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En la localidad de Silió (Molledo), donde apenas viven medio millar de habitantes, nadie quiere hablar del capítulo más negro de su historia, el del asesinato de Crisanta, una adolescente de 16 años que fue asesinada, descuartizada y emparedada por su prima Josefa, movida por ... la envidia y los celos.
Hoy, martes, 23 de enero, se cumple medio siglo de un crimen atroz que conmocionó no solo a esta pequeña localidad sino a toda Cantabria, y nadie quiere recordar aquella «pesadilla». Prefieren pasar página.
Cuando El Diario Montañés preguntó ayer a algunos de los vecinos que vivieron aquel suceso, todos ellos mostraron caras de hastío. «Silió ha pasado página hace tiempo, a ver si lo hacemos todos. Ahora nos conocen por la Vijanera, por la Maya, por nuestra feria de ganado, y así queremos que sea, no por algo truculento que pasó hace demasiado tiempo», afirmaban un par de veteranos residentes sentados en el banco de la plaza de Santiago, con la escultura del zarramaco a un lado y el centro de interpretación de La Vijanera de fondo. «Lo que pasó, pasó, doloroso, por supuesto, pero nos cansa que vuelva el pasado de esta manera, hayan pasado diez, veinte o cincuenta años», añaden.
Entre los que ni siquiera habían nacido cuando Josefa acabó con la vida de su prima tampoco quieren referirse a este crimen porque «estigmatizó mucho al pueblo». «Además, las familias siguen viviendo aquí y nadie quiere remover algo que pasó hace ya tanto tiempo», explican.
Crisanta Gómez Gutiérrez era una joven guapa, bondadosa y muy resuelta. Con solo 16 años regentaba una tienda-bar en su pueblo, Silió (Molledo). La chica era la única hija de Segundo y Herminia, un matrimonio de sordomudos -conocidos como los 'mudos de Silió'-, y su trabajo era el principal sustento de la familia. Una fría mañana de hace cincuenta años, salió de su casa para ir a trabajar, pasando antes por el chalé de su prima Josefa Gómez y el marido de esta, Ramiro Villegas, los anteriores dueños de la tienda-bar. Ya no salió con vida de allí. Su prima la mató y luego la descuartizó. Parte de su cuerpo estaba emparedado en el chalé de sus primos. La cabeza y otros trozos de su cuerpo aparecieron después esparcidos en un monte de la zona.
Cuando Josefa asesinó a su prima apenas tenía 30 años y su marido, 35. Ambos tenían tres hijos, de 10, 9 y 3 años de edad. Josefa llevaba tiempo urdiendo un plan para destruir a Crisanta, carcomida por la envidia al ver que la tienda-bar iba mucho mejor desde que ella estaba al frente y con celos enfermizos porque su marido iba a menudo a explicarle los pormenores del negocio. Un par de meses antes, Josefa había intentado prender fuego al establecimiento hasta en dos ocasiones, sin conseguirlo. Y el 23 de enero decidió acabar con todo.
Crisanta apareció ese día por su casa, como siempre. Entró en la cocina y se agachó para coger unas patatas. Entonces, Josefa le asestó un golpe mortal en la cabeza con un hacha. En un primer momento ocultó el cadáver debajo de la cama de los niños para que no lo viera su marido. Luego empezó a descuartizarla para que cupiese en la cámara de aire de la fachada de su chalé. La cortó con una sierra en catorce pedazos. Pretendía ir metiendo los trozos desde un hueco del desván. Pero no cabía entera. Tal y como ella misma relató, tras meter allí una parte, tiró las vísceras por el váter y metió la cabeza, el tórax, los pechos y un muslo en un caldero y se lo llevó a un pinar cercano, donde los ocultó.
Aunque Josefa confesó el crimen, acorralada por las pruebas, días antes dio un versión de los hechos que nada tenía que ver con lo sucedido. Aportó a la Guardia Civil la pista de que había visto a Crisanta subir a un Seat 600 con dos desconocidos, poniendo sobre la mesa la opción del secuestro. No solo fue detenida Josefa. También su marido, ya que nadie creía que permaneciera ajeno a las intenciones asesinas de su mujer.
Ramiro permaneció cuarenta días en prisión, durante los cuales, según revela la relación epistolar que mantuvo el matrimonio, fue torturado para arrancarle una confesión de culpabilidad. Después quedó en libertad sin cargos. Nunca fue acusado, ni juzgado y, por lo tanto, nunca tuvo que comparecer ante un tribunal. Sin embargo, se vio desposeído de todo aquello que tenía y quería. Perdió su casa y sus propiedades y, junto a su familia, tuvo que abandonar su pueblo, Silió.
En 1975 se celebró el juicio contra Josefa, que fue condenada por la Audiencia de Santander a treinta años de cárcel, la pena máxima establecida por el Código Penal de la etapa predemocrática. Pero pudo haber sido condenada a pena de muerte, castigo que todavía no había sido abolido.
Sin embargo, a pesar de la dureza de aquel texto penal, Josefa permaneció únicamente ocho años en prisión, ya que aquel código permitía no solo la redención de condena por trabajo y buen comportamiento, sino los indultos parciales. Así, la elección de dos papas y el advenimiento de Don Juan Carlos al trono de España le sirvieron para reducir condena. Después rehizo la vida con su marido y sus tres hijos en Madrid.
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