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El robledal del Monte San Pedro, en La Gándara, fue ayer sábado el escenario de las Fiestas de San Isidro con las que el Valle de Soba dijo adiós al largo parón de ferias obligado por la pandemia. En un día espectacular en lo meteorológico, las sombras del imponente arbolado de tan bello paraje brindaron un acertado cobijo a ganaderos y visitantes que disfrutaron de una jornada de celebración con el sabor de las tradicionales.
Con las imprescindibles varas o cayados, ganaderos y pastores de todo el valle y comarcas limítrofes conformaron los tradicionales corrillos en los que se intercambiaron impresiones. También hubo lugar a la compraventa, con el consabido apretón de manos y el pago en efectivo de los euros por la res en cuestión.
El alcalde, Julián Fuentecilla, se mostró muy satisfecho con el resultado, que valoró acompañado del consejero de Ganadería, Pesca y Desarrollo Rural, Guillermo Blanco, presente en la cita. «Hemos retomado la parte de las fiestas y de las ferias, una actividad esencial para los vecinos ... del valle, y la gente se ha volcado». En este sentido, destacó la presencia de 20 ganaderos, que comparecieron con alrededor de quinientas reses «sobre todo ganado de carne, equino y bovino», explica Fuentecilla. «Luego hemos tenido un mercado de productos agroalimentarios de Cantabria, junto al mercadillo típico de aperos y útiles de las tareas del campo». El alcalde también destacó la presentación del libro 'Paisajes Geogastronómicos del Valle de Soba' del profesor de la Universidad de Cantabria José Ramón Díaz de Terán.
Al mediodía, la actuación de los Hermanos Cosío congregó a casi dos mil personas, en un concierto multitudinario que dio paso a la degustación de una paella, en una comida de hermandad que congregó a más de 300 personas. El programa festivo reservó para la noche las actuaciones de la Orquesta Malasia y el Grupo Saxo.
Entre los ganaderos presentes, hubo una notable satisfacción por retomar este tipo de eventos. Lo explicaba Juan Carlos Media, cuya explotación está en La Gándara. «¿La feria del año? Es como una fiesta para el ganadero, la gente que viene más a ver y nosotros no sacamos las reses más para enseñar que para vender. Es un día de comentar la feria, el valle, el pueblo, y hablar con los amigos», explica. A su alrededor, los habituales corrillos de compañeros de profesión, con su vara en la mano, comentando las novedades. Este propietario habla con orgullo de sus 90 vacas blondas, entre los mejores ejemplares que existen de esta raza en toda España. Su llamativa tonalidad rubia llama poderosamente la atención. «Aquí he traído una muestra con veinte vacas y crías. Son vacas de carne. Luego, aparte, tenemos otras 150 vacas frisonas».
La conversación discurre inevitablemente hacia el tema del lobo. «¿Con el lobo? Mal, porque no podemos echar las vacas con las crías pequeñas más que al lado de casa. Yo tengo arriba cabañas, pero solo salen las vacas secas, sin cría, porque me las mataría el lobo». Aunque de momento sólo ha perdido dos crías, en su balance no olvida lo que va perdiendo. «Me mató no sé cuántos potros, y quité las yeguas. Al final todo son disgustos». Es entonces cuando se pone serio. «Es duro decirlo. Pero cuando acabe con la carne, cuando esta escasee, habrá que comprar carne a Argelia, o a Marruecos o a Canarias, que no tienen lobos… Será entonces cuando vean la necesidad de recortar su expansión, señala».
Su rostro se relaja cuando le preguntamos por otras inquietudes. «La vida en general. Tengo 58 años. Tengo un hijo con 25 años y su pareja que también están en la explotación. Si no, habría que tener menos vacas. La vida es así». E insiste. «¿De qué te vas a quejar? ¿De los cereales, que valen más que la leche? ¿De la luz, que se ha multiplicado por tres? ¿Del gasoil, que se ha multiplicado por dos? Eso le pasa a todo el mundo, no sólo a los ganaderos. Estamos en una crisis y es lo que hay». En su balance, abraza la botella medio llena. «La vida hay que verla con optimismo. Teniendo salud, de todo podemos salir. Hemos salido de otras crisis», remata.
A su lado asiente Florentino, de la ganadería Izamar, de Ramales: «Yo soy un ganadero de 'asturianas'. Estas que traigo aquí las voy a subir hoy al puerto, esta misma tarde, pero no las puedo subir con crías por el problema del lobo. Abajo nos ataca menos, pero cuando subimos aquí al puerto, es cuando nos hace estragos». Y se explica. «El otro día hablé con un amigo de Astrana, Francisco, que tiene caballos y me decía que estaban librando. Al día siguiente le vi en el periódico que le habían matado un potro. Es un problema enorme», señala. Tras ponderar la labor del consejero Guillermo Blanco «-que está peleando, pero los que deciden son los que no tienen el lobo-«, insiste: «el problema es muy gordo. Ves animales maltratados, con las nalgas abiertas en carne viva. No hay derecho».
«¿Otras inquietudes? Se me ha incorporado el hijo, que tiene 19 años, con toda la ilusión del mundo para que siga. Pero se está poniendo todo muy difícil. El gasóleo se ha triplicado, se ha puesto todo por las nubes. Es cierto que la carne vale, pero se está poniendo todo que es inalcanzable y no sé lo que va a pasar. Los que somos ganaderos de toda la vida estamos con esa cosa de que quienes vienen detrás puedan seguir haciendo la que ha sido nuestra vida», remata.
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