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Es difícil entender qué es la Vijanera si uno no ha estado en medio de la vorágine de personajes que integran la mascarada de Silió. Una locura acompasada que arrolla todo lo que se encuentra por delante, un enjambre de seres entre esperpénticos y mitológicos, caricaturas de creencias, oficios, naturaleza y costumbres ancestrales que se pierden en lo más remoto de la memoria. Pero también es cierto que cuando uno se ha adentrado en ese huracán de sensaciones pronto se empapa de la pasión que los componentes de la inusual comitiva desprenden, de su compromiso con lo que hacen, sin importarles si su pequeño pueblo, Silió, está absolutamente invadido por miles de visitantes absortos con cada uno de sus movimientos.
Eso es lo que le pasó a la comitiva enviada por la Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares para vivir sobre el terreno la mascarada de Silió. Los integrantes se han deshecho en piropos, entregando el Premio Nacional de Tradiciones Populares a la Asociación Cultural Amigos de la Vijanera «por su muy meritoria y eficaz labor de interpretación y superación en cada mascarada del valioso legado de sus remotos antepasados y por haber logrado una gran participación de los habitantes de la población».
No han tenido ninguna duda en otorgar ese galardón. Tanto es así que por primera vez desde 2002, año en el que comenzaron a entregar ese premio, han concedido dos reconocimientos a la misma causa: uno colectivo, a la asociación, otro individual, al «alma máter» de esa asociación, César Rodríguez. A él le han otorgado un Diploma de Honor «porque nos ha dejado muy impresionados su altísima capacidad de organización sin descuidar la armonía general de tiempos y movimientos de la Vijanera». Y como las noticias buenas nunca viajan solas, la Asociación Cultural Amigos de la Vijanera ha recibido otra, la pronta cesión por parte del Ayuntamiento de la gestión del museo, según adelantó la alcaldesa de Molledo, Teresa Montero, una de las primeras en felicitar a sus vecinos por el premio.
En el fondo de ambas distinciones nacionales está un motivo común, el mantenimiento de la esencia de una fiesta ancestral, avanzar para volver a lo más remoto, recuperar lo perdido y, sobre todo y aún más difícil, hacérselo ver a las nuevas generaciones.
Así lo ve el propio César Rodríguez. Explica que la comitiva «pudo vivir sobre el terreno, de primera mano, los sentimientos que mueven al grupo; en especial la relación tanto con los mayores como con los más pequeños, aspecto que hace que la mascarada cada año tenga más fuerza».
Un ejemplo es Vicente Terán, el Tin, con 97 años a sus espaldas no dudaría en volver a vestirse para disfrutar de la Vijanera como lo hizo antes de la Guerra Civil, un niño entonces que se vestía de pasiega. «Las cosas han cambiado mucho, pero la esencia se mantiene igual».
Alberto y Aníbal Terán o Carlos Fernández estuvieron en el regreso de la mascarada en el año 82. Alberto destaca lo que no ha cambiado, «la implicación del pueblo, un espíritu que se mantiene como hace 36 años». Aníbal, el hombre que durante muchos años ha encarnado al oso, recuerda como los primeros años, antes incluso de arrancar, hablaban con los mayores, «empapándonos de las tradiciones que ellos habían vivido». Carlos señala las diferencias. En el 82 eran 14 los componentes, hoy son 150. Vieron aquella Vijanera poco más de un centenar de personas. Hoy son miles. Y recuerda como «los días previos recorríamos la comarca con un carro pidiendo ropa vieja. Hoy tienen su propio museo.
César Rodríguez insiste en que «desde hace tiempo, nuestros esfuerzos se centran en reivindicar y transmitir lo intangible, que a menudo queda relegado a un segundo plano, pero que representa el principal motivo por el cual esta mascarada ha llegado hasta nuestros días» y adelanta que «seguiremos defendiendo los valores de la cultura tradicional tal y como la recibimos, honrando la memoria de las generaciones que nos precedieron».
Los vijaneros han aprovechado la ocasión para reivindicar el trabajo de «aquellos jóvenes que a comienzos de los años 80 escucharon a sus mayores y generaron el caldo de cultivo necesario para que la fiesta recuperase su fuerza original. Es justo dedicar este premio a los que por desgracia ya no están entre nosotros y que tanto trabajaron para que esta ilusión se convirtiera en lo que es hoy en día». En especial, destacan la figura de Ángel Vélez, «ya que sin él no habría sido posible llegar hasta aquí». También recuerdan a «la generación de nuestros mayores que con rigor e ilusión a partes iguales, hicieron posible que, tras 45 años, el rito mantuviese sus rasgos identitarios renaciendo aún con más fuerza». Pero su mirada va también hacia el futuro, esperando que el galardón «ayude a que los más pequeños conozcan el verdadero valor de este rito de iniciación».
En ese sentido Rodríguez deseó que sea la puerta de la declaración de la mascarada como Bien de Interés Cultural Etnográfico Inmaterial, un empeño en el que se han comprometido hace años. El Gobierno anunció en enero de este año que «en breve» retomaría el proceso para la protección de las Mascaradas Rurales de Invierno, tras el desistimiento del primer intento. La asociación espera con paciencia que ese expediente se abra de una vez.
Tanto como el «romper la barrera» que supone no acabar de ser profeta en su tierra. A nivel nacional se rifan la participación de la mascarada de Silió en cualquier evento. Suiza, Portugal o Italia esperan poder contar con la comitiva. Es protagonista de películas en Francia, de exposiciones en Japón y de campañas de moda en China. Pero en Cantabria parece que cuesta entender que la región tiene algo único, inigualable e inimitable, arraigado no solo en la tradición, sino en el espíritu de un pueblo, Silió, con un carácter especial que une a varias generaciones en un fin común.
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Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Álvaro Machín | Santander
Guillermo Balbona | Santander
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