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El cementerio de Cartes, una modesta necrópolis parroquial ampliada con el paso de las décadas, no parece diferente a cualquier otra de cualquier otro pueblo, pero esconde un prodigio: sus cuerpos se conservan intactos. Al menos esa es la historia que ha pervivido durante décadas, ... aunque la explicación puede ser más mundana que sobrenatural.
A principios de julio de 1980 el camposanto tenía mucho más movimiento de lo normal. En su parte más antigua, junto a la parroquia, se había descubierto un cuerpo incorrupto: el de Carolina Torquillo, fallecida el 4 de diciembre de 1932 a los 42 años. Décadas después, en aquel 1980, uno de sus hijos había abierto la cripta para dar sepultura a otro familiar y descubrió que los restos de su madre estaban prácticamente inalterados; apenas con alguna seña del paso del tiempo. Para quien no lo creyera, permitió comprobarlo a cualquiera que quisiera. Décadas después, aún se recordaba aquel suceso, con testigos de primera mano que vieron los restos.
Tras el cambio de siglo no resulta difícil confirmar su identidad. Su propio hijo, Patxi Mediavilla, explicó su historia en la prensa y años después uno de los nietos, Ricardo Mediavilla, le relató a JJ Benítez una historia con mucho más recorrido que termina en la exhumación incorrupta, pero que comienza mucho antes, en el momento de la muerte de su abuela.
El 4 de diciembre de 1932 la señora Torquillo murió en Cartes, donde fue enterrada. Días después o coincidiendo con su aniversario, eso no está claro, su viudo, Felipe Mediavilla, y sus cinco hijos escucharon por la noche unos golpes en la puerta de casa, a menos de un kilómetro del cementerio. Alarmados por el ruido, salieron a la calle y se encontraron junto a la entrada con la lápida de su madre. Así terminó el suceso o al menos así lo cuenta Benítez en 'Pactos y señales' (2016).
Felipe Mediavilla murió en 1950, pero la familia siguió viviendo en Cartes. Y así fue como, treinta años después, el nombre de Carolina saltó a la prensa.
Abrir panteones para habilitar sitio a un familiar fallecido es moderadamente frecuente en cualquier cementerio. Lo que ocurre es que, según contaron sus propios descendientes, los restos se encontraban casi impecables; como en 1932. Así se lo contaba su propio hijo el 9 de julio de 1980 a El Diario Montañés: «La han vuelto a enterrar tal y como estaba. No tenía más que una pequeña rasgadura del lado en que fue colocada y un agujero en el dedo gordo, pero las medias, por ejemplo, estaban intactas y las ropas también». Ofrecía más detalles: «Yo les voy a decir que a mi madre la saqué yo hace treinta años y estaba ya intacta. No di parte, ni ahora tampoco he dado. Las cuatro veces que desenterré a mi madre la he sacado igual».
Sí; cuatro veces. O así lo indicaba el reportaje: «Patxi ha desenterrado a su madre cuatro veces en el tiempo que lleva en el cementerio. Las tres anteriores y, siempre según él, no quiso dar ninguna publicidad del caso, 'ni tampoco ahora, lo que pasa es que las cosas se han salido de madre y no se ha dado a esto más que publicidad por una parte o por otra'».
Comenzaron entonces los rumores sobre las características del cementerio y las dudas sobre si habría más casos. Tanto que el boca-oído ha inmortalizado otros episodios con otras familias, otros nombres y, por supuesto, sin constatar. El propio Patxi desmontaba en su momento la teoría: «Los demás nichos también han sido explorados y todos los cuerpos estaban hechos pura ceniza. El cadáver de mi madre, como ustedes saben, estaba en perfecto estado de conservación».
En realidad, y a tenor de las fotografías –sí, hay fotos, y así se recoge en 'Historia de la Villa', de José Ramón Saiz Fernández– los restos mortales se encontraban en muy buen estado, aunque hablar de incorruptos tal vez resulte excesivo. Con el paso de los meses y los años, aquel episodio se fue diluyendo en el recuerdo, pero dejó poso en la memoria colectiva de Cartes.
En cuanto a las posibles causas, el propio heredero explicó en su momento que no se hicieron estudios ni se analizaron los restos, con lo que resulta atrevido aventurarlas. Lo que sí es cierto es que, al margen de la momificación intencionada, existen diversas circunstancias en que un cadáver puede experimentar el mismo proceso de forma natural. Ya sea por falta de oxígeno, petrificación, congelación, deshidratación o por haber quedado el féretro completamente sellado en un ambiente estéril. Sea como fuere, el recuerdo de aquella vecina de Cartes sobrevivió un siglo después de su muerte.
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