sergio y los ocho bisabuelos del bebé en Potes . DM
Sergio llega al mundo rodeado de sus ocho bisabuelos

Sergio llega al mundo rodeado de sus ocho bisabuelos

Un matrimonio de Cicero protagoniza una situación excepcional al convertirse en padres mientras conservan sus abuelos respectivos

Domingo, 16 de octubre 2022, 17:07

Se llama Sergio Gutiérrez Valle. Nació el pasado 10 de agosto en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla. Y se hizo un poco el remolón en un parto inducido en la semana 41 que su madre, Lucía, describe como «maravilloso» y que Sergio, el padre, ratifica como «inolvidable». Hasta aquí, la suya sería una historia más o menos convencional. Lo era hasta que, con el recién nacido en su regazo, y mientras recibía las últimas puntadas postparto, Lucía comentó con su matrona que, entre los más felices con el alumbramiento, se encontrarían sus propios abuelos.

«¿Viven todos?», preguntó la matrona. «Sí, todos», respondió Lucía, radiante. «Y los míos también», soltó Sergio a bote pronto. En ese momento, los tres cayeron en la cuenta de que la criatura recién llegada al mundo iba a disfrutar de una suerte excepcional. Tener a sus ocho bisabuelos con vida. Y con buena salud para disfrutarse mutuamente. La fortuna adquiere tintes de proeza si se tiene en cuenta que en ese momento también vivía una tatarabuela, Haydé, en Ecuador, con 94 años. Desgraciadamente, fallecía la semana pasada.

Estos padres primerizos lo han sido con 31 años él -cumplidos la víspera de estrenar paternidad- y 32 años ella. Una edad que ahora se considera joven para ser papás, pero que en este caso supone un cambio importante si se compara con las generaciones anteriores. La clave está en lo que sucede justo en las generaciones precedentes.

En el caso de Sergio, el papá, su madre Verónica le trajo al mundo con 20 años. Y su abuela Manuela dio a luz a su madre con 21. Si hablamos de Lucía, la mamá del bebé, ella nació cuando Marga, su madre, había cumplido 20 años. Su abuela Loli fue aún más precoz porque concibió a Marga con 18 años. Las cuentas comienzan a cuadrar. La elección del nombre del niño recayó en Sergio padre porque así lo habían acordado él y Lucía. Si en la rama de él ya hay tres Antonio, y en la de Lucía hay tres Vicente, en manos del bebé está seguir la saga de los Sergio.

Ajeno a estas cábalas, el más pequeño de la saga aprovecha la conversación para seguir su recital de sueño sin sobresaltos. Ya se ha acostumbrado a la rutina de cuatro o cinco horas de cabezada antes de despertar y reclamar el pecho materno para, saciada el hambre, volver a dormir.

Se queda por ello sin escuchar la historia de sus padres. Un feliz matrimonio que se podría resumir como un flechazo entre la tierra y el mar. Los dos se conocieron en la playa de Isla, en Arnuero, un municipio de gran tradición gastronómica tanto por sus pimientos como por sus langostas. Sergio, que se ha criado en Santander pero tiene su referencia también en Potes, representa la parte de tierra adentro, por la vinculación de su familia al campo y al ganado. Lucía, con el alma dividida entre Colindres y Santoña, encarna al mundo de la mar. Hija y nieta de pescadores, su madre y su abuela siempre han estado vinculadas al mundo de las conserveras.

Precisamente el hecho de que su padre, Vicente, sea el patrón del San Roque Divino, uno de los grandes barcos de pulso del Cantábrico con base en Colindres, ha obligado a aplazar el bautizo de Sergio. «La campaña del bonito se ha alargado más de lo habitual y ha habido que posponer la celebración al invierno», explica Lucía, que se acaba de reincorporar a su puesto de profesora en la academia que ella misma regenta en Colindres. Sergio, por su parte, concluye a diario su jornada como inspector de seguridad privada sabiendo que en casa hay un tesoro con el que todas las horas que pasa parecen pocas.

Sabedores de que a sus propios abuelos se les cae la baba cuando hablan del recién nacido, hace unos días organizaron una comida para reunir al bebé con los felices bisabuelos. Lo hicieron en Potes, al ser allí donde reside Antonio, el mayor de toda la prole, de 89 años.

Orgullosos bisabuelos

A los postres, con los orgullosos bisabuelos con el corazón ablandado de tantas emociones, éstos fueron agasajados por sus nietos y por el bisnieto con unos diplomas que acreditan esta condición. Unas láminas con la silueta del niño de fondo y con la huella de su pequeño pie a modo de valioso sello de autenticidad. Los cuatro matrimonios han colgado el obsequio en un lugar preferente de sus hogares. Y ya fantasean acunando a su descendiente mientras le susurran algunas de sus vivencias.

Empezando por las de Antonio Gutiérrez y Gloria Alcázar, sus bisabuelos paternos por parte de padre. Él, lebaniego, marchó a Ecuador a hacer las Américas. Ejerció de torero y cantante. Aunque el do de pecho lo dio al enamorarse de una chica de 19 años cuando él tenía 33. La diferencia de edad no impidió el matrimonio, que regresó a Cantabria ya con seis hijos. Uno de ellos, Antonio, se estableció en Santander y se dedicó a las palas excavadoras, hasta que falleció hace varios años.

En cuanto a los bisabuelos maternos por parte de padre, Esteban Iglesias, de Monte, y Manuela Arcos, del barrio de La Albericia, en Santander, se conocieron por una pedrada. La que le lanzó ella a él, ofendida porque, cuando los de Monte iban al cine de La Albericia, lo hacían pagando butaca, mientras que Manuela y sus amigas iban al 'pulguero'. Hasta aquel día. Luego Esteban también pagó butaca por ella. En aquel momento, él tenía 17 años y ella 13, por lo que el noviazgo se oficializó años más tarde en casa de ella. De aquel amor llegó Verónica, que hoy regala sonrisas a su clientela en Mi Alacena, un establecimiento delicatessen situado en la santanderina zona de Puertochico.

En el lado de Lucía, sus abuelos paternos son los colindreses Vicente Valle y Carni Brígido. Pescador él, ella trabajó en una fábrica de aceitunas antes de volcarse en los quehaceres domésticos. Se conocieron en la pila bautismal. A ella la llevaron con unos días porque pensaban que no sobreviviría. A él con dos años, porque a sus padres se les pasó. Y allí compartieron padrinos. Cuando Vicente regresó de la mili, empezaron a salir. Y ahí siguen tan felices.

En cuanto a los abuelos maternos de Lucía, Cuco Pacheco y Loli Quirós son un matrimonio de santoñeses, una villa donde él ha trabajado como pescador y ella en una fábrica de conservas. Se frecuentaban en las cuadrillas y en los guateques, y con solo 17 años ya formalizaron su unión para siempre.

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