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En cada bar de Polanco hay una partida de cartas, una conversación casual sobre lo que está pasando, un poco de silencio y a ... veces otro tanto de aquellas tertulias dominicales que se organizaban en la finca Trascolina hará unos 140 veranos. Siempre que hacía bueno los invitados solían insistir a su anfitrión, José María Pereda (1833-1906), en que no hacía falta que ningún carruaje fuera a recogerlos hasta la vieja estación del norte. Caminar esos cinco kilómetros desde Sierrapando hasta el despacho donde se fraguó la obra del polanquino era para Fernando Pérez del Camino, Sinforoso y José María Quintanilla, Carlos Pombo, Enrique Menéndez Pelayo o Agabio Escalante, entre otros habituales, una ocasión insuperable para asomarse a esas fotografías indelebles de la 'tierruca'. «El incomparable paisaje montañés», los árboles llorando «gota á gota por las mañanas el rocío ó la lluvia de la noche» (sic); el barro de las callejas, las aves de costa conducidas por el calor o el temporal... Mucho de lo que está en las páginas del libro sigue presente.
Ese itinerario rumbo a 'Las Catacumbas' -como se denominaban estas reuniones- es sólo una pista del legado que esa novela regional ha dejado en herencia. Poner imágenes, sonido y aroma al retrato exacto de Pereda es lo que cautiva a sus visitantes, turistas de dentro y afuera atraídos por un párrafo distinto, una descripción localista y pormenorizada que los empuja a saber más sobre la magosta en 'Cumbrales', la deshoja, el mundo agrícola o a poner música a esas coplas de noche que los mozos de Polanco solían entonar para dar la bienvenida a la primavera: las marzas.
Al igual que las personalidades que recorrían la «carretera literaria» hasta La Trascolina, como le gusta ambientar a Tino Barrero, presidente de la Asociación Sociocultural del municipio, las visitas siguen siendo, fundamentalmente, de paso. «Vienen a ver el entorno, el marco en el que se desarrolla», dice, ya sea deteniéndose ante el busto junto a la ya seca y ajada 'cagigona', aunque aún en posesión de la soberbia con que quedó descrita en el inicio de 'El sabor de la tierruca'; la casa natal, esa de «dos balcones, ancho soportal y huerta al costado», o la propia iglesia de San Pedro Advíncula, que conserva su pila bautismal, del siglo XII, y de la que el autor de 'Sotileza', incluso, fue benefactor.
El bar Resquemín -o Sotileza, Peñas Arriba y, hasta hace nada, Cumbrales-, el cementerio de Polanco... Los apegados a todos estos rincones vienen y van con un ejemplar guardado en la mochila casi a modo de callejero. Versión original, para madrileños, catalanes -también cántabros-; cualquiera de sus traducciones, para todos esos extranjeros imantados por su prosa, que son muchos gracias en muy buena medida, si no en toda, al recién fallecido hispanista británico, además de investigador, Anthony Clarke (1939-2020), experto en la vida y obra del costumbrista y hasta Hijo Adoptivo de Polanco.
El magnetismo que atrapa hoy a esos lectores es el mismo que condujo al propio Benito Pérez Galdós (1843-1920) hasta Polanco en 1871. El autor de 'Tristana' guardaba con el polanquino una de esas «amistades paradigmáticas, de gran admiración y respeto entre ambos», como alumbra Barrero. Después de él, otro más joven y ya de la Generación del 98, Azorín, se acercó a la Trascolina en verano de 1905 para conocer a un Pereda ya mayor, apenas meses antes de desaparecer -ese viaje en tren a Requejada, sus impresiones sobre el autor y la vida agrícola quedaron relatadas en 'Polanco. En casa de Pereda', dos artículos publicados en ABC ese mismo año-.
Ese es, precisamente, su legado. «Que personalidades de la talla de Galdós o Azorín hayan reseñado el topónimo de Polanco y lo hayan divulgado por todo el mundo», como reconoce el coordinador cultural, antes de enfatizar el lazo que desde hace más de un siglo asocia instantáneamente al municipio con la literatura. Basta con leer a ese hijo predilecto, a Pereda, para saber que no estaba nada desencaminado: «¡Qué suerte la mía si con este librejo, ya que no lo haya logrado con tantos otros informados del mismo sentimiento, consiguiera yo, lector extraño y pío, darte siquiera una idea, pero exacta, de las gentes, de las costumbres y de las cosas; del país y sus celajes; en fin, del sabor de la tierruca!».
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Ana del Castillo
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