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La cueva de Cullalvera es una de las muchas que muestra vestigios de ocupación humana en Cantabria, en este caso en Ramales de la Victoria. Todo indica que estuvo habitada durante el Paleolítico Superior, y aunque no presenta arte rupestre en la zona abierta a ... las visitas —sí en otras– ni manifestaciones tan llamativas como otras cavidades, sobre todo si se la compara con emblemas como Altamira o El Castillo, sí ha legado pinturas datadas en aquella época. En concreto en el Magdaleniense Medio o Superior, según apuntan las investigaciones, lo que las confiere una antigüedad de aproximadamente 13.000 o 14.000 años. El problema, que se encuentran en una zona de entre 600 y 1.2000 metros de profundidad, de difícil acceso y cierto riesgo, de modo que no se abre al público y está reservada solo a la investigación. No solo es el único ejemplo cántabro de manifestaciones artísticas a tales cotas, sino que tampoco es frecuente en cualquier yacimiento del mundo.
Desde el punto de vista artístico quizá no sea tan atractiva como sus 'hermanas mayores' montañesas, aunque aun así constituye un interesante yacimiento, y presenta además otros atractivos naturales. Un encinar autóctono custodia la boca de una cavidad que mantiene un enorme sistema kárstico de varios kilómetros completamente activo. Tanto es así que en ocasiones, en épocas de especial pluviometría, emerge un caudal subterráneo que se puede observar desde la pasarela artificial superior. Precisamente esa corriente es uno de los motivos por los que no se recomienda el acceso a las bóvedas más profundas, justo las que conservan las pinturas, al salvo del agua pero custodiadas en cierto modo por ese río intermitente.
Hasta aquí, todo correcto. Grandes galerías, intrincadas grutas y el escenario característico de la Cordillera Cantábrica, con sus vestigios y evidencias de haber abrigado durante siglos comunidades humanas. Con este escenario, a la investigación prehistórica se unió la explotación cultural y turística de un patrimonio y recurso natural.
Pero la cueva de Cullalvera tiene algo más: una leyenda que se ha perpetuado oralmente durante generaciones y que, completamente ajena a cualquier narración canónica, a los manuales de historia y a las guías turísticas alimenta un misterio que no está escrito ni siquiera en sus paredes, pero que pese a escaparse del relato ordinario se conoce en Ramales.
Se cuenta que hace mucho, pero que mucho tiempo, en la época de Maricastaña o tal vez en tiempos antiguos o incluso de antaño, había en la zona pastos para ganado y, en especial, rebaños de ovejas. Una mañana una joven, una niña en realidad, que cuidaba los animales cerca de una de las cabañas, vio cómo una de sus ovejas se descarriaba hacia el bosque. Mal asunto. Comenzó a perseguirla, pero el animal, tan ágil que más parecía una cabra, siguió adentrándose en el encinar, muy lejos ya de los pastos. Al llegar a la bocana de la cueva, se adentró decidida, como si buscara algo o algo la llamara.
La pastora, que la seguía a la carrera, la vio entrar y la siguió hacia la gruta. Conocía bien la zona y comenzó a explorar las cada vez más oscuras galerías sin nada con lo que iluminarse. Tanto que después de algunas vueltas se desorientó y olvidó la ruta de salida. Sin un atisbo de luz con el que guiarse, ya nunca la encontró. Desde entonces, se dice, quien se adentra en las rocas puede escuchar unos susurros que no son en realidad otra cosa que los sollozos y lamentos de la niña, que pide ayuda y busca desde siglos la boca de la caverna para regresar a su casa. Tal vez sea un grito de auxilio o puede que una forma de advertir a las visitas imprudentes, sobre todo a los niños, para que no corran su misma –mala– suerte.
Incluso se dice que los ramaliegos, sobre todo los viejos, imitaban las voces y llantos cuando rondaban por la zona en una burla un poco siniestra que en realidad era una forma de evitar que los chavales más curiosos de adentraran en una cueva que, como todas, entraña cierto peligro, máxime dadas sus corrientes subterráneas, lo complicado de algunas de sus galerías interiores y lo sencillo, como dice la leyenda, que resulta perderse.
Con el tiempo el relato quedó en parte sepultado, como aquella desafortunada pastora atrapada entre las galerías, pero el boca-oído lo ha mantenido vivo. Ahora, junto al resto de alicientes que presenta la gruta, queda también el de tratar de escuchar los quejidos y, quien sabe, ayudar a la joven pastora a escapar de su cautiverio. Si es que todavía quiere, claro, porque después de tanto tiempo puede que la cueva de Cullalvera se haya convertido ya en su hogar. De lo que no ha quedado al parecer ni rastro es de la oveja.
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