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FRANCISCO A. GONZÁLEZ REDONDO
Viernes, 20 de agosto 2021, 07:13
Todos hemos oído en alguna ocasión esa frase tópica tantas veces repetida de que 'los de Bilbao' nacen donde quieren. Pero no por repetido deja ... de ser un desatino: 'los de Bilbao', como 'los de Santander' o 'los de Madrid' nacen donde está su madre ese día. Por eso, cada 28 de diciembre conmemoramos el nacimiento de «el más prodigioso inventor de su tiempo» en Santa Cruz de Iguña (Molledo, Cantabria), porque su madre, Valentina Quevedo de la Maza, estaba allí ese día. Y año tras año nos preguntamos por el 'misterio' de ese nacimiento que en 1852 convertiría a Leonardo Torres Quevedo en cántabro, cuando todo parecía indicar que el alumbramiento debería haber tenido lugar en la ciudad donde (se supone que) residía la familia, Bilbao, donde (se supone que) habría nacido su hermana mayor, Joaquina, en 1851, y donde nacería su hermano menor, Luis, en 1855.
En efecto, todos sus biógrafos -García-Diego, Rodríguez Alcalde, García Santesmases, González de Posada...- nos hemos preguntado por el 'misterio' que la familia Torres-Quevedo, empezando por Gonzalo, el hijo y colaborador del inventor, nos han ido trasladando generación tras generación. De acuerdo con esta tradición, doña Valentina y su marido, don Luis Torres Vildósola, se habrían trasladado en diligencia desde Bilbao en unos intempestivos días de diciembre. Tras pasar la ría de Treto en barcaza, habrían hecho escala en el palacio de Alvarado en Adal, casa natal de Apolinara de la Maza Ruiz de la Escalera, madre de Valentina, antes de llegar a la que se conocía como 'La Casona (de los Bustamante)', en la que, ayudada Valentina por su madre, Apolinara, vería la luz Leonardo tras el complicado viaje.
En esa misma casa habían nacido ya los primos hermanos de Leonardo, Francisco Javier (nacido en1845, ingeniero de Caminos, mayorazgo de las casas de Bustamante y Quevedo), Luis (nacido en 1846, al que se recuerda con un monumento en un jardín cercano) y Joaquín Bustamante Quevedo (nacido en 1847, al que se rinde homenaje con un medallón de bronce en la fachada de la casa), hijos de Luis Bustamante y Bassoco y Juliana Quevedo de la Maza, hermana mayor de Valentina. La casa, construida en 1725, se encuentra situada a 400 metros del Colegio de Educación Infantil y Primaria que lleva el nombre del inventor en La Serna de Iguña, y, a escasos 50 metros de ella, puede verse una estatua en bronce del inventor -obra del escultor Ramón Muriedas- erigida el 18 de diciembre de 1986, en el marco de las conmemoraciones del Cincuentenario de la muerte del inventor organizadas por Amigos de la Cultura Científica.
En la casona de Santa Cruz vivían Valentina y Luis desde su matrimonio, mientras Luis atendía los diferentes destinos que le iban siendo asignados como ingeniero. En Iguña -y no en Bilbao- había nacido en 1851 su primera hija, Joaquina, y, en realidad, contrariamente a lo que nos habían contado y habíamos transmitido hasta ahora, allí vivían y allí esperaron tranquilamente que viera la luz Leonardo en diciembre de 1852. Y será la documentación conservada en el Archivo del Ministerio de Fomento la que nos permita resolver el 'misterio' de ese nacimiento después de tantos años.
El valle de Iguña, paso natural entre la Meseta y el Mar Cantábrico, lugar de tránsito fugaz entre Reinosa, el Valle de Buelna y Torrelavega, está cruzado de sur a norte por el río Besaya y constituye el eje central de las comunicaciones entre Castilla y Cantabria, en general, y con Santander, en particular. El camino utilizado por los pobladores cántabros para atravesar el valle de Iguña se transformó en la calzada romana que uniría Pisoraca (Herrera de Pisuerga) y Portus Blendium (Suances), vía de comunicaciones que se complementaría con el Camino Real, construido en el siglo XVIII durante el reinado de Fernando VI, y, en el siglo XIX, con dos obras en las que participaría el padre de Leonardo: la carretera Palencia-Santander, cuyo trazado sigue uniendo hoy los principales pueblos del valle, y la vía del ferrocarril Alar-Santander.
Don Luis, ingeniero de Caminos natural de Bilbao, estuvo destinado por la Dirección General de Obras Públicas en la provincia de Santander (dependiente del Distrito de Burgos) entre 1841 y 1847, trabajando en obras en el puerto de la capital y en diferentes tramos de carreteras por la provincia -modificación de cuestas en El Escudo y La Pasiega; vías en el entorno de Santoña, Laredo, Bercedo, etc-. Pero en enero de 1848 fue destinado a la construcción de la segunda sección de la carretera general a Palencia, la que precisamente pasaba por el valle de Iguña, donde se alojaba temporalmente y donde conoció a Valentina, con la que contraería matrimonio en septiembre de 1850.
Fijaron su residencia en Bilbao, pero en julio de 1851 consiguió que lo destinaran otra vez en Iguña, en esta ocasión para colaborar en el trazado de la línea del ferrocarril Alar-Santander a su paso por el valle, a las órdenes del ingeniero jefe, Calixto Santa Cruz. En el valle nacería Joaquina en agosto de 1951, y allí viviría la familia Torres-Quevedo a lo largo de 1852 y hasta el nacimiento de Leonardo en diciembre. Y digo 'hasta el nacimiento' porque muy pocos días después, el 1 de enero de 1853, don Luis pediría el traslado a Bilbao, lo que se efectuaría el 3 de enero, pasando, ya sí, a residir en la calle Pelota, en pleno casco viejo.
Y estos, los del 3 de enero, son los recuerdos del viaje, con una realidad mucho menos 'misteriosa', que conservaba la familia, aunque habían transmutado el sentido del trayecto. En efecto, el traslado en diligencia se hizo pasando la ría de Treto, con su correspondiente escala en la casa-palacio de Alvarado, en unos intempestivos días de invierno del Cantábrico, aunque, afortunadamente, Valentina no iba embarazada de Leonardo, sino con su hija Joaquina y el futuro genio montañés ya entre sus brazos.
Sí, Leonardo Torres Quevedo nació en Cantabria un 28 de diciembre. Y no, no nació en Bilbao, porque nadie nace donde quiere, sino donde su madre está ese día. Y, por esas circunstancias vitales de sus padres que hemos documentado, ese día estaban viviendo en la tranquilidad del valle de Iguña.
Por eso, los cántabros de nacimiento -o de adopción- podemos presumir del honor de compartir paisanaje con el ingeniero español más universal. Y, por esa misma razón, algunos cántabros de nacimiento -o de adopción- hemos asumido un compromiso: conocer, reconocer y difundir su vida y su obra. En ello estamos.
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